Robin Yassin-Kassab y Leila al Shami: País en llamas. Los sirios en la revolución y en la guerra. Madrid: Capitán Swing, 2017 (352 páginas). Traducción de Begoña Valle.
Una versión muy extendida del conflicto sirio es la que reduce esta confrontación al espacio que oscila entre una dictadura secular, nacionalista y antioccidental, de un lado, y, de otro, una amalgama de grupos radicales, violentos y terroristas, de obediencia salafista-yihadista. Por tanto, desde esta óptica, el margen de elección es muy reducido, fluctúa entre “el mal menor” y una “amenaza mayor”.
Una variante de esta versión (o complementaria de la misma) es la que ha deambulado entre algunos círculos de la izquierda occidental. Lejos de ver en las protestas –iniciadas en marzo de 2011– una rebelión contra la tiranía y el autoritarismo, advirtió una artimaña para hacer retroceder a las fuerzas antiimperialistas y antisionistas en Oriente Medio. Desde este ángulo, la elección parecía obvia, dado el apoyo de los principales países occidentales y sus aliados regionales a las diferentes fuerzas rebeldes.
Ambas versiones son, en cierta medida, resultado de la estrategia política e informativa del gobierno sirio. Si bien algo de cierto pueden contener algunas de esas interpretaciones, el problema es que se articulan como verdades a medias con el resultado de falsear la realidad, en particular, por cuanto ignoran o niegan el relato principal, el que protagonizaron los hombres y mujeres que se sublevaron pacíficamente exigiendo reformas políticas y económicas.
Ante esa extendida imagen que incapacita a la ciudadanía siria para actuar de manera autónoma y, por el contrario, la presenta como una mera marioneta en manos de diferentes poderes foráneos, el texto de Yassin-Kassab y al Shami invierte esa perspectiva neocolonial y orientalista por otra que tiene como epicentro las diferentes voces de su sociedad civil.
Usando fuentes y testimonios de primera mano, el texto traslada al lector por los vericuetos del laberinto sirio: desde las bases sociales del levantamiento hasta la cultura revolucionaria forjada en la resistencia, el ascenso de los islamismos, la militarización, la desposesión y el exilio, o el fracaso de la elites, entre otros aspectos. Sin olvidar una introducción a la historia contemporánea de Siria, con especial detenimiento en el régimen inaugurado por Hafez al Assad desde 1970.
En ese recorrido, el capítulo dedicado a la primera década de gobierno de su hijo Bashar resulta fundamental para comprender la emergencia de las protestas. De hecho, las expectativas de cambio depositadas en el relevo generacional en la cúpula del poder se vieron rápidamente frustradas. Pese a ese primer revés de lo que se conoció entonces como la Primavera de Damasco (2000-2001), los deseos y pronunciamientos en favor de un cambio político prodemocrático continuaron a pesar de la férrea represión.
Aunque la ola de protestas en Siria surgió al calor de las revueltas árabes (2010-2011), era evidente que poseía su propio bagaje y motivaciones para emprender una movilización de semejante envergadura. Con sus políticas económicas neoliberales, abandono del campo, nepotismo y corrupción, el régimen se asentaba cada vez más en la coerción que en el consentimiento.
Cualquier persona que haya visitado o vivido en Siria podía sentir la alargada sombra de un Estado policial. Como señalan los autores: “El Estado cultivó una sociedad vigilada, todo el mundo espiaba a todo el mundo y nadie estaba seguro en su puesto, ni siquiera los generales de alto rango o los oficiales de los cuerpos de seguridad” (p. 36).
Una vez iniciado el ciclo de protestas, esa dinámica represiva se agudizó. Las promesas de reforma anunciadas por el presidente sirio para neutralizar las movilizaciones antigubernamentales carecieron de credibilidad. El propio régimen se encargaba de desmentirlas mediante su represión masiva y selectiva a un mismo tiempo.
El capital político que poseía Bashar al Assad fue dilapidado. Todo indicaba que no estaba dispuesto a asumir los riegos de una reforma, pese al amplio margen de maniobra que poseía y a que algunos análisis consideraban que podía obtener un importante triunfo si capitaneaba esa evolución.
Se impuso, por el contrario, la política de mano dura para acallar las protestas mediante la fuerza siguiendo la inercia de episodios anteriores. Pero a diferencia de acontecimientos pasados, la represión no fue suficiente para enmudecer a amplios sectores de la sociedad, que no dejaban de manifestar su cólera y protesta e incluso la incrementaba.
El régimen de Al Assad adoptó una política de “tierra quemada”, calculada y selectiva, con objeto de rentabilizar las diferencias comunitarias y confesionales; además de provocar una creciente radicalización.
Esta ascendente espiral de sectarización, radicalización y militarización del conflicto político hasta transformarse en otro armado, regionalizado e internacionalizado era justo lo que querían evitar los hombres y mujeres activistas, no así Bashar al Assad que se presentaba como la opción “menos mala” ante “el extremismo y el caos”.
A lo largo del texto, los autores logran desvelar de manera eficiente, rigurosa y documentada los entresijos que llevaron a esta compleja situación. Con diferencia, la obra de Robin Yassin-Kassab y Leila al Shami es una de las más completas que se ha escrito sobre la encrucijada siria. Cualquier persona interesada en conocer y profundizar en las claves del conflicto sirio, querrá leer este libro.
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