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Las especies invasoras amenazan la biodiversidad y nuestra salud

Cuando se alude a un depredador feroz tendemos a pensar en grandes animales como cocodrilos, lobos, tiburones, orcas… Los grandes felinos sin duda también estarían presentes en esta clasificación. Sin embargo, hay un felino que pocos contaríamos aquí y es uno de los depredadores más efectivos del reino animal: el gato común.

El gato, fiel compañero de antiguos marineros, ha acabado por colonizar todo el mundo. Los comerciantes y colonos europeos llevaban consigo gatos en los barcos para acabar con ratas y ratones que proliferaban en las naves.

De esta forma los gatos se expandieron globalmente y, con ello, apareció un gran problema. Al llegar a tierras incógnitas como islas remotas, los gatos, cazadores por naturaleza y afición, empezaron a extinguir las especies que no podían huir de ellos. Aves terrestres como los dodos vieron acelerada su extinción, en cierta parte, por culpa de los gatos. Y también pequeños mamíferos, reptiles, anfibios e insectos.

Pero no son únicamente cosa del pasado. Hoy día los gatos domésticos y salvajes siguen suponiendo un gran reto ecológico a controlar. Millones de gatos matan cada año a cientos de millones de individuos de especies protegidas, contribuyendo a la grave pérdida de diversidad que asola nuestro planeta.

Los gatos son solo un ejemplo de cómo la aparición repentina de especies ajenas en un ecosistema nuevo puede tener graves consecuencias para la vida local.

Pero hay millares de especies de seres vivos que, al aparecer en un ambiente nuevo, acaban desestabilizándolo. Y la aparición de los humanos ha incrementado significativamente la difusión de especies.

Desde microorganismos (como la malaria o el dengue) hasta grandes mamíferos como hipopótamos en Colombia, los humanos hemos provocado, muchas veces de forma intencionada pero también sin pretenderlo, un enorme intercambio de seres vivos. De una forma más o menos drástica, estas nuevas especies han ido buscando su lugar en el nuevo terreno.

Ahora habitan con nosotros y muchas son una realidad destinada a permanecer por siempre. Podríamos pensar que en nuestra vida diaria no tienen un impacto particularmente grave, que un problema ecológico intrascendente para la vida humana, pero sí tienen su importancia.

Parando centrales energéticas

En el agua que utilizamos, desde el agua de consumo al agua con fines industriales, hay desde hace años unos pequeños animales bastante incómodos. Se trata de pequeños bivalvos como el mejillón cebra y la almeja asiática, especies que proceden de ecosistemas lejanos pero que gracias a la actividad humana han invadido muchos embalses españoles, taponando tuberías hasta interrumpir el flujo de agua.

Se reproducen a gran velocidad y sus microscópicas larvas son transportadas grandes distancias por las corrientes. Aquí, donde no tienen depredador natural, alcanzan números tan grandes que pueden hacer parar centrales energéticas enteras.

En las aguas españolas también podemos encontrar vegetales invasores. Y uno de ellos en especial ya ha conseguido colapsar un ecosistema entero: el camalote, ayudado por actividades humanas poco sostenibles, ha hecho prácticamente desaparecer otro tipo de vida en largos tramos del Guadiana.

Esta planta, también llamada jacinto de agua, es una especie del Amazonas que crece rápidamente y se adapta muy bien a entornos diferentes. Probablemente traída a España como planta ornamental, al encontrar un río cálido y eutrofizado, con gran cantidad de nitrógeno y fosfatos procedentes de las aguas residuales de cultivos y ganadería, experimentó un rápido crecimiento que usurpó todos los nutrientes y disminuyó el oxígeno disuelto en el agua.

En pocos años logró que el Guadiana corriera cubierto por grandes parches verdes distribuidos por su superficie, visibles a su paso por ciudades como Badajoz o Mérida. El crecimiento desmesurado de esta planta acuática ha ocasionado un desequilibrio que impide la supervivencia del casi todos los seres vivos en el río, acabando con la pesca y hasta con la posibilidad de navegar por ciertas partes del Guadiana.

