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Ciencia y religión, en un nuevo escenario

La comunidad científica es hoy el escenario de una confrontación de pareceres respecto a las cuestiones fundamentales del conocimiento que ha llevado a la ciencia a dudar de sí misma. Lo cuenta un especial del semanario francés Le Nouvel Observateur dedicado al tema La Ciencia y Dios: el nuevo choque.

Por una parte se encuentran aquellos científicos que, siguiendo los pasos de Einstein, consideran que el Universo es inteligible y que el azar se organiza continuamente con una complejidad creciente. Algunos de ellos señalan incluso la existencia de una "realidad última" que sería la que daría sentido a toda la evolución y a la experiencia humana.

Por otro lado figuran los científicos que consideran que lo mejor del conocimiento todavía no ha llegado. Señalan que probablemente existan más universos aparte del nuestro y que lo que hemos de descubrir será tan complejo que los 100 mil millones de neuronas de nuestro cerebro jamás alcanzarán a comprenderlo.

Estas divergencias se basan en las sombras que persisten en los conocimientos considerados indispensables para la comprensión de la vida y de la materia. Por ejemplo, si ha podido verificarse la teoría del Big Bang o gran explosión inicial, quedan en el ambiente muchas cuestiones que siembran dudas sobre si realmente alcanzaremos a responderlas.

Cuestiones cruciales

Son cuestiones tan cruciales como si había algo antes del nacimiento del Universo, o si la expansión de estrellas y galaxias es infinita o colapsará en algún momento. La respuesta dependerá de nuestra capacidad de mejorar los instrumentos astronómicos, de elaborar un marco teórico adecuado a estos conocimientos y de procesar informáticamente los nuevos datos.

Si pretendemos acercarnos al conocimiento de nuestra especie, las lagunas también son considerables. Aunque la paleontología y la genética han explicado cómo surgió la humanidad, todavía sigue sin aparecer el ancestro común del chimpancé y el hombre.

El capital genético de la especie es por otro lado tan homogéneo que se cree que toda la humanidad procede de un colectivo de 30.000 personas, que fueron las que realmente conquistaron el planeta.

Gramática diferenciadora

Y aunque pensamos que el Homo Sapiens tiene una antigüedad de 150.000 años, mucho menos sabemos acerca de cuándo apareció la conciencia y el pensamiento, si bien se cree que la gramática, entendida como la capacidad de combinar palabras, fue la que realmente señaló la diferencia entre el Homo Sapiens y sus predecesores.

Otra cosa que hemos averiguado es que el hombre no es el último estadio de la evolución, sino una fase intermedia que puede estar llamado a desaparecer dentro de un millón de años. Lo sabemos por el conocimiento sobre la vida, que puede explicarse casi completamente en términos químicos.

Si el código genético ha sido comparado con el software de la evolución, la materia viva representa el hardware. Y aunque se ha conseguido la síntesis de partes de una célula con la esperanza de reunirlas en un organismo artificial, y se ha desmontado una bacteria para ver cómo funciona, seguimos sin saber con exactitud en que época remota apareció la vida en nuestro planeta, así como el origen último de la vida.

Finalmente, si bien la física ha conseguido establecer los principios constitutivos de la materia y la energía, dos posibles explicaciones del mundo subsisten: la de la mecánica cuántica (que funciona bien a escala subatómica) y la de la Relatividad (que se se corresponde con el funcionamiento del Universo), explicaciones que en ocasiones son, sin embargo, contradictorias entre sí.

Unificación pendiente

Por último, queda pendiente la pretendida unificación de las cuatro fuerzas de la naturaleza: la débil, la fuerte, la gravitacional y la electromagnética. Habrá que esperar a 2007 o 2009 para ver si el bosón de Higgs, esa partícula nunca observada y que sería la que permitiría alcanzar la gran unificación de fuerzas pretendida, se consigue observar en el nuevo colisionador de partículas que construye el CERN de Ginebra.

Este balance del conocimiento científico, además de fracturar las posibles interpretaciones del mundo, ha llevado a la ciencia a bajar del pedestal en el que se encontraba. A finales del siglo XIX, Poincaré ya señalaba que los modelos científicos no proporcionan una aproximación al mundo real.

