La libertad, la voluntad libre o el libre albedrío es una ficción cerebral. Eso es el resultado de experimentos realizados recientemente en neurociencia que indican que la actividad cerebral previa a un movimiento, realizado por el sujeto en un tiempo por él elegido, es muy anterior (350 ms) a la impresión subjetiva del propio sujeto de que va a realizar ese movimiento (200 ms antes del movimiento). Esto quiere decir que la impresión subjetiva de la voluntad no es la causa del movimiento, sino que, junto con éste, es una de las consecuencias de una actividad cerebral que es inconsciente.
Los experimentos fueron realizados por Benjamín Libet en California hace más de 20 años; luego han sido confirmados sus resultados por un grupo de neurocientíficos en Inglaterra, y este mismo año, 2008, han vuelto a realizarse en Berlín con técnicas modernas de imagen cerebral, llegando a la conclusión que el cerebro se pone en marcha mucho antes que en los experimentos de Libet, a saber, que la actividad cerebral del lóbulo frontal tiene lugar hasta 10 segundos antes de la impresión subjetiva de voluntad.
El propio Libet intentó salvar su hipótesis de la existencia de la libertad diciendo que en los 200 ms que separan la impresión subjetiva del propio movimiento el cerebro podría ejercer un veto, es decir, inhibir el movimiento. Los críticos de esta hipótesis argumentaron que si el cerebro se tenía que activar de nuevo para ejercer el veto se emplearía de nuevo el mismo tiempo y eso era demasiado para los 200 ms que quedaban.
Frente a estos resultados se puede argumentar que todos y cada uno de nosotros tiene la impresión subjetiva, la intuición, la firme creencia, que somos libres para elegir entre varias opciones o que podemos hacer algo distinto a lo que hacemos en cualquier momento.
Antecedentes de creencias falsas
Pero las impresiones subjetivas, intuiciones o firmes creencias han resultado ser a veces falsas, como ha ocurrido a lo largo de la historia de la Humanidad.
Recordemos la creencia en la teoría geocéntrica, planteada por Aristóteles en el silgo IV a. C. y refrendada por Ptolomeo en el siglo II de nuestra era. Tuvieron que pasar nada menos que 20 siglos, hasta el siglo XVI, para que esta teoría fuera refutada por la teoría heliocéntrica de Copérnico y Galileo.
Nuestra impresión subjetiva estaba basada en la experiencia que todos tenemos de que el sol sale por Oriente y se pone por Occidente, un lenguaje que aún conservamos. Si le hubiésemos hecho caso a Aristarco de Samos, quien en el siglo IV a.C. ya había planteado que la tierra se movía alrededor del sol, no hubiera sido quemado Giordano Bruno en la Piaza Campo dei Fiori en Roma en 1600.
Por otro lado, que hayamos tardado 20 siglos en corregir esa impresión subjetiva falsa de que el sol giraba alrededor de la tierra la debemos, sin duda en parte, a la Sagradas Escrituras. En la Biblia (Josué 10, 13) se dice que Yahvé “paró el sol” para permitir que los israelitas terminasen de masacrar a los amorreos. Por tanto, si Dios paró el sol es porque este se movía y no la tierra.
Hay otros ejemplos de impresiones subjetivas que terminaron siendo falsas, como la teoría de la que la tierra es plana, que todavía hoy algunos desinformados sostienen. También la esfericidad de la tierra, sostenida por Eratóstenes (siglo III a. C.) chocó con las Sagradas Escrituras, tal y como sostenía el obispo de Salzburgo Virgilio o nuestro Isidoro de Sevilla.
Estamos determinados
No podemos, pues, fiarnos de nuestras impresiones subjetivas porque pueden ser falsas. A veces, como en este caso, la falta de libertad es algo contraintuitivo, como suele expresarse en inglés, pero los experimentos indican que, efectivamente, estamos determinados, como el resto del Universo, por las leyes deterministas de la Naturaleza.
Si asumiésemos, como hacen los dualistas, la existencia de un alma inmaterial que interacciona con la materia, en este caso el cerebro, entonces no habría ningún problema. Ese dualismo, que se remonta a los órficos, que consideraban que el cuerpo (soma) era ‘sema’ (la tumba) del alma, y que influyeron decisivamente sobre Pitágoras y Platón, dando lugar a un dualismo que ha durado hasta nuestros días, hoy día la neurociencia lo ha superado.
Las facultades mentales, antes anímicas, son consideradas hoy por la inmensa mayoría de neurocientíficos producto del cerebro. El gran problema del dualismo es que no ha habido posibilidad de explicar cómo es posible que un ente inmaterial, el alma, interaccione con la materia.
