Isel Rivero (*).
La poesía y la astronomía se parecen en algo: tanto el quehacer poético como el explorador-astrónomo tratan de despejar las nubes que ofuscan la consciencia para mostrar imágenes que son incógnitas. Además astrónomos y poetas, unos con sus mapas del cosmos y otros con sus mapas imaginarios, sienten el mismo anhelo: ir al encuentro del universo.
“Pastor soy de estrellas, como si tuviera a mi cargo apacentar todos los astros fijos y planetas. Las estrellas en la noche son el símbolo de los fuegos de amor encendidos en la tiniebla de mi mente. Parece que soy el guarda de este jardín verde oscuro del firmamento, cuyas altas yerbas están bordadas de narcisos. Si Tolomeo viviera, reconocería que soy el más docto de los hombres en espiar el curso de los astros”, Ibn Hazm, Córdoba, siglo X.
“La luna se ha puesto y las Pléyades después. Es medianoche. El tiempo pasa. Duermo sola», Safo de Lesbos, siglo VI a.C.
¿Quién, cuando se es pequeña, no ha mirado al cielo en alguna noche y además del cielo azul oscuro o negro ha quedado deslumbrada por el brillo de las estrellas, las luces parpadeantes que aparecían y desaparecían? ¿Y quién no se ha quedado maravillada por la aparición de la Luna siempre cambiando, ocultándose, desapareciendo y volviendo a crecer hasta mostrarse resplandeciente, enorme?
En mis primeros años la Luna ocupó un lugar importante en mi fascinación por la noche. No solo porque el calor del día ya disipado nos abría la puerta para el silencio y la contemplación sino porque cada noche era una imagen diferente. Y cuando los adultos anunciaban hoy habrá luna llena, la claridad nos acompañaba durante largas horas hasta casi el amanecer. Ya de adulta y leyendo a las poetas japonesas de la época Heian: Dama Sarashina, Sei Shonagon, y la más famosa, Murasaki Shinbun de la Historia de Genji, supe que en estas noches de gran destello que marcaban las penumbras y destacaban las sombras en el agua, en los jardines, eran propicias para la poesía y la música.
Nuestra historia greco latina viene impregnada de avisos astrales, desde la estrella que guiara a los Magos hacia Belén hasta la señal del Cometa Halley que esperaba Guillermo el Conquistador para iniciar su campaña contra Inglaterra en Hastings.
No me cabe duda que en los albores de la consciencia humana otros seres no solo vertebrados, sino también los invertebrados vigilaban y esperaban estos momentos en la secuencia de los días para renacer, reproducirse, labrar o recoger el fruto, comenzar el ciclo de polinización o como los corales esparcir sus semillas en las corrientes cálidas. Los grabados rupestres apuntan a una curiosidad por tejer y quizás invocar las correspondencias entre lo inconmensurable de aquel espacio superior que rodaba sobre nuestras cabezas y la tierra que pisábamos.
Los primeros poemas de la historia
Los primeros poemas encontrados por arqueólogos se originaron en Sumeria, hoy Iraq, y fueron firmados por una princesa y sacerdotisa de la Luna llamada Enheduanna, en el siglo 2300 a. C.
Los sumerios fueron la primera civilización que creó la escritura (no se ha encontrado otra anterior hasta ahora) que se define como cuneiforme. Lo hacían en tabletas pequeñas de barro cocido y por eso han podido preservarse durante tantos siglos.
Si pensamos que en los tiempos de la Guerra de Troya, en la Edad de Bronce y en en lo que sería más adelante Helas o Grecia, no se escribía sino que las historias y tradiciones pasaban de generación en generación oralmente, podemos señalar que Sumer abrió un camino paradigmático a lo que llamamos «civilización».
Pensemos en los rituales y festivales que se han fundado mayormente en torno a esos movimientos del Kosmos. El Kosmos en la antigüedad helénica significaba el buen orden, contenía no solo el orden estético sino también el ético lo cual marcaba un eterno balance entre la belleza y la decencia, entendida como civilidad. El Kosmos nos daba la armonía, proyectaba su totalidad sobre el ser humano.
La palabra “Poiesis”, en griego, significa la creación, la esencia, aquello que buscamos en el sentido de las cosas, de la vida, y que no solo se refiere a lo que hoy se define como «poesía» que es el quehacer del poeta, sino que esa esencia se encuentra en todas las artes, en las abstracciones matemáticas tanto como en aquellas tabletas de barro escritas con signos y alfabeto.
