Salah Jamal: Nakba. 48 relatos de vida y resistencia en Palestina. Barcelona: Icaria, 2018 (264 páginas), con ilustraciones de Miquel Ferreres.
Ningún otro acontecimiento en la historia contemporánea ha marcado tanto el destino de los hombres y mujeres de Palestina como la Nakba (catástrofe), término que hace referencia a la transformación geopolítica y demográfica de Palestina a partir de 1948, cuando se implantó y expandió el Estado de Israel a más de tres cuartas partes del territorio palestino, hasta entonces bajo dominación colonial del Mandato británico.
A diferencia de otros países de la región árabe y, en concreto, de Oriente Próximo, la colonización en Palestina no fue dejada atrás como sucedió en Líbano, Siria, Irak o Jordania, con la emergencia de nuevos Estados independientes, pese a las deficiencias que se puedan advertir en este proceso.
Por el contrario, en el caso palestino los planes coloniales se extendieron mucho más allá del periodo de entreguerras, de dominio colonial europeo (británico y francés, principalmente); y se estableció una colonia de asentamiento en Palestina en términos similares a la Sudáfrica del apartheid, pese a las obvias diferencias o peculiaridades de cada situación.
En contraste con una colonia de factoría, establecida con el propósito de explotar las riquezas del país y la mano de obra indígena, la de asentamiento se caracteriza no tanto por la explotación como por la apropiación de todo el país y, en particular, por reemplazar a su población nativa por otra foránea.
De manera que el proyecto colonial sionista de finales del siglo XIX se transformó en una realidad a mitad del XX en Palestina y, a su vez, Palestina dejó de ser una realidad a partir de entonces y se vio transformada en una tragedia, que se prolonga hasta hoy día, sin visos de resolución. Del mismo modo, la población autóctona de Palestina fue objeto de una limpieza étnica que se prolonga hasta la actualidad de una manera más sutil y a cuenta gotas, pero cobrándose las mismas consecuencias de dispersión y exilio.
El autor ilustra la paradoja de esta situación cuando regresa de visita a su tierra natal, y se ve sometido a un interrogatorio por un soldado israelí que, en perfecto español, le pregunta por su lugar de nacimiento y el de sus ancestros, la respuesta de Salah Jamal es siempre la misma: Nablus (Palestina); y así podría remontarse hasta perderse en la memoria de los tiempos. Pero cuando el autor pregunta al joven soldado israelí cómo habla tan bien español, éste responde que ha nacido en Argentina, también sus padres, aunque sus abuelos habían llegado a Buenos Aires desde Ucrania y, seguidamente, corta la conversación cuando es preguntado por sus tatarabuelos.
Rememorando 1948, Salah Jamal narra en 48 relatos, en clave individual (personal y familiar), pero también colectiva (pública y política), el impacto de la Nakba en el conjunto de la sociedad palestina. Si bien buena parte de estos relatos están centrados en la ciudad de Nablus, de la que es originario, situada en Cisjordania y ocupada posteriormente en 1967, no es menos cierto que las consecuencias de la Nakba se vieron reflejadas en el conjunto del territorio palestino e incluso en los países limítrofes con la llegada masiva de las personas forzadas al desplazamiento y refugiadas.
Entre el amplio abanico de temas que aborda el autor, además de la referida limpieza étnica, el terror psicológico que la propició y el desplazamiento forzado que provocó, cabe reseñar las estrategias familiares y colectivas de supervivencia adoptadas a partir de entonces, con cierto apoyo internacional mediante la creación de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo) en 1949.
No menos importante fue la administración de los territorios y población palestina, que todavía no se encontraban bajo la ocupación israelí, como Cisjordania y Jerusalén Este, anexionados por Transjordania en 1950 (a partir de entonces pasó a denominarse Reino Hachemita de Jordania); y la Franja de Gaza administrada por Egipto. Así mismo, recoge el autor las expectativas que suscitó el liderazgo de Naser tras la toma del poder en 1952, otorgándole una dignidad y esperanza a los pueblos árabes de las que carecían hasta entonces, gobernados por regímenes neocoloniales.
