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Historia de las creencias

Ficha Técnica

Título: Historia de las creencias (contada por un ateo)
Autor: Matthew Kneale
Edita: Taurus, Madrid, 2013
Colección: Pensamiento
Traducción: Federico Corriente Basús
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 280
ISBN: 978-84-306-0728-0
Precio: 19 euros

Ya el subtítulo que encabeza la obra, nos da una idea nítida del enfoque que la va a inspirar y que se destilará a lo largo de sus páginas: “contada por un ateo”. Así, es fácil comprender, sin entrar en el fondo del asunto, que el autor parte de la base de que las creencias, especialmente las religiosas, son fruto y obra de la propia especie humana.

Al escribir su libro, Kneale tiene claro que no puede responder con absoluta seguridad a preguntas tales como por qué inventó la gente a los dioses, pero sí considera factible ofrecer algunas ideas al respecto; eso sí: advierte de que no va a ocuparse de la historia de las instituciones religiosas, ni tan siquiera a ofrecer un cuadro completo o siquiera equilibrado, sino que se centra en las creencias que habían despertado especialmente su curiosidad, con especial atención al cristianismo y al judaísmo (no en vano es hijo de cristiano y de judía); y no dejará de lado algún que otro credo considerado más político que religioso, como es el caso del marxismo.

¿A qué aspira, pues el libro? Pues a analizar esas creencias que han persistido a lo largo de los siglos y que aparecen en todas las religiones, influyendo en nuestro mundo, en ocasiones, de las formas más impensadas.

Para Kneale, esas creencias básicas son las referidas al paraíso, a la moral y, muy especialmente, al consuelo, todas ellas muy vinculadas a los temores. Y llega a afirmar que “son los cambios en nuestros temores […] los que han hecho cambiar nuestras ideas religiosas”. Ante lo desconocido, nuestros antepasados atribuían los hechos de su vida a los espíritus, fuerzas ignotas, a las que atribuían el poder de curar a los enfermos, el control de los animales que cazaban para alimentarse y la mejora de la climatología que les permitiera la caza.

Así las cosas, el reflejo de tales creencias, en las pinturas rupestres, constituye uno de los principios patrocinadores del arte. Dicho esto, se avanza otro paso: el sentido de cooperación, que viene a resumirse en una especie de contabilidad que establecemos en el trato con nuestros semejantes: ofrecemos y nos ofrecen, procurando siempre un equilibrio de manera que ambos lados de la balanza sean más o menos uniformes. Este comercio de dones también se establece con los espíritus divinizados, los dioses, que tanto nos dan. ¿Y qué podemos ofrecerles a cambio de la importancia de sus bendiciones? Pues el sacrificio. El sacrificio de nuestro tiempo, de nuestros alimentos, de nuestros animales e, incluso, de nosotros mismos. Nos dice el autor: “De manera que empieza a emerger una imagen tenebrosa basada en el sacrificio. Parece que la gente intentaba sobornar a los dioses para que los ayudase (o, al menos, para que no los castigara)”. La aparición de la escritura supone la amplia difusión de estas posturas, de las que analiza Kneale con especial detenimiento las de las creencias religiosas mesopotámicas.

El segundo capítulo de este libro se dedica a una de aquellas creencias que el autor considera básicas: el paraíso. En él, se nos propone el antiguo Egipto como cuasi la cuna de la idea del cielo. Inicialmente, Kneale nos habla de la vida de ultratumba de los faraones, que recorrerían el cielo junto a los dioses; con posterioridad, a ellos se unieron los aristócratas, que pensaban en una vida ociosa después de la muerte, o de los agricultores modestos, que únicamente soñaban con cultivar una parcelita ajena a los avatares que padecen en la tierra. No nos parece suficientemente explicada la aparición de la moral que nos ofrece el autor, por la que la felicidad postmortem estaría vinculada a la conducta en esta vida; una moral que, a su juicio, es posterior a los conceptos del buen obrar, que se retrotrae en el tiempo. Tras el análisis de las creencias en Egipto, nos ofrece la visión de Zaratustra y, seguidamente, la de los hindúes, que habían recibido la influencia de aquel a través de las invasiones arias.

El tercer capítulo de la obra se titula La invención de los pactos con Dios. Se circunscribe únicamente al pueblo judío y las ideas promovidas por uno de sus profetas, Oseas. Quiso éste que el politeísmo israelí fuera sustituido por el monoteísmo, abandonando a todos los dioses para dedicarse exclusivamente al principal de su panteón, Yahvé. La propuesta del profeta era clara: si el pueblo aceptaba a Yahvé como su único Dios, este lo elegía como su pueblo y lo protegería. Idea tan peregrina no tuvo buena acogida entre los judíos que solo la aceptaron dos siglos después, tras una serie de avatares históricos que desgrana Kneale. ¿Y qué tenía que hacer el pueblo elegido? Pues, sencillamente, aceptar únicamente a su Dios y sus leyes. Unas leyes que se decía que venían de Moisés, portavoz de la divinidad. El autor duda del origen de tales leyes, que atribuye, más bien, al propio Oseas. Pero, fuera como fuera, el hecho es que, finalmente, los judíos aceptaron suscribir su pacto con Yahvé.