Al penetrar en las búsquedas de las leyes que gobiernan el Kosmos a través de la “physis”, del griego naturaleza, principio, hemos dejado atrás la belleza. El encuentro entre la astrofísica y la poiesis solo se puede plasmar en un acercamiento hacia la belleza, y creo recordar que he escuchado a algún científico definir una ecuación como bella y elegante.
La armonía de su significado destila la esencia de lo que se transmite aunque, a veces, esas fórmulas o ecuaciones nos parezcan incomprensibles, tienen en su fondo el destello de la belleza, de la esencia, de la poiesis.
Y la belleza descansa en el equilibrio y este en la armonía, que es la conjunción perfecta de opuestos, de proporciones ideales, y los que bucean en el Kosmos no deben nunca olvidar el hilo de la madeja que tejida por las hijas del tiempo sujeta el alumbramiento y la cándida sorpresa o brillante intuición.
Esperando la llamada del portento
Esa red Kósmica que las esferas y las hijas del Tiempo tejen es donde nos encontramos todos. En el reducto de los lenguajes armónicos, que no llevan ni luz ni sonido sino perfecto silencio, surgen las inmensas creaciones de planetas, galaxias y constelaciones en estallidos ensordecedores de creación. El silencio y la explosión, la estasis y el movimiento. El universo es entonces no solo un enigma a descifrar sino un espectáculo maravilloso el cual nos pide reverencia, sorpresa, emoción.
Somos como pequeños coleópteros o escarabajos esperando la llamada del portento para luego, desde el silencio, grabar con nuestras extremidades el curso de los astros, la recurrencia de los eclipses, el retorno de las Pléyades. En la obra Otelo, de William Shakespeare, la seducción o invitación al amor entre el y Desdémona se prolonga hasta que Otelo vislumbra la aparición del planeta Venus. Gozosa coincidencia que une el trágico destino de esa pareja.
Las diosas y los dioses tuvieron un marco espléndido para lucir sus mejores galas en el firmamento, y así lo describe James Hillmann en su maravillosa defensa de Afrodita, La Justicia de Afrodita. Como nuestra primera poeta en las noches Sumerias elevó su canto al astro que brindaba protección y abrigo, así los no reduccionistas se acercan a la belleza que nos rodea y solo aquellos que logran maravillarse antes de despedazar al escarabajo para saber qué contiene o cómo se mueve, lloran ante la contemplación de su rostro.
La intuición como navegador
El sapiens ha construido mecanismos sofisticados como el hallado en el mar cerca de la isla Anticitera y fechado aproximadamente en el año 200 a.C., que servía para la astronomía y también para la navegación. Algunos lo han definido como el primer mecanismo de computación o la primera computadora de nuestra historia.
La navegación en el Mediterráneo ha sido siempre, como bien describe el historiador David Abulafia, el hilo conductor de la civilización occidental, y también la oriental a través del Mar Negro y el Océano Indico que baña las playas de la hoy India. Allí se han encontrado restos de cerámica de Ática, Tracia y Egipto. Por lo cual saber orientarse en el mar era fundamental en la antigüedad. Solo el firmamento repleto de constelaciones podía guiar a los marineros y exploradores hacia otras costas y recordarles el regreso, parte fundamental en todo viaje.
La poeta intuye y se acerca a esos lugares limítrofes de la conciencia cada noche, su navegador es la intuición. Esta se manifiesta no solo en los posteriores trabajos de la física cuántica de los navegadores contemporáneos, sino en aquella mente del muy curioso Albert Einstein cuando observa la proyección simple de la luz sobre un tren en movimiento.
Esta solución a la Teoría de la relatividad la desarrolla después de un paseo con un amigo ingeniero, Michael Besso, por un parque en la ciudad de Berna, Suiza.Dicen que al estudiante Einstein no le gustaban las matemáticas y que prefería las imágenes (¿intuiciones visuales?) sobre las cuales luego trabajaba para llegar a una síntesis, a la abstracción del álgebra en su caso.
