En esta aldea se ubica uno de los rincones más apartados de la antigua zona de guerra de Sri Lanka. Sus polvorientas calles son casi inaccesibles y carecen de iluminación, las conexiones telefónicas son irregulares y el puesto policial más próximo dista varios kilómetros, cerca del centro del distrito de Mullaitivu, devastado por el conflicto. […]
Por Amantha Perera
VALIPUNAM, Sri Lanka, Jul 9 2014 (IPS)
En esta aldea se ubica uno de los rincones más apartados de la antigua zona de guerra de Sri Lanka. Sus polvorientas calles son casi inaccesibles y carecen de iluminación, las conexiones telefónicas son irregulares y el puesto policial más próximo dista varios kilómetros, cerca del centro del distrito de Mullaitivu, devastado por el conflicto.
Aquí, a 322 kilómetros al norte de Colombo, incluso los hombres que no padecen ninguna discapacidad temen estar solos en sus hogares. Sin embargo, Sumathi Rajan, de 35 años, sabe que si ella no está en su pequeño comercio por la noche es muy probable que a la mañana siguiente no quede nada en él.
Determinada a preservar su única fuente de ingresos, Rajan duerme cada noche en el piso de su local, junto con su hijo de 12 años, pese a que corre el riesgo de que le roben o incluso la violen.
“Sé lo que tengo que hacer, sé cómo cuidar de mi hijo y de mí misma”, dijo a IPS esta luchadora madre soltera, parada frente a su humilde negocio.
En los últimos cinco años, su vida fue sacudida por la crisis.
A comienzos de 2009, cuando el conflicto civil de casi tres décadas en el país dio señales de estar llegando a un sangriento final, Rajan y su familia, que vivían en plena área controlada por los separatistas Tigres para la Liberación de la Patria Tamil, se prepararon para enfrentar un prolongado período de incertidumbre.
Las srilankesas jefas de hogar están entre las más resilientes de la ex zona de conflicto
En abril de aquel año, Rajan y su hijo, entonces de apenas siete años, estuvieron entre decenas de miles de civiles tamiles atrapados en un estrecho territorio situado entre el océano Índico y la laguna Nandikadal, sobre la costa nororiental de la isla, mientras los Tigres libraban una sangrienta batalla final contra las fuerzas del gobierno.
Ambos escaparon vivos de los combates, pero sin más posesiones que las ropas que llevaban puestas. Durante los siguientes dos años y medio, su “hogar” fue un enorme campamento de desplazados conocido como Granja Menik, en el norteño distrito de Vavuniya.
Cuando la familia finalmente volvió a Valipunam, a fines de 2011, Rajan tuvo que reconstruir su vida de cero.
Además de las difíciles decisiones que implicaba su condición de madre soltera, incluso antes de que tuviera que huir de la guerra, Rajan, prestamista, tuvo que volverse más firme con sus clientes a la hora de cobrarles y de sumarles intereses.
Actualmente continúa con el negocio, enfrentando muchos de los mismos desafíos que hace tres años. “Cuando alguien no devuelve el dinero en la fecha acordada, voy a su casa a cobrarle”, aseguró.
A comienzos de este año, su comercio se benefició de un subsidio de 380 dólares que le concedió el Comité Internacional de la Cruz Roja.
“Eso me ayudó a expandir el local”, relató Rajan, mirando con orgullo los estantes con todo tipo de productos, desde legumbres hasta champú. Pero con las nuevas mercaderías se renuevan los temores de robo. La mujer deposita sus magros ahorros mensuales de unos 25 dólares en la cuenta de su hijo, para mantenerlos a resguardo.
Historias como la de Rajan no son inusuales en la srilankesa Provincia del Norte, devastada por la guerra y donde entre 40.000 y 55.000 familias encabezadas por mujeres se esfuerzan por ganarse la vida, según agencias humanitarias y de desarrollo apostadas en la región.
Una evaluación de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) de junio de 2013 reveló que 40 por ciento de las mujeres -entre unos 467.000 retornados que fueron desplazados durante las últimas etapas de la guerra- todavía se sienten inseguras en sus propios hogares.
Además, 25 por ciento de ellas se sienten igualmente vulnerables al salir solas de sus aldeas.
La situación es aún peor para las familias lideradas por madres sin pareja. Se estima que los hogares de estas características son 40.000, y que sus hijos son los más vulnerables a los abusos sexuales, según un informe de marzo del Grupo de Promoción de Soluciones Perdurables, una coalición voluntaria de organizaciones y agencias internacionales.
Pese a esos problemas, las mujeres jefas de hogar están entre las más resilientes de la antigua zona de conflicto, según trabajadores humanitarios en la región.
“Estas mujeres tienen mucha fortaleza”, dijo M. S. M. Kamil, director del Departamento de Seguridad Económica de la Cruz Roja, en diálogo con IPS.
Subashini Mellampasi, de 34 años y que cría sola a tres hijos de entre cinco y 14 años, es la prueba viviente. El mayor es sordomudo. Para
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Fuente : http://www.ipsnoticias.net/2014/07/madres-solteras…
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