La epigenética, que es el modo en que se regula la expresión de los genes mediante interruptores temporales llamados “epimarcas”, podría ser clave para el desarrollo de la homosexualidad, sugiere un estudio.
Según esta investigación, cuyos resultados han aparecido publicados en The Quarterly Review of Biology, “epimarcas” sexuales específicas, que normalmente no se transmiten de generación a generación y, por tanto, suelen ser “borradas”, podrían propiciar la homosexualidad cuando eluden este “borrado” y son transmitidas de padre a hija o de madre a hijo.
Desde un punto de vista evolutivo, la homosexualidad es una característica no esperable, dentro del marco de la selección natural darwiniana. Sin embargo, es una condición común en hombres y mujeres de casi todas las culturas.
Estudios previos habían demostrado que la homosexualidad tiene un componente hereditario, lo que ha llevado a muchos investigadores a deducir que existe un fundamento genético para la preferencia sexual.
A pesar de esta hipótesis, no se ha encontrado ningún gen relacionado directamente con la homosexualidad, y eso que se han hecho numerosas investigaciones para buscarlo.
Descifrando el acertijo con matemáticas
En el presente estudio, investigadores del Working Group on Intragenomic Conflict del National Institute for Mathematical and Biological Synthesis (NIMBioS) de Estados Unidos combinaron la teoría de la evolución con los últimos conocimientos sobre regulación molecular en la expresión de los genes y desarrollo sexual dependiente de los andrógenos, para producir un modelo matemático y biológico que determinase el papel de la epigenética en la homosexualidad, publica el NIMBioS en un comunicado.
Las “epimarcas” constituyen una capa extra de información adyacente a las estructuras de nuestros genes, que regula la expresión de estos. Así, mientras los genes albergan las instrucciones, las epimarcas dirigen el modo en que estas instrucciones se efectúan (cuándo, dónde y cómo se expresan los genes durante el desarrollo).
Normalmente, las epimarcas se producen de nuevo en cada generación, pero evidencias recientes han demostrado que, a veces, pasan de generación a generación y, por tanto, pueden contribuir a parecidos entre parientes, del mismo modo que contribuyen los genes.
Las epimarcas sexuales específicas que se producen en el desarrollo del feto protegen a cada sexo de las variaciones sustanciales que naturalmente propicia la hormona testosterona. Estas epimarcas evitan que los fetos femeninos se masculinicen o viceversa, en el caso de los fetos masculinos. Algunas de ellas afectan a los genitales, otras a la identidad sexual y otras a las preferencias sexuales.
Sin embargo, cuando estas epimarcas son trasmitidas entre generaciones de padres a hijas o de madres a hijos, pueden causar ciertos efectos, como la feminización de algunas características de los hijos –por ejemplo, la preferencia sexual- o la masculinización parcial de las hijas, afirman los científicos.
El estudio parece resolver, por tanto, el acertijo evolutivo de la homosexualidad, al haber encontrado que algunas epimarcas, que normalmente protegen de variaciones naturales en los niveles de las hormonas sexuales durante el desarrollo fetal, a veces pueden pasar de generación en
generación y ocasionar la homosexualidad de la descendencia del sexo opuesto.
El modelo matemático ha demostrado, según los investigadores, que “la transmisión de epimarcas sexualmente antagonistas entre generaciones es el mecanismo evolutivo más plausible para el fenómeno de la homosexualidad”.
La ciencia y la condición homosexual
Desde hace tiempo, la ciencia se afana por entender el origen de la homosexualidad humana. Desde el punto de vista neurobiológico, en 1991, el neurocientífico estadounidense Simon LeVay, publicó un artículo en el que se describía una diferencia en el porcentaje del tamaño y volumen del tercer núcleo intersticial del hipotálamo anterior (INAH3) entre hombres homosexuales y heterosexuales, aclarando que este es más grande en heterosexuales en comparación al hallado en cerebros homosexuales.
Otros estudios en este terreno han señalado que durante los seis primeros meses de vida gestacional, se establece una impronta de carácter sexual en el encéfalo y que en dos etapas subsecuentes e importantes, durante los dos primeros años de vida y la adolescencia, existen cambios de gran actividad hormonal que pueden consolidar la forma en que cada individuo ejerce su sexualidad.
Desde el punto de vista evolutivo, en 2010, una investigación realizada en Samoa, una sociedad en la que los homosexuales varones tienen un papel muy definido, sugirió que los tíos solteros asegurarían la supervivencia de sus sobrinos y, así, la perpetuación de sus genes familiares.
Según los autores de este estudio, de la Universidad de Lethbridge, en Canadá, aunque el importante papel de los hombres homosexuales haya sido olvidado en la sociedad occidental, podría estar en el origen de la aparición de la homosexualidad masculina, hace eones de años.
La ciencia también ha argüido causas ambientales en el origen de la homosexualidad. En este sentido, los resultados de un estudio realizado con 3.826 parejas de gemelos suecos en 2008 señalaron que las influencias del entorno, incluido el entorno del vientre materno, podría jugar un papel más importante que los genes en la orientación sexual de los individuos.
En este estudio, el 5% de los hombres y el 8% de las mujeres afirmó haber mantenido al menos una relación sexual homosexual en sus vidas. Las respuestas de los participantes fueron sometidas a un modelo matemático que permitió deducir que los genes explicarían sólo en un 36% las diferencias en la orientación sexual de los hombres, y tan sólo en un 18% la orientación sexual de las mujeres.
Referencia bibiográfica:
William R. Rice, Urban Friberg, and Sergey Gavrilets. Homosexuality as a Consequence of Epigenetically Canalized Sexual Development. The Quarterly Review of Biology (2012).
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