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La política sin la ciencia está condenada al fracaso

La política sin la ciencia está condenada al fracaso

La URSS es un claro ejemplo de cómo la política fracasa estrepitosamente cuando impone la ideología al conocimiento científico. Negó la genética hasta los años 60 y provocó una hambruna que costó la vida a 40 millones de personas.

La ciencia es poder.

Iósif Stalin, Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, lo tenía muy claro. Siempre quiso conseguir que la ciencia y la tecnología soviéticas fuesen las más avanzadas del mundo.

Desde que se hizo con el poder, Stalin dedicó ingentes inversiones para financiar proyectos muy ambiciosos, tanto en ciencia básica como aplicada. Desde todos los puntos del gigantesco imperio de la URSS, jóvenes talentosos fueron reclutados a millares para trabajar como tecnólogos y científicos. En poco tiempo la Unión Soviética acabó dedicando más porcentaje de su PIB a la ciencia de lo que jamás dedicaron las potencias occidentales.

A pesar de tan ingente esfuerzo, no parecía que la ciencia soviética adelantase a la que se hacía en occidente.

Stalin perseveró: incluso durante la Gran Guerra Patria (la Segunda Guerra Mundial), los principales institutos de investigación soviéticos se trasladaron hacia posiciones seguras en la retaguardia a medida que los alemanes se adentraban en territorio ruso.

Faltando poco para el final de la guerra, mientras la Alemania nazi se derrumbaba, Stalin ordenó al Ejército Rojo que dedicase el mayor de los esfuerzos a capturar a los científicos nazis con todo su equipo, para llevárselos a la Unión Soviética. En buena medida, lo lograron. Miles de científicos y tecnólogos nazis terminaron trabajando detrás del Telón de Acero.

¿Nueva era?

Stalin intuía que se avecinaba una nueva era en la cual la Unión Soviética entraría en una confrontación con sus antiguos aliados occidentales, en especial con los Estados Unidos. Stalin pensaba que la ciencia iba a ser fundamental para vencer a los capitalistas, convirtiendo a la Unión Soviética en la mayor potencia del mundo.

Stalin murió, de repente, en 1952. Pero dejó a plena marcha su ambicioso plan de desarrollo científico y técnico.

El 4 de octubre de 1957, con la puesta en órbita del Sputnik 1, el primer satélite construido por el hombre, la preocupación se adueñó de los Estados Unidos y sus aliados. Los norteamericanos se sintieron al borde de la derrota. Y se cuestionaron todo: desde su sistema educativo a su complejo industrial militar. Tomaron medidas. Invirtieron en ciencia.

Durante unos pocos años más pareció que la URSS estaba logrando la victoria científico-técnica sobre Occidente.

Fracaso anunciado

Pero pronto quedo claro que los soviéticos no lo conseguirían.

¿Qué hizo que la Unión Soviética perdiese estrepitosamente la batalla por la ciencia y la tecnología tras haber dedicado a ella mucho más esfuerzo que Occidente?

Paradójicamente, el enorme interés de Stalin en el asunto tuvo mucho que ver.

El líder soviético, un hombre de escasa formación científica, pensaba que la filosofía era la esencia suprema del conocimiento. La ciencia tan solo era una rama menor de la filosofía. Y la Unión Soviética disponía del mayor de los conocimientos filosóficos: el materialismo dialéctico.

Basado en los planteamientos originales de Karl Marx y Frederich Engels, enriquecido posteriormente por las aportaciones de Lenin y del propio Stalin, esa corriente filosófica rigió los destinos de la Academia de las Ciencias de la Unión Soviética, decidiendo qué era y qué no era buena ciencia.

Stalin no solo se limitó a colocar al frente de las secciones más destacadas de la Academia de las Ciencias y de los Institutos de investigación del país a las personas de su entera confianza -aunque carecieran de una formación científica sólida-, sino que les daba personalmente órdenes acerca de lo que tenían y no tenían que investigar y cómo debían hacerlo.

Granero de la humanidad

Una de las grandes preocupaciones de Stalin era que la Unión Soviética se convirtiese en la mayor potencia del mundo produciendo alimentos. Estados Unidos producía mucho más que la URSS, disponiendo de una gran cantidad de excedentes agrícolas. Si la Unión Soviética lograba hacer lo mismo, podría influir notablemente en un Tercer Mundo que a menudo sufría la escasez de alimentos.

Stalin pensaba que podía lograrlo fácilmente: la URSS era, con mucho, el mayor país del mundo. Y tenía un as en la manga: aplicaría el materialismo dialéctico a las ciencias agrarias. Así conseguiría hacer de la Unión Soviética el granero de la humanidad.

Para ello Stalin había fundado la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas de la Unión Soviética, que incluía una magnifica red de institutos de investigación agraria por todo el país, donde trabajaba una plantilla de miles de investigadores y cientos de miles de agricultores y ganaderos, dirigidos por un soberbio equipo de académicos.

Al frente de esta poderosa Academia Stalin colocó a Trofim Lysenko.

Ciencia descalza

Lysenko era lo que por entonces se llamaba un “científico descalzo”, esto es un hombre que “se había hecho a sí mismo”: provenía de una familia campesina humilde y había recibido una formación filosófica en materialismo dialectico junto a unas cuantas nociones de agronomía aplicada. De joven entró en el Partido y se politizó. Pero carecía de la más elemental formación biológica.

Es más, Trofim Lysenko, como todos los ideólogos fanáticos, despreciaba la ciencia. En especial sentía un rechazo visceral por la genética, a la que consideraba una disciplina “burguesa”.

