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Arte y Torá. Exterior e interior del judaísmo

Arte y Torá. Exterior e interior del judaísmo

Tengo la impresión de haber hecho un libro bueno, no muy grande, pero denso

Arte y Torá. Exterior e interior del judaísmo

Ficha Técnica

Título: Arte y Torá. Exterior e interior del judaísmo
Autor: Máximo José Kahn
Edición: Mario Martín Gijón y Leonardo Senkman
Edita: Renacimiento
Colección: Biblioteca del Exilio
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 382
ISBN: 978-84-8472-693-7
Precio: 22,00 euros

Es este un libro sumamente interesante. Ya se nos dice en el subtítulo que se trata de ahondar en el exterior y el interior del judaísmo. Y el autor lo hace desde su propia perspectiva personal, judía. Y con un estilo peculiar, muy propio, cuidado, no exento de lirismo, transportándonos por las singladuras de esta religión. ¿Cómo entiende un judío el mundo que le rodea, al que arriba, cuando se aleja de su matriz religiosa? ¿Cómo lo perciben los no judíos? ¿Qué produce posturas tan encontradas entre unos y otros? A todo esto pretende dar respuesta Máximo José Kahn, haciendo un recorrido por la historia de los últimos siglos y ahondando en las raíces más genuinas de esta religión.

Mario Martín Gijón, docente actualmente en la Universidad de Extremadura, suscribe el ensayo La trayectoria vital y literaria de Máximo José Kahn. En algo más de treinta páginas, nos ofrece una biografía del autor, no limitada a un simple recorrido por su agitada vida, sino que en ella inserta los títulos más destacados de la producción intelectual de Kahn. Y lo hace con un estilo muy conciso, muy accesible a la par que ameno.

A este primer trabajo, le sigue el del catedrático de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Leonardo Senkman, titulado La obra de Máximo José Kahn en Argentina. Del exilio republicano a la diáspora judía. Ocupa, igualmente, algo más de treinta páginas. De su análisis, citamos el párrafo final, que resume magistralmente la figura de Kahn y sus planteamientos: “La posición de Máximo José Kahn no era la de un pre-moderno, sino la del utópico religioso judío que se negaba a renunciar a la Hija de la Voz en las travesías del judaísmo en la modernidad. Un moderno e hidalgo jasid que, al igual que Edmond Jabès, rechazaba adecuar al judaísmo en un ritual, y adaptarlo para ser un culto más que impediría oír la Voz hecha balbuceo, nombre, oración, salmo, códice, letra viviente, alma y mudez preñada de la Voz, tal como finaliza el último capítulo del libro, no casualmente llamado El Eterno”.

Con estos dos ensayos, el lector encuentra el marco idóneo para acometer la lectura de Arte y Torá, obra póstuma de su autor que nunca llegó a ver publicada, pues falleció poco después de culminarla y que, ocasionalmente, se consideró desaparecida. Afortunadamente, su recuperación por Editorial Renacimiento nos permite acceder a un serio análisis de la historia del judaísmo desde la emancipación de los judíos a finales del siglo XVIII.

“Entre las postrimerías del siglo XVIII y el último tercio del XIX se abrieron las puertas de los ghettos. El mejoramiento marchaba en sentido contrario al sol. Las últimas en desaparecer fueron las juderías muradas del Este de Europa”. Comienza así Kahn la primera parte de su trabajo, Éxodo, describiéndonos la extraña sensación de aquellos judíos ante el mundo cuasi desconocido que se les ponía delante de los ojos, hasta “tomar asiento en medio de los mismos seres que, hasta entonces, los habían vejado y agraviado”.

Fue un profundo aldabonazo. La Torá, que hasta entonces se consideraba el ombligo de todo lo creado, se enfrentó a supuestas contradicciones que inhabilitaban su procedencia divina. El judío en tierra extraña se vio impulsado a abandonar la forma de vida heredada de sus padres y pareció que “aprovechase la oportunidad para lanzarse a la vida profana como quien se libra de una armadura de sudor”, aunque sin dejar por ello de ser judío. Y los seres no judíos que lo rodeaban no se lo ponían fácil; solo la lección aprendida de vivir dos mil años en medio de persecuciones, le sirvió para no esconderse sin ver en cualquier escondrijo una mansión palaciega.

