Vidrio fabricado con excrementos de ciervo, botellas vacías para no ahogarse en la piscina, plantillas de cáscara de naranja, escarabajos comedores de plástico y dispositivos que premian la entrega de colillas. Estas ideas no han salido de sesudos científicos, sino de los chavales que este mes han participado en Tenerife en la First LEGO League, un encuentro donde 116 equipos de menores de 16 años de 40 países han demostrado su capacidad para dirigir robots de LEGO y proyectos científicos. El objetivo del concurso, organizado por la Fundación Scientia y el Cabildo de la isla, es despertar las vocaciones científicas y tecnológicas entre los más jóvenes mediante un desafío temático anual –el de este año es cómo gestionar los residuos–, que hay que resolver en tres partes. La primera y más popular es el , donde los participantes enfrentan a sus máquinas armadas con piezas, motores y sensores de LEGO a varias misiones (demoler un edificio, limpiar, reciclar material) durante 2 minutos y medio. Para ello se preparan meses antes, en los que programan y ponen a prueba sus robots. Las otras dos partes, que hay que explicar en inglés ante un jurado internacional, son demostrar cómo se han integrado valores esenciales en la competición (trabajo en equipo, creatividad, resolución de problemas) y la presentación de un proyecto científico. Después se consideran las tres puntuaciones y se establecen diversos premios. En esta edición, un equipo alemán formado por ocho chicos y chicas de Heidelberg ha batido el récord mundial de puntuación en programación de robots, y el vencedor general ha sido el equipo brasileño Sesi Robotics School, pero uno de los valores de FLL recalca: "Lo que descubrimos es más importante que lo que ganamos". Esto se hace patente en la multitud de proyectos de ciencia que han desarrollado los chavales, una faceta mucho más desconocida del concurso. En nuestro caso no hemos llegado hasta aquí por los robots, sino por nuestro proyecto científico, explica por ejemplo Ericka, del equipo Robocoons mexicano: A partir de un artículo de un profesor de la Universidad de Stanford, donde se explicaba que las larvas de un escarabajo eran capaces de biodegradar plásticos de poliestireno, hemos realizado experimentos y descubierto que también los escarabajos adultos lo pueden hacer. Además hemos cuantificado, según distintas condiciones, el plástico que se transforma en excrementos biodegradables y sus posibles usos.
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