La invención del fin del mundo es el título del cuarto capítulo de la obra. Kneale atribuye a Daniel, personaje ficticio, el inicio de esta creencia, con sus predicciones que, inicialmente, se encontraban íntimamente ligadas con la historia del pueblo judío y sus andanzas entre éxitos y más abundantes opresiones. Su texto, aunque referido a personajes y ciudades concretas, está redactado con tal ambigüedad que pudo ser utilizado como reclamo de una justicia universal que llegaría un día; un día en el que los judíos patriotas verían triunfar su causa mientras que sus opresores serían destruidos, con lo que, como consecuencia colateral, Kneale atribuye también, a Daniel, la novedad de la resurrección. Las falsificaciones interesadas por quienes las realizaban sobre los textos bíblicos, condujeron a que aquella creencia secundaria de un fin de los tiempos pasase a primer término. Luego, el autor nos lleva de la mano por el recorrido de la teoría finmundista a través de los esenios y sus escritos en Qumram; a través de Jesús de Nazaret, de quien afirma que su preocupación fundamental era el fin del mundo y no su prédica sobre el amor y el perdón; a través del Apocalipsis, de Mahoma y el Islam, de Martín Lutero, etc. hasta llegar a nuestros días.

Aunque lleva por título La invención de un cielo humilde, el quinto capítulo abarca mucho más, pues el autor se detiene, no solo en explicarnos cómo surge la idea de un paraíso apropiado para los austeros primeros cristianos, sino que aborda, también la aparición de varios de los fundamentos del cristianismo en general y del catolicismo en particular: el papel de las mujeres en la Iglesia, los problemas con la sexualidad, las herejías principales, etc.; todo ello, bien trabado con la historia del desarrollo cristiano, especialmente de la mano de Roma. Arrancando de la expansión del cristianismo a partir de Constantino, Kneale nos plantea los obstáculos que tuvo que superar la nueva religión para poder extenderse. El primero de ellos fue la muerte de Jesús, que se superó con la idea de su resurrección, de su permanencia en la Eucaristía, con la explicación del porqué de su muerte (lo que dio origen a un culto al final de la vida), etc. Otro obstáculo que tuvo que vencer el cristianismo fue cómo crecer ante el rechazo que le profesaron los judíos; obstáculo que se solventó abriéndolo a los gentiles, sobre todo de la mano de Pablo, al que dedica varias páginas del capítulo; es a este a quien atribuye, por su, según él, manifiesto rechazo a la ostentación, la idea de un cielo en el que el orden social establecido sería invertido. Una prueba más que tuvo que superar el cristianismo fue la fallida promesa de un inminente fin del mundo, un final que hubo de posponerse pensando en un cielo futuro. Cita el autor un último obstáculo a superar por la nueva religión: el poder romano, algo que se consiguió merced al fanatismo de los mártires; en efecto: tras las persecuciones y la pertinaz resistencia de los cristianos, sin un vencedor claro en su persistencia ante el poder que pretendía aniquilarlo, se alcanza un acuerdo, según el cual las autoridades romanas aceptaban el cristianismo como una más de las muchas religiones y los intolerantes cristianos se adaptaban a la nueva situación.

Los capítulos sexto y séptimo se dedican a un mismo tema, la invención de la religión; aunque no especifica qué se entiende por religión a fin de poder determinar si sus fundadores son tales o la religión, forma estructurada de espiritualidad, fue una consecuencia de lo que aquellos vivieron y predicaron. El primero de ellos, Invención de una religión, invención de una nación, se dedica íntegramente a la creación del Islam, argumentando sus principios y las claves de su éxito, arrancando desde Mahoma y siguiendo su estela a través de los diferentes avatares pasados en su historia. Por su parte, el capítulo séptimo, La invención en otros lares, recorre el nacimiento de religiones en China, aludiendo al taoísmo y budismo; así como en América, citando mayas e incas.

Invenciones disidentes es el título del octavo capítulo, similar en su planteamiento al de los dos precedentes. Aunque, en esta ocasión, no se trata de fundadores de una religión, sino de quienes, partiendo de alguna de ellas, concretamente de la Iglesia Católica, crearon sus propias corrientes de opinión que se apartaban de la ortodoxia para convertirse en herejes. El autor nos hace notar que la aparición de tales disidencias se produce en momentos de relajación de toda índole en la jerarquía eclesiástica. Así, en estas páginas aparecen el Círculo de Orleans o Sutiles de Espíritu, Tanchelmo, Pedro Valdo, los cátaros, los bogomiles, John Wycliffe, Lutero y Enrique VIII. Resumiendo, un breve recorrido por la historia de la heterodoxia.

