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La mitad de los norteamericanos ha vivido una experiencia espiritual

El Instituto Metanexus de Filadelfia, que trabaja por aunar en un mismo esfuerzo de conocimiento ciencia, religión y humanidades, ha llevado a cabo el National Spiritual Transformation Study (NSTS, un análisis que se enmarcó en la General Social Survey (GSS Encuesta Social General estadounidense) de 2004, y con el que se han intentado describir las transformaciones espirituales de las vidas de los norteamericanos.

El análisis fue realizado a través de una encuesta de tres preguntas para determinar si la gente había tenido alguna vez una experiencia de transformación espiritual o religiosa: si en algún momento de sus vidas habían adquirido un compromiso personal con la religión, si alguna vez habían pasado por una experiencia religiosa que hubiera cambiado sus vidas y, finalmente, si habían vivenciado un “renacimiento” espiritual que les hubiera hecho sentirse comprometidos con la figura de Cristo.

Alrededor de la mitad de los adultos encuestados afirmaron haber sufrido una transformación espiritual en algún momento de su existencia, y el 23% señalaron haber vivido un renacimiento espiritual. Según informa la revista The global spiral, de dicho Instituto, el 11,7% de esa misma mitad aseguró haber vivenciado una de las tres cuestiones planteadas, y el 5,9% dos de ellas, pero no con la sensación de haber nacido de nuevo.

Factores desencadenantes

El informe señala que estas transformaciones no dependían de la demografía ni estaban relacionadas con el estatus socio-económico de los encuestados. Tampoco parece haber relación con la edad de las personas, lo que señalaría que estos cambios ocurren mayormente en la juventud (en el 61% de los casos alrededor de los 29 años).

Por otro lado, dos factores parecen influir especialmente en estos cambios espirituales: la implicación religiosa previa, aunque no sea explícita o habitual y no se tenga una gran fe; y el hecho de enfrentar un problema personal grave, como una enfermedad, un accidente o la cercanía de la muerte propia o de un ser querido.

A la hora de describir el “paso” de la transformación espiritual, la inmensa mayoría de los encuestados no lo hicieron. Hay un antes y un después, pero no se marca la transición entre ambos. Los pocos encuestados que sí hablaron de ello, por otra parte, señalaron una amplia gama de aspectos: visiones, experiencias cercanas a la muerte, diálogo íntimo con Dios, etc.

Cambios en la vida

De cualquier manera, sus experiencias hicieron, según ellos, surgir importantes y duraderos cambios en sus vidas, como el fortalecimiento de su religiosidad o espiritualidad, la mejora de su comportamiento personal o carácter, o un mayor aprecio hacia la vida y su sentido. Además, estas personas señalaron que la transformación espiritual les había hecho comenzar a vivir de una manera menos rutinaria o aburrida.

Estos resultados vienen a coincidir con otra encuesta realizada por el científico Andrew N. Christopher, del Departamento de Psicología del Albion College, que demostró que la religiosidad aumenta la satisfacción vital, aunque que si va acompañada de dudas religiosas se convierte en una fuente de insatisfacción.

Tal como explicó el propio Christopher en declaraciones a Tendencias21, la importancia de la religión radica en que otorga sentido a las vidas, aunque esta capacidad no es exclusiva de las creencias religiosas, y de ahí su importancia en el bien estar.

No sucede lo mismo con la salud, parece señalar la encuesta del Insitituto Metanexus: a pesar de las variaciones importantes y positivas de las transformaciones religiosas en los individuos, el impacto del cambio espiritual no afecta a la salud.

Esta constatación choca con un estudio científico realizado por el Centro Médico de la Universidad de Pittsburg (UMPC, de Estados Unidos, que descubrió que el aumento de la esperanza de vida que se deriva de una actividad religiosa semanal es comparable a los beneficios que genera para la salud el ejercicio físico regular o el consumo de medicamentos para reducir el colesterol. Según dicho estudio, estas tres medidas pueden por igual aumentar la esperanza de vida entre tres y cinco años de media.