La pretensión de aportar desde el conocimiento científico un modelo homogéneo y unificado se perdió a comienzos del siglo XX. Bergson señaló al respecto que la ciencia sólo conocía la superficie de las cosas y que sólo otro tipo de conocimiento, como el intuitivo o directo, podría acercarnos a las profundidades del mundo.

Husserl señaló poco después que la fuente real del conocimiento no estaba en la ciencia, sino en la filosofía, y Heidegger puntualizó que la ciencia sólo conoce lo que es, no el ser en sí mismo. Es decir, la ciencia lo conoce todo, menos lo realmente importante.

Nuevos terrenos de conocimiento

Esta confusión, que es la que ha provocado la duda de la ciencia sobre sus capacidades reales de llegar a las profundidades del Universo, no ha impedido que algunos científicos exploraran nuevos terrenos de conocimiento.

Algunos físicos han reivindicado la física como la nueva teología, asegurando no sólo que Dios es una exigencia de la evolución, sino también que la resurrección de los muertos se deduce de complejas ecuaciones matemáticas. Es el caso del físico Frank Tipler, autor de La física de la Inmortalidad.

El profesor de la Universidad de Cambridge Brian Josephson, Nobel de Física en 1973 por sus trabajos sobre superconductividad, ha comparado el estado místico de las tradiciones religiosas con el estado fundamental del helio líquido.

Fritjof Capra, físico de la Universidad de Berkeley, ha asimilado los últimos descubrimientos físicos con el taoísmo (ha escrito un libro titulado El Tao de la física), mientras que David Bohm, especialista en teoría cuántica, señala que el mundo conocido es sólo la proyección de un orden oculto, al que llama "orden implicado".

El anatomista Franz Gall (1758-1828), por último, considera haber localizado en el cerebro lo que denomina el "órgano de la religión", dando origen a una nueva corriente de investigación denominada "neurología de la religión": el neurofisiólogo canadiense Michael Persinger ha conseguido estados místicos en voluntarios mediante estimulación de los lóbulos temporales.

Sistema neurológico de creencias

Otros neurocientíficos, como Eugene D’Aquilli y Andrew Newberg, analizando cerebros de monjes con imágenes de resonancia magnética, han llegado a la conclusión de que existe un sistema neurológico cuya función es provocar las creencias religiosas en los seres humanos.

Nadie ha podido explicar científicamente, sin embargo, cómo es que ha aparecido la religión en las sociedades humanas y por qué razón está presente en todas las culturas desde los primeros momentos de nuestra especie.

Las religiones han aprovechado estas dudas de la ciencia para ofrecer respuestas basadas en los más antiguos sistemas de creencias, a las cuestiones que la ciencia ha renunciado a considerar. Bertrand Russel lo reconocía con esta frase: La actitud religiosa moderna prospera gracias a las confusiones del intelecto.

El integrismo religioso forma parte de esta reacción religiosa, que ha sido denominada por Gilles Kepel "La revancha de Dios". Este integrismo religioso lo encontramos en algunas de las formas del terrorismo actual, así como en las cruzadas para imponer obligatoriamente la oración en las escuelas de Estados Unidos, donde la mitad de la población no cree en la evolución.

Nuevo escenario

En este escenario de dudas científicas y de reivindicación religiosa de respuestas a las cuestiones fundamentales, nos encontramos de nuevo a comienzos del siglo XXI.

Hay una novedad, sin embargo, respecto a otros momentos históricos parecidos: por el comportamiento de las partículas subatómicas, hoy sabemos que desempeñamos un papel mucho más importante de lo que pensábamos en la conformación de la realidad. Lo dijo Arthur Eddington en 1929 en una frase memorable: somos quienes movemos y conmovemos a este mundo para siempre.

A pesar de la duda científica, del hecho religioso tan vigente y plural como las culturas humanas, seguimos siendo por tanto los artífices de la historia. Albert Jacquard, profesor de Genética en la Universidad de Ginebra, lo ha expresado magistralmente en el libro Les scientifiques parlent: es el hombre el que hace que las cosas sean bellas, su aquiescencia la que las hace justas.

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