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China vista por Kissinger

Henry Kissinger: China. Barcelona: Debate, 2012 (624 páginas).

China es uno de los países que, con diferencia, mayor atención e interés ha suscitado en la política mundial durante las últimas décadas.

Sólo basta con echar un vistazo a la creciente producción bibliográfica de la que ha sido objeto para advertir esta tendencia. Desde prácticamente todos los ángulos ―histórico, político, periodístico, económico e internacional, entre otros―, la emergencia económica y política china en la escena mundial no ha dejado indiferente a nadie.

Entre los numerosos títulos ofertados, algunos destacan no sólo por el tema del que se ocupan, sino también por quién se ocupa del tema. Este es el caso de la voluminosa obra sobre China firmada por Henry Kissinger, antiguo Secretario de Estado norteamericano (1973-1977) durante las presidencias de Nixón (1973-1974) y Ford (1974-1977).

Con un estilo en el que se mezcla la perspectiva histórica con pinceladas autobiográficas y el ensayo en materia de política internacional, Kissinger despliega todo su bagaje político y académico en su aproximación a China.

La importancia otorgada a su historia, y en particular a la humillante dominación que ejercieron las principales potencias de la época, permite al autor contextualizar la política exterior que desarrolló posteriormente la China maoísta.  Su teoría de los tres mundos (superpotencias, mundo desarrollado y Tercer Mundo) resultará imprescindible para comprender la no siempre entendida política exterior china, en particular,  durante el periodo de la Guerra Fría.

En esta tesitura, una de las claves en la que abunda el autor, por su implicación personal, es en el proceso de acercamiento que protagonizaron Estados Unidos y China al mismo tiempo  que entre Moscú y Pekín se registraba un creciente distanciamiento, que desembocó en el conocido cisma sino-soviético.

Otra etapa no menos importante que aborda es la transición y lucha por el poder que siguió a la desaparición de Mao, en la que finalmente se impuso Deng Xiaoping después de pasar por numerosas vicisitudes. Junto con Zhou Enlai, Deng recibe un cálido tratamiento  a lo largo del libro.

Estados Unidos y China han registrado numerosos desencuentros en distintos momentos, desde la guerra de Corea (1950-1953) y de Vietnam (1965-1975) hasta los acontecimientos más cercanos de la Plaza de Tianiamen (1989) y los recelos estadounidenses acerca de las teorías del supuesto “ascenso” o “auge pacífico” de China, entre otros.

Desde la perspectiva realista de las Relaciones Internacionales a la que pertenece el autor, Kissinger otorga una explicación de la relación bilateral entre Washington y Pekín en los términos de la primacía de los imperativos geopolíticos sobre los límites de la ideología. 

En concreto, para China el acercamiento a Estados Unidos era un baluarte frente al temido expansionismo soviético; y, viceversa, la aproximación de Washington a Pekín no sólo contribuía a la división y debilitamiento del bloque socialista o contra-hegemónico, sino que también buscaba su enfrentamiento y destrucción.

Esta máxima realista es expuesta por el propio Kissinger: ante el dilema de “escoger entre necesidades estratégicas y convicción moral”, cabe optar primero “por imponerse en la lucha geopolítica” para, luego, “llevar adelante finalmente las convicciones morales”. Sobre este particular es necesario recordar que El Príncipe de Maquiavelo es uno de los libros de cabecera de los realistas. 

Por último, en referencia al futuro de las relaciones sino-estadounidenses y su importancia para el conjunto de la sociedad internacional, el autor sugiere la necesidad de un diálogo y consulta permanente entre ambos países, en aras de forjar conjuntamente un orden mundial. Semejante escenario no descarta el conflicto ante la ausencia de acuerdo, como se desprende de la cita de La paz perpetua de Immanuel Kant en la conclusión del libro.