Lysenko ascendió rápido en las estructuras del Partido Comunista de la Unión Soviética: antes de cumplir los 30 años dijo haber descubierto un método para abonar la tierra sin usar fertilizantes. A esto pronto le siguió la forma de poder cultivar guisantes en lo más crudo del invierno ruso.

Todo era mentira. Un descomunal fraude. Lysenko empezó una desesperada huida hacia adelante. Sus “logros” se fueron acumulando sin parar. Nuevos proyectos, cada vez más espectaculares, iban tapando a sus anteriores fracasos en una Unión Soviética necesitada de buenas noticias.

Además, Trofin Lysenko era un sádico sin el menor escrúpulo para librarse de quienes consideraba enemigos. Sus desastres nunca fueron debidos a su incompetencia. Lysenko siempre encontró “traidores al pueblo” a quienes echar la culpa de sus grandes fiascos. Cientos de ellos acabaron sus días encerrados en el gulag.

Monumento a las víctimas de la represión política en la Unión Soviética, situado en la plaza Lubianka de Moscú. Está realizado a partir de una roca del campo de trabajos de Solovkí, uno de los primeros que formaron el Gulag que padecieron destacados genetistas en la época de Stalin. Foto: Alexei Kouprianov.

Los genes no existen

Para medrar, Lysenko se rodeó de “buenos comunistas”, como él hechos a sí mismos. Uno de ellos fue Iván Michurin un obrero ferroviario aficionado a la botánica. Sin la más elemental formación científica, entre ambos desarrollaron una peculiar doctrina sobre la mejora de las plantas: los genes no existían, tan solo eran un invento de los capitalistas burgueses.

Porque la genética, que había permitido la mejora de las plantas agrícolas y del ganado incrementando gigantescamente la producción agropecuaria de los países occidentales, no tenía sentido alguno a la luz de la filosofía estalinista: ¿Cómo iba a ser cierto que las mutaciones ocurriesen por mero azar, que estas mutaciones se heredasen, que algunas de ellas fuesen mejores que otras y que la esencia del éxito en la producción agropecuaria fuese seleccionar a los individuos que tenían estos mejores genes y dejar que solo ellos se reprodujesen?

Por el contrario, la agricultura de la URSS debía basarse en instrucciones prácticas derivadas de la mezcla del materialismo dialectico con grandes dosis de Lamarkismo: Los mejores individuos, desde plantas a seres humanos, se esforzaban por adaptarse.

Algunos lo conseguían tras su esfuerzo, si se les proporcionaban los estímulos adecuados. Y eran capaces de transmitir esa adaptación a sus hijos. Lo importante era el esfuerzo para acostumbrarse al ambiente y no las mutaciones que ocurrían por casualidad.

Entrenando semillas

Para conseguir los mejores trigos, Lysenko empezó a someter sus semillas al frío extremo antes de sembrarlas. Así se acostumbrarían al sufrimiento y darían lugar a plantas capaces de producir cosechas de record.

Pero en la Unión Soviética existían excelentes genetistas, como Nicolai Dubinin o Sergei Chetverikov, sin duda entre la élite mundial de genéticos de poblaciones. Y contaban con Nicolai Vavilov, sin duda uno de los mayores expertos en la mejora genética de cereales del mundo.

Por supuesto estos genetistas no se callaron. Denunciaron las patrañas de Lysenko. Y les costó muy caro.

El propio Stalin dirimió la cuestión. Así se lo comunicó a Lysenko de su puño y letra

Estimado Trofim Denísovich,

Puedes contar con el gobierno para que apoye tu empresa…. En cuanto a la situación de la biología en el ámbito teórico, pienso que la postura de Michurin es la única que realiza un enfoque científico válido. Los darwinistas y sus seguidores, que niegan la herencia de características adquiridas, no merecen entrar en el debate. El futuro pertenece a Michurin.

Un saludo,

  1. Stalin

Genetistas en el gulag

Nicolai Vavilov terminó sus días muriendo de hambre y mal trato en un gulag. Quienes se habían atrevido a trabajar en genética y evolución siguieron los pasos de Vavilov. Centenares de profesores acabaron torturados en el gulag, acusados de haber enseñado las leyes de Mendel.

En agosto de 1948, en una sesión solemne de la Academia de las Ciencias Lenin organizada por el Partido Comunista de la Unión Soviética, Trofin Lysenko escenificó su triunfo: leyó un discurso titulado «La situación de las ciencias biológicas«. El discurso lo había corregido el propio Iosif Stalin de su puño y letra. En él se prohibió oficialmente la enseñanza de la genética en la Unión soviética.

La prohibición estuvo vigente hasta bien avanzada la década de los 60.

Hambruna general

Los métodos de Lysenko condenaron a la hambruna a millones de soviéticos. Las estimaciones más moderadas estiman que al menos 40 millones de personas murieron por el fracaso de la producción agrícola de la URSS. Probablemente fuese cerca del doble.

La Unión Soviética perdió el tren de la biología moderna al menos durante un par de generaciones. Puede que más.

Trofin Lysenko fue uno de los que más influyeron en que la URSS perdiese, estrepitosamente, la Guerra Fría.

Pero el hombre que con su incompetencia había hecho tanto daño a la ciencia de la Unión Soviética y con su sadismo había destrozado la vida de millares de personas, tuvo una vida larga y próspera: cuando quedó claro que sus patrañas no se sostenían, se le retiró de la Academia de Ciencias Lenin, enviándolo a disfrutar del trópico en un dorado retiro caribeño en la Cuba de Fidel.

Eduardo Costas

Eduardo Costas es Catedrático de Genética en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid y Académico Correspondiente de la real Academia Nacional de Farmacia.

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