¿Surcaron repentinamente las brujas el cielo de nuestras creencias? Parece ser que no, que tuvieron un origen muy a ras de tierra, como se deduce del capítulo noveno, La invención de las brujas. Para Kneale, en la Europa medieval y renacentista no había brujas, sino hechiceros. ¿En qué se diferencian? Pues en que estos últimos tenían un pensamiento común: que todas las cosas naturales están unidas por vínculos invisibles, mientras que la brujería no era una creencia practicada por nadie; pero sí era una creencia el miedo a las brujas. Y que tuvo este temor un nacimiento y que, por tanto, no se trataba de algo innato, lo demuestra el hecho de que solo se daba en Europa y África y no en el resto del mundo. Se asombra el autor de que esta creencia no se diera en la oscura Edad Media, sino, más bien, en la más ilustrada del Renacimiento. El libro del dominico Heinrich Kramer, Malleus Maleficarum, dio origen a la demonología y a la caza de brujas, de algún modo incentivada por la Inquisición. Pero, lo mismo que apareció tal creencia, desapareció paulatinamente. ¿Cómo? Por simple superación en Europa.

El décimo y último capítulo de la obra lleva por título La invención de nuevos consuelos, al que dedica un considerable número de páginas. En él, Kneile intenta abarcar los movimientos “religiosos” más recientes, intentando penetrar en el motivo de su éxito. Así, arranca en China con Hong Xiuquan y su Sociedad de los Adoradores de Dios, imbuidos de una mezcolanza de ideas occidentales y otras de su país de origen; le sigue Marx, de quien opina que su mayor capacidad de seducción se sitúa en su visión del fin del mundo, al menos del mundo capitalista, con el triunfo y recompensas a quienes lo merecían, los proletarios; también analiza a Sayyid Qutb y su obra Justicia social en el Islam. Y se pregunta el autor qué tienen estos tres personajes en común y se responde afirmando que los tres ofrecían un remedio para el mismo mal: el patriotismo herido. Y no acaba aquí. Se repasa los inicios del mormonismo, con su fundador Joseph Smith, con su Libro de Mormón; también aparecen Madame Blavatsky; ambos procuraban un consuelo en tiempos de cambios acelerados y turbulentos. Finalmente, List, Jürg Lanz von Liebenfels, Karl Maria Wiligut y Ron Hubbard con su dianética, alemanes o austriacos, que ofrecían consuelo frente a un pánico nacional. Un recorrido sobre un campo muy amplio, hábil y razonablemente utilizado por el autor como sustento de la tesis fundamental de su obra.

Desde luego, se trata de un libro sumamente interesante. Interesante y, además, de cómoda y asequible lectura, pues se plantea con amenidad, narrándonos historias de la historia, a fin de ilustrar y apoyar su tesis de que las creencias religiosas son fruto de la humanidad. Tarea menos complicada cuando se trata de aquellas más próximas a nosotros en el tiempo; más ardua es cuando se refiere a épocas pretéritas, prehistóricas. Pero, pese a ello, Kneile sale airoso del reto. Otra cuestión es si se coincide o no con las consecuencias que extrae de sus hipótesis. Y, aunque aduce en la bibliografía abundantes documentos que le apoyan, hay otros, tan numerosos como mínimo, que discrepan. El hecho de incluir al final de la obra el aparato crítico, junto a la mencionada bibliografía, aporta una ventaja para facilitar al lector el acceso a los contenidos. Una entrevista, realizada al autor, en diciembre de 2013, puede resultar interesante para, en sus propias palabras, entender su objetivo.

Índice

Introducción

1. La invención de los dioses
Alguien cogió un trozo de colmillo de mamut
Un nuevo pasatiempo en una montaña pelada
Vestirse para desayunar

2. La invención del Paraíso
Cabo Cañaveral de reyes muertos
Zaratustra y amigos
Venganza de lo sobrenatural

3. La invención de los pactos con Dios

4. La invención del fin del mundo
Cuidado con lo que profetizas
El fin del mundo equivocado
El Sueño de Daniel: las secuelas

5. La invención de un cielo humilde
Superando obstáculos
Jesús para paganos

6. Invención de una religión, invención de una nación

7. La invención en otros lares
Éxtasis en la sobria China
Sangre, calendarios y el juego de pelota

8. Invenciones disidentes
Reírse durante todo el camino hasta la pira
Abrir la caja de Pandora

9. La invención de las brujas

10. La invención de nuevos consuelos
Bálsamo para heridas nuevas
Esperando la revolución
Avanzando hacia el pasado
Colmando el gran vacío

Notas
Bibliografía y lecturas recomendadas
Índice analítico

Notas sobre el autor

Matthew Kneale (Londres, 1960) estudió Historia Moderna en la Universidad de Oxford. Es autor de varias novelas, incluyendo English Passengers(2000), que ganó el Whitbread Award y fue preseleccionada para el Booker Prize. En Japón, donde residió, comenzó a escribir. También ha viajado por Europa, América Central y Sudamérica. Actualmente vive en Roma. Es autor también de las siguientes novelas: Whore Banquets, Inside Rose’s Kingdom, Sweet Thames, Small Crimes in an Age of Abundance, Powder y When We Were Romans.