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La crisis medioambiental demanda una nueva ética global

El coste que para la salud pública supone el cambio climático será mayor en aquellas áreas del mundo que menos han contribuido a agravar el problema, lo que sin duda genera un grave dilema ético que el mundo desarrollado debe afrontar.

Esta es la conclusión que se deriva de un estudio cuyos resultados ha publicado la revista EcoHealth de la International Association for Ecology and Health, y que ha estado liderado por Jonathan Patz, científico de la Universidad estadounidense de Wiscosin-Madison y miembro durante una década del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC de las Naciones Unidas.

Los investigadores señalan que los efectos del cambio climático recaerán de manera desproporcionada sobre las partes más pobres del mundo, señala la universidad de Wisconsin-Madison en un comunicado. Pero no son ellos precisamente los que han generado el problema.

Nuestro enorme consumo energético está produciendo una gran cantidad de enfermedades en lugares muy remotos para nosotros, afirma Patz en dicho comunicado. Existen muchas enfermedades graves sensibles al clima, y que se transmiten con mayor rapidez y virulencia como consecuencia de nuestra acción sobre el medio ambiente.

160.000 muertes al año

Según declaró Patz en la revista Ecology and Public Health, los países en vías de desarrollo son más vulnerables al efecto del cambio climático que los países desarrollados. Esto conlleva un profundo problema ético, porque nuestra forma de vida y nuestras políticas energéticas están exportando indirectamente enfermedades a otras partes del planeta.

Patz y sus colaboradores ya lo advirtieron en el año 2005 en la revista Nature, en la que compararon las diferencias globales en lo que a vulnerabilidad ante las enfermedades se refiere debida a esta causa: el clima lleva cambiando desde mediados de la década de los 70 y este cambio podría haber causado ya una media de 160.000 muertes al año.

El aumento de enfermedades como la diarrea y la malaria en los países pobres, así como del hambre y de la desnutrición, estaría vinculado a elementos como la deforestación o la mala gestión energética de los países desarrollados.

Pero Patz advierte de que el problema no tiene porque permanecer lejos de nosotros para siempre, puesto que vivimos en un “mundo global” en el que las epidemias remotas de los países en vías de desarrollo pueden extenderse a nuestros propios países, por medio del comercio internacional y del transporte.

Las olas de calor de años recientes son un ejemplo de cómo puede llegar el problema hasta nuestra sociedad. En Europa, la ola de calor del año 2003 segó la vida de alrededor de 45.000 personas.

Un asunto moral

Con el nuevo estudio realizado por Patz, se empiezan a cuantificar científicamente aspectos del cambio climático que adquieren una dimensión ética. Y demuestra lo que, algunos especialistas, entre los que se incluye al Premio Nobel de la Paz, Al Gore, llevan argumentado desde hace algún tiempo: que la crisis del calentamiento global no es un asunto político, sino moral.

Patz ha cuantificado la dimensión ética del cambio climático midiendo las emisiones per capita de dióxido de carbono y comparando estos datos con la presencia de enfermedades relacionadas con el clima en las zonas más afectadas del mundo. Los resultados han demostrado un enorme contraste entre lo que padecen aquellos países que han provocado el cambio climático y aquéllos que sufren el impacto de éste.

Los estadounidenses, por ejemplo, producen una cantidad de dióxido de carbono seis veces mayor que la media global (un 25% del total del planeta) pero disfrutan de un riesgo relativo significativamente menor de sufrir los efectos de su propia contaminación que el resto del mundo.

Los cambios en los patrones de aparición y propagación de las enfermedades sugieren que el mundo desarrollado debe empezar a buscar soluciones equitativas que protejan en primer lugar a los grupos de población más vulnerables. Según Patz, “muchas de estas enfermedades sensibles al clima afectan a los niños. En el mundo desarrollado necesitamos reconocer hasta que punto nuestra forma de vida está imponiendo un impacto negativo a las naciones pobres y, especialmente, a sus niños”.

Mujeres y niños

Los mapas del estudio de Patz y sus colaboradores que reproducimos en Tendencias21, que publican la Universidad de Wisconsin-Madison, reflejan visualmente el problema: el de arriba representa el tamaño de cada país según su nivel de emisiones de CO2, mientras que en el de abajo el tamaño aumenta a medida que se incrementa el riesgo de padecer enfermedades derivadas (o empeoradas) por cambio climático.

De esta forma, queda claro que los que sufrirán más los efectos de una mala gestión energética y de emisiones de los países más desarrollados serán las regiones más pobres y desfavorecidas de la Tierra y, dentro de esas regiones, los niños y las mujeres serán los que se vean más afectados.

El estudio de EcoHealth alerta por otro lado de que las soluciones potenciales para los problemas de suministro energético del planeta exacerban negativamente el impacto del calentamiento global sobre la salud. En particular, el informe cita la generalización del uso de los biocombustibles, que podría ocasionar otros problemas, como la aceleración de la deforestación, que afectaría al suministro y a los precios de los alimentos, es decir, a los más pobres.