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Superman es árabe. Acerca de Dios, el matrimonio, los machos y otros inventos desastrosos.

Superman es árabe. Acerca de Dios, el matrimonio, los machos y otros inventos desastrosos.

Superman es árabe. Acerca de Dios, el matrimonio, los machos y otros inventos desastrosos.

Joumana Haddad: Superman es árabe. Acerca de Dios, el matrimonio, los machos y otros inventos desastrosos. Madrid: Vaso Roto, 2014 (208 páginas). Traducción de Jeannette L. Clariond y Giampeiero Bucci.

(Esta reseña apareció originalmente publicada en la revista Al-KubriNo.12, abril/junio 2014, pp. 19-20). 

Si en su ensayo anterior, Yo maté a Sherezade. Confesiones de una mujer árabe furiosa (Barcelona: Debate, 2011), Joumana Haddad contraponía al extendido estereotipo de las mujeres árabes (reducidas a una imagen uniforme, de  sumisión, opresión, analfabetismo, sujetas a la tradición y  ―cómo no― veladas), el antimodelo de mujer árabe activa, ilustrada, profesional, independiente, asertiva  e incluso rebelde, en su nueva entrega esboza diferentes pinceladas sobre los patrones predominantes de masculinidad, religiosidad y matrimonio en el mundo árabe.
 
Desde esta misma trayectoria y perspectiva, de crítica social, la autora arremete contra el modelo patriarcal, de una masculinidad configurada socialmente como metáfora de “Superman” que, lejos de la autenticidad y reconocimiento de sus temores, debilidades y errores, se parapeta detrás de una ficción de superioridad en prácticamente todos los aspectos y ámbitos de la vida.

Para romper con estos moldes, e introducir cambios sustanciales en las relaciones de género, Joumana Haddad reivindica la necesidad de una mayor equidad en las pautas de comportamiento. Esto es, que las “chicas” se sientan más “capaces e influyentes” y los “chicos” más “humanos: vulnerables, auténticos antihéroes, en lugar de campeones invencibles”. Además de abogar por una mayor participación de las mujeres en la política, por su independencia económica y porque la defensa de las mujeres no se reduzca sólo a éstas.
 
No disocia la autora estos roles tradicionales de las tres grandes religiones monoteístas que, entre otros denominadores, tienen en común una concepción patriarcal, de subordinación de la mujer al hombre, en la que las mujeres aparecen como “propiedad de los hombres”. 

Si bien reconoce que el sistema patriarcal es anterior al monoteísmo, no por ello deja de señalar la enorme influencia ejercida por las religiones monoteístas en la racionalización, institucionalización y reafirmación del patriarcado.  Su peso es visible en muchas sociedades de la región. Sin ir más lejos, la autora, siendo una mujer libanesa, se interroga si también es una ciudadana libanesa. Su respuesta es negativa. De hecho, considera que los libaneses carecen de la condición de ciudadanía mientras siga predominando el confesionalismo, el sectarismo y, por tanto, la discriminación por la adscripción religiosa de las personas y no por su pertenencia a una misma nación o comunidad civil.
 
El matrimonio como institución de reminiscencias patriarcales es objeto también de su escrutinio. En concreto, destaca tres rasgos caracterizadores. Primero, su carácter religioso y excluyente del matrimonio civil “en la mayoría de los países árabes”, aunque en algunos casos, como en el Líbano, se reconozcan los matrimonios civiles registrados en el extranjero. Segundo, su carácter patriarcal que “promueve la superioridad masculina y el poder sobre las mujeres”, con la atribución y reproducción de los roles más tradicionales y sexistas, de trabajo doméstico, crianza de los niños y obediencia al marido. Por último, tercero, por las expectativas irreales que crea, en particular, la idea de perpetuidad o sin fecha de vencimiento, que contribuyen ―en no pocos casos― a que sea vivido más como una prisión que como una elección.
 
Obviamente, el diagnóstico que presenta Joumana Haddad no es una patente exclusiva del mundo árabe e islámico, pese a las particularidades que reviste. En este sentido, se manifiesta contraria a cierto relativismo cultural que, en su opinión, termina defendiendo prácticas represivas y discriminatorias como el uso del “burka”, “la poligamia” e incluso “la mutilación genital femenina”. Por el contrario, considera que no existe una “libertad” y “dignidad” “árabe” y otra “occidental”. Del mismo modo que considera contradictorio, en sus propios términos, el denominado “feminismo islámico”.
 
En esta misma línea, denuncia los “delitos de honor” (léase crímenes) y el acoso sexual que, de manera creciente, sufren las mujeres (en particular, pero no sólo, en Egipto). Sin olvidar sus críticas a un sistema educativo que, tanto formal (en la escuela) como informalmente (en la familia o entorno social), reproduce los valores y pautas machistas.

Por último, la autora se muestra escéptica sobre los cambios sociales que puedan derivarse de la denominada “primavera árabe”. Considera que el apoyo cosechado por las opciones islamistas en los procesos electorales, con una agenda conservadora del orden social, refuerza ese estatus de subordinación y dependencia de las mujeres. Pese al panorama sombrío que dibuja, Joumana Haddad presenta un texto desenfadado, ágil y vitalista. 

RedacciónT21

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