Sumiso a la prescripción de la Torá de no elaborar imágenes y de concebir la música como oración, tuvo mucho que avanzar para conseguir destacar en pintura, escultura o como virtuoso compositor. A este tema, que da título a la obra, dedica Kahn unas páginas de extraordinaria factura. Como hace también al referirse a la lengua hebrea, significado profundo de la voz, de la palabra, cuando, saliendo del ghetto donde se la veneraba, hubo de enfrentarse a un entorno que le era ajeno. Incluso, podría pensarse que, con esta apertura de los ghettos, se había dado con un método infalible de socavar el judaísmo y destruir, así, la judeidad. En su recinto, el judío desconocía, no solo el gran arte creador, sino, también, otras disciplinas principales de la cultura: la política, la filosofía y la ciencia, estas últimas circunscritas únicamente a su mundo interior. El judío tuvo que ingeniárselas para abrazar las profesiones típicas de su tiempo, entre las que destaca, por provenir de una tradición de la Edad Media, la medicina, aunque lo hace de una manera peculiar: cura con el judaísmo y sabía bien compadecerse con el dolor, ese dolor que ha experimentado a lo largo de los siglos.

Finaliza, así, la primera parte de la obra. Y arranca la segunda, bajo el epígrafe de Diáspora, cuyo primer capítulo se titula Judaísmo y judeofobia. ¿A qué se enfrentaban los judíos al dejar sus ghettos? “Al penetrar en la Diáspora total, un estado de cosas sorprendía al desorientado judío asimilador más que ningún otro. Su Torá; su Biblia, su así llamado Antiguo Testamento, se encontraba en manos de la no-judeidad”. Y el problema ha consistido en que, en el no-judaísmo, toda frontera significaba enemistad. Pese a ello, los judíos de la diáspora mantienen ese lazo de pueblo que les mantiene unidos por encima de cualquier nacionalidad que adopten; un alemán era enemigo de un francés, pero un judío alemán no lo era de un correligionario francés. Con su peculiar estilo, el autor hace una descripción del recorrido de la Torá a lo largo del tiempo, aportando su visión sobre el fenómeno del antisemitismo.

Ciudadanos del mundo es el siguiente epígrafe. Kahn lo resume así: “La fuerza de expansión que afluía de la Diáspora inspiró el deseo ardiente de volverse toda la humanidad. El judío no quería dominar al mundo; quería serlo. Quería ser todo ese mundo por el cual los no-judíos habían hecho arrastrarse al pueblo de Israel, a lo largo de su órbita multimilenaria”. Pero tal intento fracasó; el mundo entero no podía ser su patria porque sus derechos de hombre eran administrados por la no-judeidad. Esencialmente, concluye Kahn, su ciudadanía universal no era más que desorientación. Todo ello lleva a los judíos a diferentes posturas; una era la de no parecer serlo, renunciando a sus nombres, sus libros, su filosofía, … a favor de la del entorno; y, por otro lado, a un hermetismo que le aleja de cualquier amistad, aludiendo aquí el autor a las simpatías que despierta el pueblo palestino y las escasas amistades que, a su parecer, atesora el estado de Israel.

Dolor del mundo y Lámparas sagradas constituyen los dos epígrafes siguientes, estrechamente relacionados. Kahn analiza la actitud del judío ante los avances de todo tipo que se van produciendo en su entorno, especialmente en las ciencias; aunque, también, aborda su actitud ante el arte: “le apetecía al judío asimilador ampliar los conocimientos de sabios sacramentales con visiones de sublimidad estética”. Un arte que, fundamentalmente, fue más reproductor que creativo, con una especial incidencia en el violín, al que compara, en su forma, con el varón perseguido y errante, con el ceñidor de peregrino a la altura de las caderas. Seguidamente, se centra en los más rigoristas judíos, quienes, “de tanto custodiar la lámpara sagrada de la Torá y sus escritos agregados, se habían hecho lámparas sagradas ellos mismos”. Es un recorrido desde el interior del alma y sus avatares a través de los años.

