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Los niños creen en Dios o en los gérmenes por razones distintas

Paul Harris es un psicólogo de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, especializado en el estudio del desarrollo de la cognición, la emoción y la imaginación en la infancia.

Autor de diversos libros, como The Work of the Imagination, Harris ha centrado en los últimos años sus investigaciones en dos cuestiones concretas: la confianza de los niños en sus propias observaciones y en las cosas que les dicen los adultos (por ejemplo, sobre temas religiosos, históricos o científicos) y la comprensión que los niños tienen sobre los estados mentales, incluidos los estados emocionales.

En su último estudio, cuyos resultados han aparecido publicados en la revista Journal of Cognition and Culture, Harris ha analizado, con la ayuda de dos especialistas españoles, las creencias de los niños católicos.

Para ello, los científicos analizaron los conceptos que los niños tenían sobre diversos tipos de entidades no observables, aunque constatadas por la ciencia o defendidas por la religión.

Creer por razones distintas

Los niños estudiados fueron divididos en dos grupos: uno de niños de entre cuatro y nueve años, y otro de niños de entre 10 y 12 años.

En el caso de los niños más pequeños, el estudio confirmó que éstos confiaban en la existencia de entidades definidas por la ciencia, como los virus, de la misma forma que confiaban en las entidades definidas por la religión, como Dios. Ambos grupos de niños se mostraron escépticos sobre la existencia de algunos seres mitológicos, como las sirenas.

Según publica la revista Epiphenom, en el caso de los niños del segundo grupo, de entre 10 y 12 años, éstos presentaban una firme convicción tanto de la existencia de Dios como de la del alma.

Por otro lado, estos niños creían también en entidades o realidades invisibles de las que se les había hablado desde la ciencia, como los gérmenes o el oxígeno.

Lo que Harris y sus colaboradores analizaron en este segundo grupo fue si los niños mantenían ambos tipos de creencias –las religiosas y las científicas- en entidades y realidades invisibles, por razones distintas en cada caso.

Para averiguarlo, los científicos preguntaron a los niños cómo sabían ellos que dichas entidades existían. Las respuestas de los niños, que resultaron reveladoras, fueron divididas en cuatro categorías.

Cuatro categorías

Primera categoría: los niños de entre 10 y 12 años señalaban creer en dichas entidades como consecuencia de haber tenido algún contacto con ellas o haberse encontrado con ellas.

Segunda categoría: los niños afirmaban creer en dichas entidades porque una fuente escrita u otra autoridad afirmaba su existencia.

Tercera categoría: los niños señalaron que creían en dichas entidades porque un rasgo de éstas les parecía una explicación de su existencia (por ejemplo, “los gérmenes están en las cosas sucias” o “las almas existen porque cada uno tiene su forma de ser”).

Cuarta categoría: los niños afirmaron que sus creencias se basaban también en el hecho de que la existencia de estas entidades cumplían algún propósito o cubrían alguna necesidad (por ejemplo, “Dios existe porque nos enseña el camino”).

Fe por causalidad

En lo que se refiere a la diferencia entre las razones dadas para las creencias religiosas o científicas, los niños propusieron causas diversas para el mantenimiento de sus ideas religiosas.

En cambio, en lo que se refiere a su fe en la existencia de entidades invisibles pero definidas por la ciencia, su razonamiento se basó enteramente en las propiedades generalizadas o en la naturaleza de la entidad.

Para profundizar en este aspecto, los investigadores dividieron aún más estos argumentos de «propiedades», en si tenían o no explicaciones causales («los gérmenes causan enfermedades» o «Dios nos ha creado a todos»).

Para las entidades religiosas, sólo el 17% de las ya relativamente pocas explicaciones bajo esta categoría fueron causales. Para las entidades científicas, el porcentaje fue de casi el 100%.

En otras palabras, estos niños españoles racionalizaban sus creencias en entidades científicas casi exclusivamente en términos causales. Sus creencias religiosas, por el contrario, fueron justificadas de varios modos que casi nunca eran causales.

Se fían más de la ciencia

En un estudio anterior, realizado también por Paul Harris en colaboración con Melissa Koening, de la Universidad de Chicago, se investigó la forma en que los niños aprenden sobre ciencia y religión.

En este caso, los datos obtenidos revelaron que, para los niños, los conceptos religiosos que no pueden demostrarse resultan menos fiables que los científicos, aunque éstos, en algunos casos, también sean indemostrables.

Tal como explicaron en 2006 los autores de esta investigación en la revista Child Development, los niños confían más en la información científica acerca de objetos invisibles que en aquellas ideas del dominio de lo espiritual.

Una de las posibles razones de este comportamiento infantil tendría que ver con la actitud de los padres ante la ciencia y las creencias religiosas, señalan los científicos: cuando los padres o profesores hablan a los niños de, por ejemplo, los virus o el hígado, lo hacen de tal manera que parecen totalmente convencidos de su existencia y funcionamiento, aunque resulten tan invisibles como cualquier deidad. Sin embargo, cuando hablan de Dios a los niños, los adultos tienden a ser demasiado efusivos, lo que tal vez provoque dudas en las mentes infantiles.