La mayor misión de exploración de Marte de la historia está a punto de comenzar. Si todo sale bien, el lunes a las 7:31 de la mañana, hora peninsular española, posará sus ruedas sobre el planeta rojo el mayor vehículo robótico jamás creado. Se trata del Curiosity, un coche de casi una tonelada y dos metros de altura equipado con rayo láser y alimentado por un motor de plutonio. Con 10 instrumentos científicos a bordo, el vehículo será también el científico más avanzado que se haya posado sobre las tierras marcianas. Su misión será estudiar la habitabilidad del planeta y determinar si pudo albergar condiciones necesarias para la vida.
Pero antes la misión tendrá que pasar su prueba de fuego: aterrizar en un planeta con una tenue atmósfera y azotado por tormentas de arena con vientos de hasta 150 kilómetros por hora. Hasta pocos minutos antes del aterrizaje, la carcasa que lleva en su interior al Curiosity se acercará al planeta a más de 20.000 kilómetros por hora. En menos de siete minutos, un complejo sistema de aterrizaje frenará la cápsula hasta permitir que el coche marciano se pose en el punto elegido. Todo el proceso es 100% automático y nunca se ha probado al completo, algo imposible de hacer en la Tierra.
“Llegas y tienes que acertar, no hay margen para un error”, explica el ingeniero español Javier Gómez-Elvira, jefe de uno de los 10 equipos científicos que trabajan en la misión, coordinada por la agencia espacial de EEUU NASA.
La llegada del Curiosity a Marte también marca un momento decisivo para la ciencia española. Por primera vez, un equipo de este país ha sido responsable de la elaboración de uno de los 10 instrumentos científicos de la misión, el único país de la Unión Europea que ha hecho algo así. Es fruto de un proyecto que comenzó en 2004, cuando hubo una fuerte apuesta financiera por parte del Gobierno para apoyar la misión, que ha dirigido Elvira junto a un equipo de unos 40 investigadores del Centro de Astrobiología (CAB), en Madrid.
Los españoles serán los hombres del tiempo en Marte
El instrumento que han desarrollado, REMS, es la estación meteorológica del Curiosity y permitirá tener precisos informes de la temperatura, presión, velocidad del viento y la radiación, mucho más intensa que en la Tierra debido a la fina atmósfera del planeta. El aparato va montado en el cuello de Curiosity, debajo de la cabeza. Aunque el aterrizaje sea el momento más crítico para la misión, los españoles temen otro que podría también frustrarla, explica Gómez-Elvira. “Una vez aterricemos el cuello del robot se tiene que desplegar de forma automática. Si no funciona, el REMS no podría medir las condiciones reales en el exterior”, señala.
Comparado con sus antecesores, los dos rovers de exploración marciana Spirit y Opportunity, el Curiosity es un mastodonte de la ciencia. Pesa casi cuatro veces más y lleva el doble de instumentación. Su motor de plutonio funcionará por lo menos 14 años, aunque bien podría llegar a los 30, según Gómez-Evira.
El robot Curiosiy será el primer geoquímico en el planeta rojo. Todas las misiones anteriores carecían de los instrumentos necesarios para analizar las rocas marcianas en busca de compuestos orgánicos de carbono como los que hacen posible la vida en la Tierra. El nuevo vehículo lleva un brazo extensible de dos metros en cuyo puño hay montado un taladro para perforar rocas, una cuchara para recoger tierra e incluso una sofisticada lente de aumento a modo de lupa. Otros instrumentos le permiten calentar las muestras de tierra y arcillas a cientos de grados y analizar la presencia de compuestos orgánicos que tal vez fueran producidos por algo vivo. Si no alcanza a llegar a ciertos puntos, el robot lleva en su cabeza un láser que alcanza siete metros y que le permite analizar la composición de las rocas a distancia.
Misión extraoficial
Aunque el objetivo oficial de la misión es estudiar la habitabilidad presente y pasada del planeta, muchos investigadores piensan en logros más concretos. El más importante sería encontrar agua líquida. “No conocemos mejor disolvente para la vida en la Tierra. Si hay agua puede haber vida y, si no la hay, podemos estar casi seguros de que tampoco habrá vida”, sentencia Gómez-Elvira.
El punto de aterrizaje es perfecto para esta misión. Se trata del cráter Gale, un boquete de 150 kilómetros de diámetro cerca del ecuador de Marte. Al igual que en la Tierra, el tiempo en esta zona es más dulce y puede alcanzar los 27 grados en verano (la temperatura media en Marte son 55 bajo cero).
“Por la posición en la que se encuentra el cráter, cerca del ecuador, podríamos encontrar agua líquida”, reconoce José Antonio Rodríguez-Manfredi, jefe del departamento de instrumentación para exploración espacial del CAB y uno de los responsables de REMS, informa Daniel Mediavilla.
El cráter también ha sido elegido por razones geológicas. Su zona más baja, donde el Curiosity tiene previsto aterrizar mañana, tiene unos 3.800 millones de años. Por aquel tiempo Marte pudo tener océanos y ríos donde pudo florecer la vida. En el centro del cráter se alza un monte de 5.000 metros (algo más alto que el Mont Blanc) hecho de capas y capas de sedimentos más jóvenes que el fondo. Esto lo convierte en un libro de historia en el que leer el pasado de Marte y analizar si en Gale se dieron las condiciones para albergar vida.
“Yo creo que sí puede haber vida porque esta se adapta hasta a las peores circunstancias”, opina Rodríguez-Manfredi. “Se han encontrado bacterias en las toberas de las centrales nucleares, con una gran radiación y ese es el argumento que yo me doy para considerar la posibilidad de que haya vida en otros planetas y en concreto en Marte”, concluye.
La misión, denominada Mars Science Laboratory, ha costado unos 1.900 millones de euros y es el último exponente de una colección de naves estadounidenses que comenzaron a explorar Marte en 1976, con el aterrizaje de las dos naves Viking. Su duración oficial será de un año marciano (casi dos años terrestres), durante el que el vehículo podrá cubrir una distancia de unos 20 kilómetros, hasta las paredes del gran monte en el cráter Gale. Sin embargo, la mayoría de sus instrumentos están hechos para durar mucho más tiempo, algo habitual en este tipo de misiones.
«El sector espacial en España ha madurado»
Javier Gómez-Elvira está ya en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, en California, junto al resto del equipo de la misión. Este ingeniero aeronáutico es el primer español que está al mando del equipo científico a cargo de un instrumento en una misión de la agencia estadounidense a Marte. Al margen de EEUU, sólo Rusia, con un sector espacial inmensamente mayor al español, es responsable de otro equipo, el detector de agua subterránea DAN.
La misión española es un salto cualitativo para la industria espacial del país. “El sector espacial en España ha madurado y podemos liderar instrumentos”, señala Gómez-Elvira. El proyecto REMS tuvo suerte de aprobarse en 2004, en tiempos de bonananza económica. “Si se tuviese que aprobar ahora algo así tengo muchas dudas de que saliera adelante”, opina Gómez-Elvira.
El científico resalta la importancia de estar presente en misiones futuras. “Si nos bajamos del barco ahora, las consecuencias las veremos en 10 años, cuando es de esperar que la crisis haya pasado y salgan misiones que se están planeando”, dice. Participar en una misión como esta o como las de la Agencia Espacial Europea no sólo estimula a la industria que debe fabricar instrumentos, sino que permite a España un acceso directo a los datos científicos antes de que estos se hagan públicos, explica Elvira.
Artículo publicado originalmente en Materia. Se reproduce con autorización.
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