La iniciativa del presidente de Francia, Emmanuel Macron, de organizar en París una cumbre especial sobre el cambio climático, constituye una evidencia más de la gravedad de la crisis de nuestra civilización y de su modelo energético. Como especie no tenemos futuro si no resolvemos adecuadamente la ecuación energética: no podemos seguir quemando la casa (nuestro hábitat) para calentarla o refrigerarla.
Francia está tomando un protagonismo creciente en la sensibilización social ante los desafíos climáticos: no sólo ha organizado esta COP paralela, sino que también ha puesto en marcha el colectivo Clima 2020, con la finalidad de que el proyecto europeo abandone su irresponsable deriva y evolucione hacia lo que define como la máxima prioridad de la especie: controlar el cambio climático. Iniciativas similares se multiplican por todo el planeta, amplificando el impacto social. Hasta las nuevas economías están tomando cartas en el asunto.
Cada vez somos más conscientes de que el proceso climático se nos escapa de las manos. La cumbre de París es un sobresalto de consciencia, como define Les Echos, que nos alerta de la próxima catástrofe climática sin que las diferentes iniciativas (como el Acuerdo de París) o las diferentes propuestas, como gravar las transacciones financieras para financiar la transición energética, tengan suficiente fuerza, bien para contener el termómetro de la temperatura global, bien para movilizar a la sociedad para corregir el rumbo de la nave humana.
De momento sólo acumulamos decepciones. Sin embargo, el clima, año tras año, nos avisa de que hay que salir de las palabras para pasar a la acción. Estamos tardando demasiado en abandonar el carbón y en saltar de verdad a las economías menos contaminantes, como las renovables o la nuclear.
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