Este bloque segundo de la obra se cierra con el epígrafe Sal de lágrimas y sal de ingenio. De nuevo, las palabras de Kahn abriéndolo indican las líneas de su contenido: “… Le plació a la humanidad confeccionar caricaturas del judío que sobrepujaban, en mucho, las trazadas por generaciones anteriores. El judío se prestaba más a la caricatura que al retrato por cuanto sus mutilaciones, sus exageraciones y la inversión de sus adentros hacia el exterior requerían pinceles estrafalarios”. En estas páginas, el autor recoge esta manifestación, tanto del arte gráfico como de la literatura, de la visión negativa de la no-judeidad acerca de los judíos y cómo es percibida por estos.

Llegamos así al tercer bloque de la obra, Destierro, que se abre con el epígrafe El otro ramal, Sefarad. El judío asquenazita, ansioso de completar su tarea de expansión, dio con figuras del otro ramal del judaísmo, el sefardita o sefardí, a cuya historia dedica las páginas siguientes hasta enlazar con el epígrafe Buena moneda. En él, arranca del alejamiento de los judíos de la diáspora de aquellos otros ortodoxos, un alejamiento que se manifiesta en la forma de entender a Dios según las palabras que unos y otros utilizan para denominarlo. Y de ese alejamiento surge, también, la relación del judío con el dinero, que ha llegado a convertirse en un símbolo de la judeidad.

De donde deriva el siguiente epígrafe, Ostentación. Así lo expresa Kahn: “El judío hubiera podido no exhibir sus alhajas, sino guardarlas en un escondrijo. Pero la mujer israelita de los albores de nuestro siglo (siglo XX) daba rienda suelta a su impulso de ostentación sin reparar en tales posibilidades. Reinaba el deseo ardiente e irrefrenable de manifestar las excelencias del judaísmo con medios que llamasen la atención por la intensidad con que llenaban los sentidos”. Y este deseo de ostentación no se mantuvo en límites soportables, con las consiguientes consecuencias.

Observancia y judaísmo es el título del epígrafe siguiente. En el inicio del siglo XX, el judío, romántico e imprudente por demasiado circunspecto y perspicaz, no percibía la amenaza que acechaba a su lado. Y buscó la manera de explotar ese judaísmo del que se sentía orgulloso, indagando, por ejemplo, en la contribución del espíritu judío a la civilización. El encuentro entre quienes vivían esparcidos por el mundo y quienes mantenían la práctica ortodoxa de la religión no fue sedoso. “A partir del momento en que el liberto de los ghettos notó que puede dejar de ser judío impunemente y seguir tal o cual ideología profana (…) desde ese instante, no abandonar el judaísmo quería decir, en última instancia, explotar el pasado y sus contenidos”. Explotarlos, claro está, como un valor en su propio beneficio.

El último epígrafe de este apartado lleva por título Inmundicia. El judío salido del ghetto, instalado por el mundo, analiza las manifestaciones de su religión, percatándose de cuánto había en ella de posible brujería, hechicería y magia. “En suma, resultó que el judaísmo entero se apoyaba sobre rudimentos idolátricos y naturales”.

Retorno es el título del siguiente bloque, que se inicia con el epígrafe Fiestas y crímenes. Dice Kahn “Los actos del culto judío que traen su origen de creencias mágicas o brujescas daban pie al no-judaísmo antisemita para agredir lo que no comprendía o no le convenía comprender”. Alude, luego, a determinadas tradiciones rituales, alguna con sangre de animales por medio, la que, en ausencia de monumentos que marcaran el paso de Israel por la historia, usurparon el papel destinado al arte en otras culturas. Estas tradiciones ya no conservan los supuestos resultados mágicos de sus orígenes, pero se mantienen vivas con frecuencia, hecho que compara con las corridas de toros españolas. A veces, derivaron en narraciones fantasiosas, como la del niño estrangulado cuya sangre entra en la comida judía, que dieron pie al exacerbado antisemitismo, especialmente cuando tales hechos se consideraban parte de un ritual.