La NASA lanza hoy en día naves robóticas hacia el espacio de nuestro sistema planetario que son controladas a través de logaritmos y algoritmos desde nuestra casa la Tierra. Y volvemos en nuestra imaginación a las cogitaciones de Heráclito, Pitagoras, Parménides, que entonces ya se planteaban la gran pregunta: ¿qué es la realidad?
¿Cómo definir algo que para todos depende de la percepción? Y la percepción es subjetiva, por lo cual los científicos se afanan en estudiar y corroborar empíricamente algo para determinar si es o no real, si un fenómeno es o no lo que creemos que es. Especulación (de espéculo, espejo) que refleja o no lo que es. Se cruza la filosofía en estos caminos con las ciencias exactas, llamadas exactas por su corroboración ulterior; llamadas infalibles. Sin embargo, todo buen científico y filósofo sabe que cualquier especulación es un ejercicio de la imaginación que va de la mano de la armonía y por lo tanto de la belleza.
Enigmas y música de las esferas
La astronomía, que es paradigmática de la observación y por lo tanto sujeta a los conundrums o enigmas que nos presenta la realidad; como la disciplina más antigua, preside entre nosotros la historia que se va construyendo en torno a la vida humana.
Como en la Antigüedad, Copérnico y Galileo en el Renacimiento hicieron de la especulación y el espejo el instrumento fundamental que nos confirmó ser parte de algo y no el centro del todo. Se cree que Hipatia (la filósofa, matemática e hija del astrónomo Teón asesinada por cristianos fundamentalistas en Alejandría) ya había intuido algo similar y que esta fue la causa de su muerte.
Según Sócrates el Escolástico, la sabiduría de Hipatia era excepcional. Tanto como investigadora rigurosa y modernamente científica como traductora de los textos clásicos para sus alumnos. Pero, como sabemos, la biblioteca de Alejandría ya había perdido muchos papiros por el incendio en el año 48 a. C., aunque algunos se salvaron y guardaron, lo que sirvió para continuar instruyendo a aquellos que buscaban saber más.
Lo que no destruyó finalmente la incipiente iglesia cristiana por pagano, fue copiado y recopiado desde Bizancio y luego compartido por los árabes. Deuda tenemos con estas traducciones al árabe de las copias de aquellos papiros que se incorporaron a nuestro saber.
Tanto el quehacer poético con las palabras que buscan esencias (o dejando que estas esencias nos encuentren) como el explorador-astrónomo, van de la mano despejando las nubes que ofuscan la consciencia y mostrando imágenes que son incógnitas.
La poeta no busca explicaciones sino que escribe en una hoja lo que ve y siente, para así compartir con otros la naturaleza, una acción exactamente igual a la de aquellos que otean el universo tratando de mostrar lo inefable del principio.
Una metáfora que se acerca a estas reflexiones es la imagen de la música de las esferas plasmada en los mapas astronómicos, siglo tras siglo, y que siempre acompañaban a estos exploradores del Kosmos.
Poetas sin fin han escrito utilizando esos mapas imaginarios como soplos al oído que nos hacen despertar la curiosidad, el anhelo de ir al encuentro del universo; tanto en una gota de agua que cae en el estanque como en la eclosión primaveral de las flores, acompañadas siempre por esa música de las esferas en que los astros, las galaxias, lo oscuro y luminoso, se transforman cada noche ante nuestros ojos. Y qué maravilloso encuentro entre un físico cuántico expresando una intuición, como la Teoría de las cuerdas, con una metáfora poética.
Hacia esas contemplaciones y observaciones me he dirigido para hacer llegar paso a paso la conciencia de lo que nos rodea bien sabiendo que, como la llamada de las ballenas, solo otra ballena de la misma especie podrá comprenderla; aunque todos podremos escuchar esa llamada en el fluctuar de las corrientes marinas y de las mareas regidas por la Luna.
(*) Isel Rivero (La Habana, 1941) es autora, entre otros, de los poemarios De paso (Amargord Ediciones, 2011), Las palabras son testigos/Words are Witnesses (Editorial Verbum, 2011), Las noches del cuervo (Vitrubio, 2007), Relato del horizonte (Endimión, 2003), El banquete (La Gota de Agua, 1981), Tundra (Nueva York, Las Americas Publishing Co., 1963), La marcha de los hurones (La Habana, El Puente, 1960) y Fantasías de la noche (La Habana, Ucar-García, 1959).
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