La razón es que para interaccionar con la materia se requiere energía y un ente inmaterial, por definición, no tiene energía. Por tanto, esa interacción violaría las leyes de la termodinámica. Además, no se ha descubierto en el cerebro ninguna región de la que pueda decirse que se activa por algún factor externo al cerebro, como sería el caso si fuera activada por el alma. Por tanto, el alma no es ninguna hipótesis neurocientífica.
Algunos filósofos, llamados compatibilistas, aceptan el determinismo del Universo y también del hombre, pero lo compatibilizan con el libre albedrío, que, según ellos, tiene el ser humano. La mayoría confunde lo que en biología llamamos ‘grados de libertad’ con la liberta propiamente dicha.
Todos los animales poseen diferentes grados de libertad, es decir, posibilidades de elegir entre varias opciones. El número de opciones depende del grado de encefalización del animal en cuestión. Nosotros tenemos muchos más grados de libertad que un perro, y éste más que un lagarto, y éste, a su vez, más que una ameba. Pero la posibilidad de escoger entre varias opciones no nos dice por qué elegimos la que elegimos, o, con otras palabras, si esta elección es voluntaria y consciente. En suma, poseer grados de libertad no significa ser libres.
El problema de la libertad es que está íntimamente ligada a la responsabilidad, la culpabilidad, la imputabilidad y el pecado. Este último es la base de las tres religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islamismo. El concepto de culpabilidad es también la base del derecho penal internacional.
Neurociencias y Derecho
Esto explica por qué en Alemania, algunos especialistas en derecho penal están reclamando la revisión del código penal para adecuarlo a los resultados de la neurociencia. Evidentemente no vamos a cambiar los castigos que hay que infligir a aquellos que transgredan las reglas que la propia sociedad se ha impuesto a sí misma. Seguiremos encarcelando a aquéllos que violen esas reglas. Pero lo que sí va a cambiar será la imagen que tenemos tanto de esos criminales como de nosotros mismos.
Que la libertad pueda ser una ficción no nos llama mucho la atención. Hace tiempo que sabemos que los colores no existen en la Naturaleza. En ella encontramos diversas longitudes de onda del espectro luminoso. Estas longitudes de onda inciden sobre fotorreceptores que poseemos en la retina y los impulsos nerviosos, llamados potenciales de acción, que son exactamente iguales que los provenientes del oído o del tacto, llegan a la corteza visual y allí se les atribuye una determinada cualidad, como la de rojo, azul o verde. Los colores, pues, son atribuciones de la corteza cerebral, pero no cualidades que existan en la Naturaleza. Algo que ya sabía Giambattista Vico, filósofo napolitano del siglo XVII, o el propio Descartes.
Para terminar quisiera citar a dos personalidades: un filósofo, Baruch Spinoza que sobre este tema decía: Los hombres se equivocan si se creen libres; su opinión está hecha de la consciencia de sus propias acciones y de la ignorancia de las causas que las determinan.
Y la de un científico, Albert Einstein: “El hombre puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera”. Y también: El hombre se defiende de ser considerado un objeto impotente en el curso del universo, pero, ¿debería la legitimidad de los sucesos, tales como se revela más o menos claramente en la naturaleza inorgánica, cesar su función antes las actividades de nuestro cerebro?.
Un psicólogo alemán, Wolfgang Prinz ha acuñado la frase: No hacemos lo que queremos, sino que queremos lo que hacemos.
F. J. Rubia es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Este texto fue leído por su autor en el encuentro de bloggers de Tendencias21, celebrado en Madrid el pasado 21 de noviembre. F.J. Rubia es el editor del blog Neurociencias de Tendencias21.
Buenas tardes,
La visión que ofrece el autor es bastante interesante respecto a lo que nosotros como individuos conocemos como libertad. El hecho de que nuestro cerebro de algún modo se anticipe a las decisiones que nosotros vamos a adoptar me parece fascinante e incluso desconcertante, ya que trastoca completamente la percepción que yo tenía acerca de la mente humana. De este modo , al afirmar que no hay acción involuntaria, sino que lo hacemos de manera premeditada, aún no siendo plenamente conscientes de ello, es un concepto cuanto menos chocante, ya que somos enteramente responsables de nuestros actos, independientemente del estado físico o mental en el que nos encontremos.
Respecto a la reforma del código penal, no creo que sea necesaria una reforma como tal ya que es un aspecto que los jueces en este caso ya lo tienen en cuenta debido a su dilatada experiencia frente a los distintos casos a los que se han debido de enfrentar.
