Tendencias21
Valió la pena: Una vida entre diplomáticos y espías

Valió la pena: Una vida entre diplomáticos y espías

Valió la pena: Una vida entre diplomáticos y espías

Jorge Dezcallar: Valió la pena: Una vida entre diplomáticos y espías. Barcelona: Península, 2015, 3ª edición (480 páginas).
 
A medio camino entre la reflexión política y las memorias, el texto de Jorge Dezcallar es un testimonio de primera mano sobre la evolución de la política exterior española desde la transición democrática.
 
Ejemplo gráfico de los cambios experimentados por España desde entonces se recoge en la siguiente cita: “Cuando entré en la carrera diplomática exportábamos naranjas, y en este almuerzo, Obama, el hombre más poderoso del mundo, nos preguntaba por los trenes de alta velocidad y por nuestra política para fomentar las energías renovables…”.
 
Distendido, ameno y ligero son los adjetivos que acompañan, respectivamente, al tono, lenguaje y ritmo de estas memorias. Lejos de seguir un estricto orden cronológico, el autor se adentra por un itinerario más centrado en etapas profesionales o experiencias concretas de su carrera diplomática y, también, al frente de los servicios de inteligencia.
 
En esta línea, durante su período como director general de Política Exterior para África y Medio Oriente en el Ministerio de Asuntos Exteriores, cabe destacar la preparación, a contrarreloj, con apenas unos diez días de antelación, de la
Conferencia de Paz de Madrid, en 1991. En contraposición a la entonces propagada capacidad de improvisación asociada a España, Jorge Dezcallar resalta que, detrás de esta maratoniana contrarreloj, hubo un importante e intenso trabajo.
 
Previamente, en esta misma Dirección General también había asumido la preparación del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España e Israel, en enero de 1986. En su opinión, además de poner fin a una anomalía en el carácter universal de las relaciones diplomáticas, esa nueva condición situó a España como un interlocutor respetado por todas las partes en el conflicto. Sobre este particular llama la atención acerca de la posición europea,  entonces más unida que en la actualidad; y lamenta que un cuarto de siglo después “la paz en Palestina sigue tan lejos como siempre”.
 
Su paso por la embajada española en Rabat, considerada como la más sensible, es objeto también de una importante reflexión. Identifica las siempre complejas relaciones bilaterales entre España y Marruecos con dientes de sierra, por sus constantes altibajos debido a las sensibilidades, pasiones e intereses contrapuestos en numerosos temas: Ceuta y Melilla, conflicto del Sáhara Occidental, delimitación de las aguas en el Mediterráneo y en el Atlántico, narcotráfico, seguridad jurídica de las inversiones, corrupción e inmigración.
 
En esta misma dinámica, dedica también algunas reflexiones a las relaciones bilaterales de España con el Vaticano y con Washington, sus dos últimos destinos como embajador; y en momentos igualmente delicados.
 
Además de reseñar la sofisticada diplomacia vaticana, Dezcallar refiere las fricciones surgidas entre el gobierno de Zapatero y el Vaticano a propósito del matrimonio entre personas del mismo sexo, acortamiento en los plazos para el aborto, enseñanza de la religión en la escuela, financiación de la Iglesia e investigación con células madre.
 
Su destino en Washington coincidió con el relevo de Bush por Obama en la Casa Blanca. Su principal cometido como embajador era recomponer las deterioradas relaciones bilaterales. A este reto se sumaron otras dificultades derivadas principalmente de la crisis que, en particular, afectó a la imagen de España en Estados Unidos. Y recuerda que los limitados recursos de la embajada española dificultaban abordar un país tan inmenso e importante; además de señalar otros problemas de coordinación interministerial y del gobierno central con su embajada. 
 
Un paréntesis en su carrera diplomática fue la dirección de los servicios de inteligencia (2001-2004), entonces denominados como Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) y luego renombrados como Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
 
Su objetivo o encargo era “civilizar, modernizar y democratizar” unos servicios algo afectados en su imagen por los escándalos de las escuchas ilegales y el caso Perote. Con ese cometido, se situaba a un civil al frente de los mismos, con gran aceptación por todo el arco parlamentario, desde el gobernante Partido Popular hasta Izquierda Unida; y se ajustaban dichos servicios al Estado de derecho y a los controles habituales (político, jurídico, económico y parlamentario) en los países de su entorno.
 
Durante el periodo que estuvo al cargo del CNI se produjeron los atentados del 11-S, la intervención de Estados Unidos en Iraq y el mayor atentado en la historia de España, el 11-M. Sin olvidar el golpe que sufrió el CNI con la muerte de sus agentes en Iraq, y a los que dedica Dezcallar las palabras más emotivas de toda su obra; y por extensión, también, a la entereza y abnegación de sus familiares.
 
En estos capítulos, “Me faltó tiempo” (en alusión a la pendiente agenda de reformas y, en particular, a propiciar una mayor coordinación en la lucha contra el terrorismo) y “Madrugada sangrienta”, el autor desvela la creciente discrepancia entre el CNI y el entonces presidente del Gobierno, Aznar, respecto al fenómeno terrorista y a la guerra de Iraq.
 
Frente a la visión militarista de la administración neoconservadora estadounidense, de la que participaba Aznar, rodeado de acólitos que le hicieron un “flaco favor”, el CNI no avalaba la tesis de la posesión de armas de destrucción masiva en Iraq. Simplemente ni reconocía su existencia ni tampoco la descartaba; además de subrayar que la intervención militar carecía de soporte jurídico.
 
Estas discrepancias aumentaron hasta desembocar en el desencuentro ante los atentados del 11-M. Si bien, en un principio, todas las líneas de investigación —incluida la del CNI—apuntaban hacia la autoría de ETA, a medida que pasaban las horas la pista que cobraba mayor credibilidad era la de un atentado yihadista.
 
Sin embargo, pese a las crecientes evidencias, el gobierno se empeñó en mantener las dudas “más allá de lo razonable” y ninguneó al CNI. Su director sólo fue convocado cinco días después de los atentados.
 
Todo parece indicar que el perfil de Jorge Dezcallar, un alto funcionario del Estado, con una clara vocación de servicio, con lealtad al gobierno de turno, pero por encima de las rivalidades y divisiones partidistas, no encajaba bien en algunos intentos frustrados de manipulación. Su condición independiente, sin lealtades acríticas, implicó un coste ineludible.
 
Por último, merece destacar dos importantes reflexiones que deja señaladas el autor. Una, apunta a que “la sociedad está más preparada que algunos políticos para tener un centro de inteligencia independiente”. Tema, éste, de máxima relevancia en una época en que en nombre de la seguridad se erosionan importantes derechos y libertades. Sin ignorar el creciente control que permite la tecnología.
 
Y otra, señala cómo los intensos cambios que se están registrando en las relaciones internacionales afectan, inexorablemente, a la práctica y profesión diplomática. En particular, en un mundo en constante transformación se requiere de nuevas capacidades y habilidades (en concreto, apuntalar el perfil económico de la diplomacia y los diplomáticos); además de repensar la diplomacia tras la revolución tecnológica de la información y la comunicación, que ha dejado algo obsoleta o trastocada algunas de sus funciones más tradicionales.
 

RedacciónT21

Hacer un comentario