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De la desgracia de ser árabe

De la desgracia de ser árabe

De la desgracia de ser árabe

Samir Kassir: De la desgracia de ser árabe. Córdoba: Almuzara, 2006, Primera edición (124 páginas); y Segunda edición, 2014 (104 páginas). Traducción de Antonio Lozano.
 
“No es recomendable ser árabe en nuestros días. (…) Desde cualquier ángulo que se mire, el panorama es sombrío, sobre todo si se compara con el de otras partes del mundo. (…) el mundo árabe es la región del planeta donde el hombre tiene hoy menos posibilidades de realizarse. Y más vale no hablar de la mujer”. Con estas palabras, extraídas del prólogo, comienza este ensayo el académico y periodista libanés Samir Kassir (1960-2005).
 
Pese a este diagnóstico sombrío, reconoce el autor que esa “desgracia” no siempre ha acompañado a los árabes, pues en un tiempo “no muy lejano” encaraban “el futuro con optimismo”. En particular, durante el proceso de renacimiento cultural registrado en la segunda mitad del siglo XIX, conocido como Nahda. Periodo en el que las sociedades árabes se adentraron en la senda de la modernización, se produjeron importantes cambios sociales y se reformuló la cultura árabe.
 
Incluso en el ámbito de las relaciones internacionales, prosigue el autor, los árabes protagonizaron algunas importantes referencias: el Egipto de Naser en la emergencia del eje afro-asiático o del Tercer Mundo y del Movimiento de Países no Alineados; la Argelia independiente en un modelo de emancipación para el continente africano; y la resistencia palestina que “reivindicó el derecho de los pueblos”.
 
Ante este escenario, en el que si bien no se cosecharon “demasiados éxitos”, no era menos cierto que se “vislumbraba un futuro mejor”,  Samir Kassir se pregunta ¿cómo pudo cerrase este ciclo? “¿Cómo se llegó a despreciar una cultura tan viva y profesar el culto a la desgracia y la muerte?” A partir de aquí, el autor trata de responder a estas preguntas en los siete capítulos siguientes, abordando los diferentes aspectos de esa situación.
 
En esta dinámica, Kassir advierte el malestar existente en materia de desigualdad, injusticia social, deterioro medioambiental (desertización), superpoblación, carencia de perspectivas de futuro y una percepción comparativamente deficitaria en materia económica (ante crecimiento asiático) y política (ante democratización latinoamericana).
 
Todo esto, en conjunto, se resume en la impotencia “para ser lo que uno cree que debería ser” o “afirmar su voluntad de ser”; y que se ha visto agravada por las intervenciones de las potencias mundiales en la región y también por las regionales ­–como Israel– para hacer “literalmente cuanto le venga en gana”.  
 
En su repaso panorámico de los diferentes Estados árabes, advierte toda una serie de similitudes en cuanto a su carácter autoritario, personalista, nepotista, corrupto y represivo. Sus economías combinan las desventajas del capitalismo de Estado  y el ultraliberalismo, con una incapacidad crónica para gestionar sus recursos humanos.  
 
A su vez, la lucha contra el terrorismo o yihadismo se ha transformado en la gran coartada para acallar el debate público y subyugar a las sociedades. Lejos de una supuesta predisposición cultural, su déficit democrático es fruto de la propia configuración del Estado. Su unidad tiende a ser cuestionada, sus instituciones carecen de toda credibilidad, sus ciudadanos son concebidos como súbditos y su soberanía ha sido limitada económica, financiera y políticamente por la hegemonía que ejercen los actores externos.
 
En prácticamente todos los países árabes se ha registrado un auge del islamismo, con una reislamización de las sociedades evidenciada en el uso del hiyab por las mujeres y una coacción a la libertad de pensamiento. Semejante tendencia no es ajena a la crisis ideológica que ha propiciado el recurso a la religión para “canalizar la frustración y articular la demanda de cambio”. No obstante, considera que el Islam político forma parte del problema y no de la solución.
 
Sostiene Samir Kassir que, lejos de ser estructural, esta situación responde a una determinada coyuntura histórica, pues no siempre las cosas transcurrieron de este modo. Sin necesidad de recurrir al falso consuelo de las glorias del pasado, el autor recuerda que hasta hace relativamente poco las sociedades árabes eran muy dinámicas y optimistas, embarcadas en un proceso de modernización que arranca desde la Nahda; y que eran parte integrante e incluso, en ocasiones, dirigentes de la revolución modernizadora en el Tercer Mundo.
 
Calificada como hija de la Ilustración europea, la Nahda fue un punto de inflexión, de reemergencia cultural (en literatura, pintura, música y cine) que no concluyó con la Primera Guerra Mundial y el ocaso del Imperio otomano. Por el contrario, su actitud se extendió durante el periodo de entreguerras, de dominio europeo (británico y francés), e incluso se prolongó hasta los años cincuenta y sesenta.
 
Esta dinámica modernizadora tuvo una implantación desigual. En los países árabes del Golfo se limitaron a importar y consumir bienes modernos, pero sin asumir su impacto social como se deriva de la reclusión en la que permanecieron sus mujeres o el uso generalizado del atuendo tradicional. Las reacciones a la modernización también fueron diferentes, la islamista surgió a principios del siglo XX.  Pero entonces era una corriente minoritaria, sin el protagonismo social y político que cobraría a partir de los años ochenta, con la emergencia del puritanismo. Como señala el autor,  el problema no fue “resultado de la modernidad, sino de su fracaso”.
 
En relación con lo anterior, buena parte del fracaso de la modernización social y política de las sociedades árabes tiene mucho más que ver con su geografía que con su historia. En concreto, su ubicación geopolítica, estrechos, canales y recursos geoestratégicos, unido a la implantación de un Estado foráneo en el corazón del mundo árabe, explicaría su inestabilidad y turbulencias durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI.
 
Por último, el autor señala que la decepción y la pérdida de toda esperanza de cambio puede ser la peor de las desgracias.  Semejante percepción, de estar en un “callejón sin salida”, se ha visto renovada actualmente con la frustración de las expectativas suscitadas por la denominada primavera árabe, con un panorama que, más que sombrío, resulta desolador.
 
Aunque este texto fue publicado originalmente en 2004 y publicado por la editorial cordobesa
Almuzara en 2006 (y su segunda edición en 2014), el diagnóstico que realiza de las sociedades y Estados árabes resulta muy revelador para comprender las posteriores revueltas de 2010-2011.
 
Pese a que el autor no llegó a observar ni participar en estos acontecimientos, fue una figura destacada en el movimiento de oposición a la presencia militar siria en el Líbano, conocido como la revolución del cedro o de los cedros y, también, como la Intifada de la independencia o primavera de 2005. Su compromiso con la libertad fue irrenunciable y pagó un alto precio con su asesinato en Beirut en julio de 2005. Aunque sigue sin esclarecerse,  su autoría se atribuyó a los servicios secretos sirio-libaneses.
 
 
 
 

RedacciónT21

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