La retirada mecánica implementada desde hace años no ha logrado ni siquiera reducir el problema. Las obstrucciones de tuberías y otros flujos de agua también suman al precio que hay que pagar por la introducción de esta especie.

Un árbol de China

El ailanto es otra especie vegetal que ha colonizado grandes partes de la península Ibérica. Se trata de un árbol originario en China, pero en España podemos encontrarlo fácilmente, especialmente al sur del Duero. Está ya presente en muchos países de América y Europa, afectando a la fauna y la flora endémica. Además de tener un crecimiento muy rápido e invasivo, es capaz de eliminar sustancias pegajosas y tóxicas para impedir el crecimiento de otras especies de plantas a su alrededor.

Su diseminación se facilitó porque en muchas localidades se empezaron a plantar en nuevas urbanizaciones, parques y jardines: era un árbol barato y capaz de dar sombra en poco tiempo.

Pero a su vez tenían características no deseadas, como un olor muy desagradable y una madera débil y resquebrajable, que provocaba caídas con tormentas y fuertes vientos. Por ello poco a poco se descartaron, pero ya era demasiado tarde. Los ailantos hoy día crecen en las riberas de los ríos, en los arcenes de las carreteras, en cualquier solar vacío. España está repleta de ellos.

También insectos

Pero las especies invasoras no son necesariamente grandes. Y los insectos son un buen ejemplo.

Las avispas asiáticas, una de las invasoras más conocidas, pueden ser un peligro para los humanos, pero también para el ecosistema. Su picadura es dolorosa y a veces alergénica, por lo que preocupa mucho a la población. Aunque realmente no se ha visto que esta sea más peligrosa que los avispones europeos ya presentes en nuestro país.

Donde sí causa graves problemas es en la apicultura: las abejas europeas, ya diezmadas por múltiples causas, sufren el ataque de esta avispa para la que no están preparadas. Un gran declive en las poblaciones de abejas podría desembocar en graves problemas para apicultores y agricultores, pero sobre todo podría causar un daño profundo e irreparable en el ecosistema.

Otro invertebrado volador cada vez más presente es el mosquito tigre. Ampliamente presente en ciertas zonas de Europa, en España está cada vez más extendido. Vuela torpemente y su aspecto, a pesar de su nombre, no llama la atención. Pero su picadura es más duradera y molesta que la del mosquito local. Y aún peor, es capaz de transmitir enfermedades tropicales como el zika, el dengue o el chikunguña. Con el vector ya presente es muy probable que en un corto lapso de tiempo esas enfermedades, consideradas exóticas, acaben por establecerse entre nosotros.

Queda claro que las especies invasoras causan graves problemas que tienen una importante implicación en el día a día de muchas personas.

Nada es como antes

Ya ni tan siquiera salir a pasear al parque es como antes por culpa de ellas. El cantar de los gorriones está siendo sustituido por el estrépito de las cotorras argentinas. Cada año su número aumenta y las ciudades en las que están presentes también.

Algunos ayuntamientos, en vistas de una invasión bastante incómoda y con un cierto riesgo ecológico, empiezan a gastar millones de euros para intentar eliminar estas poblaciones. ¿No hubiera sido mejor que no hubieran aparecido?

Estas especies invasoras son sólo unas pocas de los cientos que hay presentes en España. Tortugas galápagos, la Caulerpa taxifolia, el plumero de la pampa, visón americano o incluso varios virus, como el West Nile o la mixomatosis de los conejos, podrían incluirse aquí.

Peligro para la biodiversidad

Suponen el segundo mayor peligro para la biodiversidad, sólo por detrás de la destrucción de hábitats. Sus riesgos van desde daños a la agricultura y la ganadería hasta la aparición de enfermedades humanas mortales.

Hemos adaptado nuestra vida a un ecosistema. Nuestra alimentación, nuestro estilo de vida, nuestro sustento económico y nuestra salud dependen en gran medida del medio ambiente del que formamos parte.

Pero la introducción de nuevas especies está provocando que el entorno al que estamos acostumbrados cambie agresivamente, por lo que tendremos que volver a adaptarnos si queremos poder habitándolo.

 

Foto: Cotorras argentinas en Madrid. Luis García.