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Lo metafísico y los religioso son creencias humanas básicas, según el historiador McIlhenny

Ryan McIlhenny es un profesor de historia en el religioso Providence Christian College de California, en Estados Unidos. Autor de numerosos artículos y conferencias académicas, recientemente ha publicado en la revista The Global Spiral del Instituto Metanexus una reflexión sobre la posmodernidad y el mantenimiento de la experiencia religiosa.

Empieza McIlhenny señalando que el proyecto de la Ilustración (movimiento cultural del siglo XVIII que propugnaba la aplicación de la razón en todos los órdenes de la vida) no ha conseguido finalmente eliminar la religiosidad humana ni el interés humano por lo metafísico.

Las razones son explicadas por McIlhenny haciendo referencia a tres autores distintos: William Connolly (profesor de ciencias políticas de la universidad John Hopkins de Estados Unidos), el historiador de la Universidad de Chicago Dipesh Chakrabarty, y el filósofo Alvin Plantinga, especializado en metafísica y filosofía de las religiones.

Caída actual del dogma del secularismo

Según McIlhenny, estos autores rehúsan apuntarse al clamor general en contra de la religión para ofrecer diversas aproximaciones conceptuales y metodológicas a su estudio.

En primer lugar, McIlhenny menciona el libro de Connolly, Why I am Not a Secularist, en el que el autor define el secularismo como “el deseo de proporcionar un espacio público autoritario y autosuficiente preparado para regular y limitar las disputas religiosas en la vida pública”.

Para conseguir esto, según Connolly, el secularismo ha terminado por convertirse en aquello que inicialmente pretendía desterrar: un dogma basado en una creencia exagerada, en una fe ciega.

Connolly hace referencia a los trabajos del neurofisiólogo Joseph LeDoux –que han revelado que la mente exhibe constantemente impulsos irracionales- para defender que una parte esencial de la mente humana es irracional o, más específicamente, pre-racional. Esto significaría que nuestro cerebro es multifacético y que, por tanto, tratar de “liberarlo” de aquello que no sea razón (intento de la Ilustración antes mencionado) limitaría nuestra capacidad para comprender el mundo.

Según Connolly, dado que es imposible “acabar” con los aspectos “irracionales” de la mente, un pluralismo metafísico/religioso abierto que estuviera presente en la vida pública ayudaría a forjar una cultura adaptada a la pluralidad multidimensional de la vida contemporánea.

Estudiar actualmente la religión

Para introducir al segundo autor, al historiador Dipesh Chakrabarty, McIlhenny escribe: “los historiadores se enfrentan a la dificultad de re-conceptualizar la religión en la era postmoderna”.

Según McIlhenny, esta “reconceptualización” religiosa podría hacerse a partir de las ideas de Chakrabarty. Este historiador propone una pluralidad de historias en la “Historia”. La historia 1 y la historia 2 (H1 y H2), que serían dos dimensiones conceptuales del tiempo independientes.

Según Chakrabarty, la historia debe asumir implícitamente la pluralidad de tiempos que han coexistido, y debe ser esencialmente una actividad epistemológica (relativa al estudio de la cultura humana).

McIlhenny señala que, por tanto, la historia no se debe reducir al empirismo y al materialismo sino que debe tener en cuenta la conceptualización, la memoria y la imaginación de los que la vivieron y protagonizaron.

Desde esta perspectiva, y al hilo de las propuestas de Chakrabarty, McIlhenny propone la existencia de múltiples historias complementarias para formar la “Historia”.

De manera similar, para elaborar el estudio y conseguir una mayor comprensión de cualquier religión actual deberían combinarse y entrecruzarse los análisis de diversos elementos que la conforman, como los textos conocidos, las comunidades que practican dicha religión o las prácticas seguidas.

Un lugar para la religión en la posmodernidad

En referencia al filósofo Alvin Plantinga, McIlhenny comenta que éste propone un sistema denominado “Epistemología Reformada”, que señala que ciertas creencias no pueden ser probadas por la razón, sino que deben ser aceptadas por fe. Las creencias de este tipo, según Plantinga y otros filósofos, serían «propiamente básicas», es decir, mantenidas porque uno tiene inclinación natural a creerlas.

Un ejemplo sencillo de estas creencias es el dolor de cabeza: no se puede probar en ningún sentido real que alguien tiene un dolor de cabeza, simplemente “se siente», y «se sabe» que es verdad.

De igual modo, señala Plantinga, la creencia en Dios no necesita llegar a través de la evidencia y el argumento, sino que puede ser una creencia «propiamente básica» fundada en una experiencia natural e intuitiva.

Desde esta perspectiva, la fe en Dios no necesitaría una argumentación de la existencia de Dios, como reclaman los empiristas, sino que tendría su origen en la mente humana. Así, no habría que confundir el creer en Dios (una posición epistemológica) con la existencia o no de Dios (una cuestión ontológica). Esta perspectiva, en definitiva, podría establecer un lugar válido a lo religioso en la era postmoderna.

En definitiva, escribe McIlhenny, estos tres autores han señalado los fallos en la base del proyecto de la Ilustración e invitan a una revisión radical de sus preceptos en contra de lo humano irracional y religioso.