Entonces el medio de comunicación por excelencia era la radio, toda una generación fue políticamente socializada por este medio, que reunía en torno al mismo a diferentes personas del entorno familiar, vecinal, social o laboral para escuchar las noticias y los discursos de sus líderes políticos. Naser era entonces la estrella más brillante, acompañada en el espacio artístico de otra estrella similar en la voz de la cantante, también egipcia, Um Kalzum.
Como muchas otras familias palestinas, la de Salah Jamal nunca más volvió a reunirse, la tragedia de la persistente Nakba jamás permitió que las personas que la integraban se volvieran a agrupar bajo el mismo techo y calor familiar. Los hermanos y las hermanas mayores apenas llegaron a conocer y, menos aún, tratar a los menores; y viceversa. Se habían impuesto las mencionadas estrategias familiares de supervivencia.
Por lo general, los miembros mayores salían fuera de su entorno en busca de trabajo. Los ricos países del Golfo acogieron buena parte de esa amplia mano de obra, que incluía la cualificada por cuanto requerían también de profesionales liberales para acompañar su rápido crecimiento económico a raíz del boom del petróleo. A su vez, las remesas que remitían estos trabajadores permitían el sustento familiar e incluso, en no pocos casos, costeaban los estudios universitarios a los hermanos menores en otros países de la región árabe o bien más lejos, en Europa o América del norte.
En este mismo orden, narra la ocupación de 1967, el nuevo trauma que causó; así como su impacto político, social y económico en lo que a partir de esa fecha se conocerían como los territorios ocupados. La nueva limpieza étnica, realizada de manera más sigilosa, pero no menos contundente al revocar la residencia a todas aquellas personas que, siendo originarias de Palestina, se encontraban fuera de su tierra natal por las más variopintas razones: laborales, económicas, educativas, sociales o familiares.
En este mismo contexto, recoge las primeras manifestaciones contrarias a la ocupación israelí; además de la reemergencia del movimiento de resistencia palestino, después de que hubiera sido decapitado por el Imperio británico tras la rebelión anticolonial palestina de 1936 a 1939, mucho antes incluso que la producida años después en India. El nuevo movimiento reflejaba las principales tendencias políticas e ideológicas predominantes en el mundo árabe de la época, de carácter secular, nacionalista y progresista.
El género también ocupa un espacio importante en esta rememoración de Salah Jamal: en el espacio privado sus hermanas desempeñan un importante rol en las primeras etapas de su vida (infancia y adolescencia), incluso en su inicial formación política y contestación al peso de la tradición (recogida en las protestas de la hermana mayor); y en el ámbito público registra los cambios experimentados en su entorno social, donde se produce una mayor relajación y liberalización en las costumbres sociales (el hijab cae en desuso entre las más jóvenes), con mujeres activistas y con una creciente presencia en dicho espacio, público y colectivo.
Pese a la tragedia que narra en este texto entrañable, Salah Jamal no hace ninguna concesión al victimismo ni a ningún tipo de narcisismo o idealismo nacionalista. Por el contrario, su tono es sosegado y ameno, no falto de humor y de las ironías de la historia y de la vida misma. Su voz es simultáneamente individual y colectiva; además de crítica. Instalado en Barcelona desde hace cerca de cinco décadas, el autor participa de una mirada diaspórica: “No conocemos ni sentimos la patria hasta que la abandonamos o nos obligan a hacerlo”; y, al mismo tiempo, cosmopolita:
“Después de 48 años de vivir alejado de Nablus y de Palestina, jamás, ni un solo día han dejado de vivir en mí. Me pregunto el porqué, a pesar de mi desdoblamiento en otras identidades y de mi poco apego a las tradiciones, religión, terruño o cualquier otro sentimiento que podría condicionarme. Solo encuentro un irrefutable motivo: la injusticia que se cometió y se sigue cometiendo con el pueblo palestino”.
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