El autor opina que nuestra sensación de libertad es una creencia falsa más, y yo personalmente estoy de acuerdo ya que la libertad tal y como la conocemos es un concepto banal e incierto ya que no somos libres en ningún momento de nuestra vida. Estamos sujetos a leyes u obligaciones o tareas que nos impiden ser completamente libres y ejercer nuestro derecho innato de la libertad.
Para finalizar este comentario me gustaría añadir que yo creo que pocas personas, por no decir ninguna, es capaz de realizar un diagnostico de lo que es la libertad como tal ya que nadie es libre, todos estamos sujetos a lo largo de nuestra vida, pero la pregunta que yo lanzo sería la siguiente:
¿Qué es lo primero que haríais si fuéseis conscientes de que sois enteramente libres?
Un saludo.
Buenas tardes,
Tras haber leído el texto propuesto y algunos de vuestros comentarios he sacado una conclusión. La libertad sí es una ilusión, no solo por las señales cerebrales mencionadas en el artículo, también es debido a la sociedad en la que todos convivimos.
Actualmente todas las personas se mueven por un motivo que ellas mismas eligen, ya sea dinero, poder, conocimiento, sexo, etc. Todo el mundo actúa y elige sus decisiones en base a esos motivos.
Algunos de vosotros podréis decirme que los motivos sí se eligen libremente, pero eso no es cierto, los motivos por los cuales nos movemos están muy ligados a la educación que hemos recibido, y la educación es algo que no podemos elegir, ya que los valores que cada uno tiene son inculcados por profesores y familiares desde antes de tener un pensamiento crítico.
El pensamiento crítico nos puede ayudar a aumentar el número de opciones a elegir, porque seremos capaces de cuestionarnos todo lo que se nos presente, de esta forma podremos afrontar nuestros objetivos desde un punto de vista más amplio.
Es cierto que una vez que las personas llegan a la pubertad son capaces de elegir sus propios estudios, pero los valores ya están muy presentes en la personalidad de cada uno y generalmente ya nos marcamos metas a esas edades.
Por lo que nuestra supuesta libertad está estrechamente ligada con nuestro valores y pensamiento y siempre elegiremos las acciones que más nos convengan para lograr nuestros objetivos.
Siempre seremos esclavos de nuestros objetivos y viviremos en una falsa libertad que está muy relacionada con la educación que recibimos desde pequeños. Como dijo Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo».
Este argumento está basado en la premisa de que todas las personan tienen objetivos y motivos por los cuales moverse.
Llegando al punto del código penal, tras la breve reflexión que he hecho, considero que no es necesario hacerle ningún cambio. El código penal nos establece unos límites para que la convivencia sea efectiva. De no existir o si realizásemos cambios en base a los estudios neurológicos, las personas se aprovecharían de los vacíos legales para llegar a cumplir sus objetivos saltándose las leyes si fuese necesario o utilizando el argumento del juez de la conversación ficticia.
En conclusión, la libertad siempre ha sido una ficción y el código penal nos permite avanzar en una sociedad bien vista a nivel moral.
Buenos días,
Después de haber leído el artículo y haberlo analizado en clase, hay muchos conceptos que pensaba que eran de una manera y ahora lo pongo en duda.
En el experimento comentado al principio del texto, se detectan tres sucesos de tiempo entre los que hay un corto espacio de tiempo por lo que antes de tomar la decisión ya la sabemos. Esto me desconcierta un poco porque es acciones involuntarias o reflejos sí veo que esto es cierto pero en otros momentos que no son instantáneos no creo que el proceso de tomar la decisión sea tan rápido porque al final, siempre necesitamos analizarlo todo.
Por otro lado, me ha parecido muy curioso lo comentado en clase porque nunca me había parado a pensarlo:» si no somos libres no podemos hablar del bien o del mal y, por tanto, no hay ética». Siempre he pensado que no llegamos a ser libres del todo y esto lo sigo creyendo cierto porque sí podemos decidir si ir a la cocina a por un vaso de agua o no, pero no puedo decidir cuando despertarme o el ejemplo más simple comentado en clase, por mucho que quiera volar no puedo. Estoy de acuerdo en que los animales tienen distintos grados de libertad porque al final, no puedes juzgar al león por matar a una gacela porque este lo hace por supervivencia.
Una de las razones por las que pienso que no somos realmente libres es porque desde pequeños nos han criado de una forma que nosotros no hemos elegido, en una cultura y condiciones específicas, Sin embargo, después de comentarlo en clase, he llegado a la conclusión de que eso no significa no tener libertad, sino que estamos condicionados, por lo que hay que saber diferenciar entre estar condicionado y no ser libre.