La mirada puesta en unas sociedades futuribles, que vienen imaginadas, sugeridas o diseñadas por las creencias en paraísos (hechos a la medida de la conciencia de los humanos de cada tiempo) espirituales, científicos, tecnológicos, políticos o económicos; fijados por dogmas o por renuncias, que dejan en manos de terceros el desarrollo de las posibilidades de bienestar de toda la sociedad humana, y, por lo tanto, del sujeto que se ve arrastrado a esta espera sin esperanza concreta para sí, provocan situaciones que están muy lejos de confirmar que aquellos supuestos paraísos vayan a ser tales, ni que esta generación vaya a gozar de alguno de ellos.
¿Quiénes van a ser los artífices de que esto suceda y de que sea un logro para todos? Porque cuando pensamos en el paraíso, cualquiera que sea su forma o su sustancia, la impresión es que éste va a llegar de pronto y como un regalo que no requiere esfuerzo o mérito alguno por parte del que lo recibe.
Y así, como surgiendo de la nada, se producirá un salto desde la escasez a la abundancia, desde el dolor al placer, desde la enfermedad a la salud, desde la ignorancia a la sabiduría, desde la muerte a los ochenta o cien años a un dominio sobre los ciclos vitales y sobre la propia desaparición del sujeto.
Con el esfuerzo de aquellos elegidos que nos van a liberar de nuestras limitadas posibilidades, se va a producir un beneficio para todos los que, mientras tanto, nos limitamos a vegetar por la vida a la espera del Mesías de turno que nos regale el “don”. Esta caricatura milenarista nos lleva a reproducir otra caricatura que habla de la falta de dignidad del sujeto, que espera que le dé beneficios el esfuerzo de otros.
Empleo de talentos
Muchas biografías, historias, cuentos y leyendas recogen este tipo de actitudes tan permanentes en la humanidad de todos los tiempos y las culturas. Pero para no desviarnos en la reflexión, ni irnos muy lejos, recordemos aquella parábola del señor que repartió entre sus siervos unos talentos para que los desarrollaran, y tomemos, para esta oportunidad, el ejemplo que da la actitud de aquél que enterró su legado para que no se le perdiera.
Y así podemos reunir las características típicas de este supuesto sujeto, hombre o mujer, que no se implica para no equivocarse; que no se compromete materializando una obra en su vida porque puede estar perdiendo el tiempo y no estar alerta a la llegada de la oportunidad teórica que espera; que no quiere hacerse mayor y madurar, para no parecer viejo; que no quiere independizarse porque eso le supone correr riesgos y perder comodidades; que soporta vejaciones porque le han hecho creer que es el camino más correcto para ascender por la escala profesional y social, ya tendrá la oportunidad y el derecho de hacerle lo mismo a otros que lleguen de relevo.
La raíz de todo este espectáculo que vive nuestro “actor” (varón o mujer, repito) deduzco que está en la renuncia a descubrir quién es, cómo es y cuál es la razón de su existencia (no poseo información que me lleve a afirmar otra cosa, o a enriquecer esta perspectiva), porque nadie, desde su más corta edad, le ha enseñado a pensar y a reconocer lo que le rodea desde esta perspectiva.
El modelo social que está constituido para “facilitar” su socialización le hará un individualista, pero nunca pretenderá convertirlo en un individuo crítico y autónomo. Constantemente le exigirá que renuncie a este camino. A cambio, tras colocarle “orejeras” para que no mire a los lados, le pondrá delante la zanahoria consabida, y el “burro bueno” volverá a repetir el camino que todos han seguido y que le confirma en que “la vida es así”.
Responsabilidad individual
Concluyo que, si algún día la humanidad ha de vivir en un paraíso eso será si cada sujeto asume la responsabilidad que tiene sobre su propia vida y los “talentos” que tiene; custodiando con responsabilidad la dignidad para vivir, y asumiendo que los logros propios no han de ser a costa de que otros no puedan lograr los suyos.
Mientras tanto podemos seguir soñando en el paraíso, eso no está de más. Lo que sobra es soñar en un paraíso soportado por las diferencias en derechos (que no por la diversidad), las desigualdades en dignidad; los sufrimientos de los más y los placeres de los menos.
La consecución de los objetivos de la modernidad: Ilustración, progreso, desarrollo, democracia, etc., son encomiables y nos hicieron alcanzar un estadio (sobre todo para el mundo que lo alentó), pero sus logros no beneficiaron a todos ni estimularon las mejores condiciones para un desarrollo digno de la vida de la mayoría.
La humanidad aún no ha llegado a “globalizar” el bienestar en lo espiritual y en lo material, con suerte, no llegaremos a ningún paraíso mientras esto no suceda. Así que la tarea continúa, el mundo está aún por hacerse y somos más de seis mil millones de pares de manos.
Ilustración:
Autorretrato.
Gentileza de Sulian
Hacer un comentario