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La cuestión de Dios sigue dividiendo a los científicos

La teología natural está en boga, se desprende de un reciente artículo de Scientific American. San Agustín ya decía que se puede generar una teología basada en la razón y en la experiencia ordinaria, perspectiva desde la que, en la actualidad, intentan trabajar los científicos creyentes, entre los que se cuentan investigadores tan famosos como Francis S. Collins, líder del Proyecto Genoma Humano.

Esto exaspera a los científicos ateos, como Richard Dawkins, uno de los más fervientes defensores de la inexistencia de Dios, que señalan que no se puede jugar a dos bandas: materialismo y teísmo no son compatibles. El primero resulta esencial para el método científico imperante, el segundo para muchos investigadores que, a pesar de ser creyentes, en su trabajo en los laboratorios, siguen la misma metodología que sus colegas ateos o agnósticos.

Cuatro títulos recientes, de autores tan variados como Owen Gingerich, Francis S. Collins, Richard Dawkins y Carl Sagan, abordan esta problemática: frente a la compleja composición del Universo, ¿debemos pensar que todo es obra del azar o, por el contrario, podemos suponer que exista un Dios capaz de ordenar, generar, armonizar y concretar tan compleja expresión de la materia?

Los genes hablan

Collins, que en abril del año 2003 descifró el código genético del ser humano, lo tiene claro. En su libro “The Language of God: A scientist presents evidence for belief” (“El Lenguaje de Dios: un científico presenta evidencias para la fe”) explica las razones por las que la fe y la razón pueden convivir en paz.

En la introducción de su presente obra, Collins comenta que el genoma humano nos ha permitido aprender el lenguaje con el que Dios crea la vida. Su experiencia de secuenciar el genoma humano se convirtió para él tanto en una ardua tarea científica como en un incentivo para su fe.

El código genético sería para él un “libro de instrucciones” divinas que, a pesar de su complejidad y de los efectos de la evolución, no puede explicar ciertas características humanas, como el conocimiento de la ley moral o la búsqueda de Dios.

Con estas creencias, Collins es aún así capaz de afirmar que el hecho de que haya un ancestro común entre humanos y animales es incontestable, porque el lenguaje se produjo a partir de una simple mutación genética.

¿Cómo casan estas afirmaciones con la fe en un Dios todopoderoso? Las explicaciones evolucionistas pueden justificarse no por la fe, sino por el estudio científico. ¿Se puede creer a un tiempo en ambas cosas? ¿Puede asumirse, como premisa fundamental de la ciencia, el materialismo, y además la fe en Dios? Collins justifica cómo se puede, y es a través del hecho de ver la mano de Dios en la forma de comportamiento de la materia.

Fuerzas creativas

En su libro, “God’s Universe” (el universo de Dios), el astrónomo e historiador de la ciencia de la universidad de Harvard, Owen Gingerich, se pregunta si las fuerzas creativas que forman el universo son divinas.

Tomando a Johannes Kepler como guía, Gingerich argumenta que un individuo puede ser a la vez un científico y tener fe en los designios divinos, y que la investigación científica puede derivarse del deseo de conocer cómo actúa Dios sobre la materia. Según él, científicos materialistas y creyentes abordan los problemas científicos utilizando la misma metodología.

Gingerich justifica su hipótesis señalando que uno puede pensar que algunas de las vías seguidas por la evolución son tan intrincadas y complejas que es bastante improbable que sean derivadas del mero azar, por lo que, si no se cree que hay una acción divina tras sus expresiones, sólo nos queda la opción de aferrarnos a la concepción de un azar extremadamente afortunado.

Escudriñando la teología

En el extremo opuesto se sitúa Richard Dawkins, eminente etólogo británico, teórico evolucionista y escritor de ciencia divulgativa, que en su reciente obra “The God Delusion” (La ilusión de Dios), habla de la exasperación que le producen aquellos colegas científicos que intentan “jugar a dos bandas”: buscan en la ciencia la justificación de sus convicciones religiosas, mientras evaden las implicaciones más difíciles: la existencia de un primer motor tan sofisticado como para crear y hacer funcionar el universo.

Semejante entidad, argumenta, debería ser tan extremadamente compleja que generaría serias cuestiones como su origen, su comunicación o dónde se halla. Dawkins se cuestiona las doctrinas religiosas de la misma manera que lo haría con una teoría científica. Considera que la disección con una y con otras debería ser la misma.

Devoción por la búsqueda

Por último, en el libro “The Varieties of Scientific Experience: A Personal View of the Search for God” (Variedades de la experiencia científica: una visión personal de la búsqueda de Dios), que en realidad es una edición de un conjunto de conferencias del fallecido y famoso astrónomo y divulgador científico Carl Sagan, este científico se pregunta que si Dios creó el universo, ¿por qué dejó tan escasas evidencias? ¿Por qué es Dios tan claro en la Biblia y tan oscuro en el mundo?

Desde el punto de vista espiritual, Carl Sagan fue siempre difícil de definir, porque todo aquello que decía del cosmos parecía lleno de espiritualidad. Este libro, publicado diez años después de su muerte, refleja algunos de sus pensamientos más profundos acerca de las cuestiones primordiales, y recopila nueve conferencias que el autor dio sobre teología natural en la universidad de Glasgow en 1985 dentro de las llamadas “Gifford Lectures”.

¿Qué creía Sagan de la religión y de Dios? A esa pregunta, el científico siempre contestaba que depende de lo que se entienda por “Dios”. El libro denota que era un agnóstico en el sentido de que creía que sabemos poco, aunque sí lo suficiente como para tener cierta base de espiritualidad. La obra no argumenta sobre Dios sino sobre la gente que cree que sabemos todo lo que necesitamos saber sobre Dios.

Con estas conferencias intentó explicar cómo había llegado a creer en lo que creía. Según declaraciones de Ann Druyan, viuda de Sagan y editora de esta obra, el científico veía la ciencia como una especie de culto ilustrado, y era en realidad un devoto de la búsqueda en sí misma, del ser absolutamente consecuente en la búsqueda de la metodología científica y en el mecanismo del error y de la corrección.