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Las viviendas del futuro serán seres vivos habitables

¿Le apetece a Ud. vivir dentro de una ballena? ¿O en el interior de un cerezo que, en la primavera, cambie sus paredes ‘en flor’ del verde clorofila al color blanco-rosado? ¿Recibir a las visitas en el pistilo suave y edénico de un jazmín?

¿Se compraría Ud. un dúplex “en semilla”, plantándolo con mimo en su parcela y observando su crecimiento y desarrollo hasta ocuparlo más tarde? ¿Deberán ser nuestros hogares receptivos a nuestro estado de ánimo, capaces de consolarnos y cuidarnos cuando estemos tristes?

¿Habitaremos, en un futuro cercano, en réplicas de plantas y árboles, o en animales fantásticos? ¿Podremos “hablar con las paredes” esperando alguna respuesta sensata de ellas, nuestras buenas amigas?

Edificios cuyos tabiques y techos sean de texturas vegetales, o de piel misma, con calefacción radiante a través de sus venas; con sangre natural o savia calentando y refrigerando según la estación del año, aportando el oxígeno para nuestra ventilación y los nutrientes para que nuestro hogar se mantenga siempre vivo y en forma.

Viviendas que se construyan a sí mismas, se auto- reparen los desperfectos, y se limpien con esmero, como lo haría un gato. Edificar sin necesidad de vigas, pintura o yeso, abandonando las técnicas artesanales que nos han acompañado durante milenios. Y de paso, cambiar todas las reglas de juego de la industria de la construcción.

Dar el salto definitivo en nuestro acercamiento a la naturaleza: dejar de inspirarse meramente en ella (como lo han hecho, con maestría, Antoni Gaudí, o Santiago Calatrava) para operar una “biomímesis” que convierta a las construcciones en naturales, en auténticos seres vivos habitables.

Un salto que la informática por un lado, y nuestro conocimiento genético por otro, pueden hacer viable en no mucho tiempo. Pasar de “vivir en la naturaleza” (Frank Lloyd Wright) a crear nuestros hogares “con la naturaleza”.

Genetistas de la construcción

Un grupo reducido de biogenetistas, arquitectos y expertos en computación avanzada repartidos por todo el mundo trabaja en un concepto radical que está dando ya sus primeros frutos: las “Arquitecturas Genéticas”. Nuevas proyecciones ecológico–ambientales, que están operando un cambio de paradigma en la construcción de viviendas.

En ellas el proyectista ya no debe pensar en la forma final, sino en un proceso continuo, que además es de naturaleza “biológica”. Dos investigadores conforman el mascarón de proa de la nueva revolución bio-cibernética : el arquitecto Karl S. Chu, de California, y el español Alberto T. Estévez, doctor de la Escuela Superior de Arquitectura, de la Universidad Internacional de Cataluña (ESARQ).

También, junto a ellos, arquitectos como Bernard Cache, Mark Goulthorpe, Greg Lynn, Benhard Franken y Hani Rashid. La idea motriz de estos pioneros consiste en aplicar los últimos hallazgos de la genética a la arquitectura, utilizando modelos de ADN, que construyan por sí mismos el resultado final.

No hay que confundirlo, advierte Estévez, con la biónica, que es el estudio de las formas y sistemas vegetales y animales para crear formas y sistemas artificiales. La biónica consiste en observar, por ejemplo, el comportamiento de un perro y construir un artefacto que se mueva, ladre y comporte como la mascota real. Pero esto no dejará de ser una construcción artificial.

La arquitectura genética persigue un fin muy distinto. Alberto Estévez concreta cuál es la diferencia, a partir de la comparación con Gaudí, cuyos proyectos se inspiraban por completo en motivos naturales: ¿Ves esa planta que Gaudí construyó en piedra? Pues yo te la puedo hacer de verdad, para que crezca y le salgan flores y que forme parte del edificio. Este es el gran cambio.

Los arquitectos actuales suelen utilizar el ordenador para dibujar mejor y más rápido sus proyectos, disponen de potentes aplicaciones para calcular la resistencia de los materiales, y de plotters 3D para obtener las proyecciones finales y las maquetas.

Sin embargo, no existe variación sustancial, en la arquitectura resultante, respecto de las construcciones árabes, griegas o romanas. En todos los casos, al final unos señores se encargan, paleta en mano, de alinear bloques de piedra o ladrillos sobre una superficie aplanada también por el hombre.

Hoy se hace muy obvia la distancia “tecnológica” que media entre el diseño de las viviendas, (información), y su realización efectiva, (producción). Falta cierta coherencia en todo el proceso constructivo, porque, al final, los planos tridimensionales y las maquetas calculadas al milímetro con ACAD, dependerán de la cuadrilla de albañiles que hagan la mezcla de mortero y alineen las paredes con plomada y nivel.

Ladrillos de ADN

La arquitectura genética considera al mismo software como el material con el que trabajar. La informática y la robótica cumplen un papel esencial en la construcción automática de la vivienda, o de la “raza” de viviendas que se quieran crear con criterios biológicos.

Los programas informáticos esta vez se utilizan para la creación de cadenas de ADN artificial, (o natural, según el caso). La fase más compleja consiste en trasladar la información genética, diseñada en ordenadores, a una máquina que pueda realizar de forma automática la construcción. Una arquitectura enteramente automatizada, en la cual el “director de obra” sea la información de ADN, que organice la producción física del edificio sin intervención humana.

Así es como trabaja la ingeniería genética: el hombre manipula la información primaria del gen, y después la célula se crea “sola” conforme a las instrucciones de la cadena genética. La intención es transponer este procedimiento, bien conocido en la genómica, a la arquitectura.

Estévez y sus colaboradores ya han inventado un prototipo de máquina capaz de desarrollar esas “construcciones genéticas” a un nivel básico. Ordenando la información a nivel molecular, se podría conseguir una arquitectura que no creciera en un entorno, sino que lo creara.

La “obra final” no existiría, en realidad siempre estaría desarrollándose, adaptándose a sus moradores, automatizando la variabilidad, al igual que hacen las cadenas genéticas de los seres humanos. O, como declara Mark Goulthorpe: “Queremos hacer realidad el viejo sueño de una arquitectura dinámica, capaz de responder físicamente a los estímulos de su entorno, al clima, a los sonidos y movimientos de las personas que viven ahí”. Ese es el reto: abandonar el funcionalismo milenario y adentrarnos e las arquitecturas emocionales y psíquicas.

Vuelta a los orígenes

Si la investigación continúa avanzando por este camino, y nos envolvemos con hogares “vivos”, esa “vida exterior” se irá acercando hacia nuestra propia biología. Y entonces, terminaremos usando mobiliario, ropa y objetos también vivientes. Llegar a vestirnos, porqué no, con piel viva. Un contrasentido para Adolf Loos, éste de ” vida sobre vida”: recubrir un material con el mismo material.

Pero Loos está considerando dos materiales distintos, y en realidad son dos formas del mismo material. ¿porqué no terminar, nosotros mismos, “siendo” la casa y los objetos que nos rodean? Como Gaudí afirmaba: “Ser original significa volver a los orígenes”.

Las utopías siempre llegan más tarde de lo que se espera, pero luego se quedan cortas. El camino que Chu y Estévez han iniciado constituye un retorno radical a la naturaleza, que acaso termine por hacernos, a los seres humanos, indistinguibles respecto de los organismos que nos cobijen y atiendan, fundidos con un entorno biológico parcialmente generado por nosotros.