De aquí se pasa a la Inmolación apocalíptica, que es el título del epígrafe siguiente. Evidentemente, hace referencia al holocausto en la Alemania de los años 30 y 40 del siglo XX. “De los enemigos que habían acometido a la judeidad moderna, las nacionalsocialistas alemanes fueron quienes mejor y de más cerca conocían al hombre judío y su enseñanza. Habían decidido echar abajo su grey por fuera y por dentro. Querían triturarla”. Pero, no contaron con la historia que deja claro cómo sucumbieron todos los pueblos que trataron de eliminar a los judíos quienes, sin embargo, sobrevivieron. Y la clave está en que estos, los judíos, se consideran eso, un pueblo, en un sentido que no es el que pueda tener cualquier otra nación. Y ocurre que ellos, que se habían instalado en países europeos, que habían intentado ocultar su condición, son atacados precisamente más por lo que aparentan ser que por el hecho de serlo. Y de aquí pasa a exponer sucintamente la consecuencia de esta acción antijudía: la creación del estado de Israel.

Plegarias y oraciones. Así se titula el epígrafe que viene a continuación, indisolublemente unido a los dos que le siguen y cierran este bloque: Camino sin fin y Jerusalén. En el primero, analiza la oración y su significado en quienes afrontaron los campos de exterminio. Y continúa: “La contradicción por excelencia se expresa en el judío orante que mata a su enemigo. (…) La familia de Israel no puede orar y, al mismo tiempo, vestir armas”. Pero las circunstancias le concedieron, no solo el derecho de estar a la defensa, sino que la actuación alemana impuso a Israel el deber de hacerse fuerte. Justifica así la creación del estado de Israel, eso sí, haciendo bien la distinción entre judaísmo y sionismo que, afirma, están lejos de ser la misma cosa.

Se llega, así, al quinto y último bloque del libro, Sión. Su primer epígrafe: Discípulos sin maestros. Afirma el autor que, hasta finales del siglo XVIII, uno de los rasgos característicos del mundo judío fue que discípulos se apiñaban en torno a sus maestros. Pero este mundo expiró: desde el momento en que los judíos se emanciparon de la tutela sinagogal , dejaron atrás las voces que los habían aleccionado con disciplina indulgente; hecho que no solo afectaba a los discentes, sino, también, a los enseñantes. Con el nuevo estado, se procura recuperar la docencia, pero, a juicio de Kahn, “lo mejor del judaísmo no anida en los jefes espirituales o políticos de la grey ni en sus vivientes vasijas de erudición, sino anónima e imponderablemente diseminado, entre los once millones de seres que la componen”.

Historia sinaica es el título del segundo epígrafe. En él, Kahn recorre la manera de contar años y siglos de la historia del pueblo judío, con las diversas interpretaciones acerca del comienzo del todo y los diferentes hitos que marcan su devenir. Su expresión es clara: “La manera judía de contar años y siglos no es sino el esqueleto de una historia por medio de la cual el árbol genealógico de todas las almas judías penetra en nuestro campo de percepción”. Y concluye: “Inaugurando una historia particular que transcurriese exclusivamente en dimensiones sagradas, no haría otra cosa [el pueblo judío] sino quedar fiel a hechos de su pasado como aquella Alianza que concluyó a favor de todo un mundo antagónico”.

El epígrafe que viene a continuación se titula Las cámaras íntimas del judaísmo, en el que realiza un análisis de la cábala, algo que en la actualidad tiene resabios de esoterismo, pero que, en esencia, su origen está lejos de serlo. Dedica especial atención a los caracteres y números hebreos y las interpretaciones que se le han dado, para finalizar con un curioso juego de palabras entre cábala y cabal.

Y de la cábala a la Sinagoga, que constituye el penúltimo epígrafe de esta obra, donde analiza esta institución y su papel en el judaísmo. Poéticamente, nos afirma que “besando y sorbiendo besos en la grandiosa ocultación que el Eterno usa a fin de que Lo hagan manifestarse, los hombres de la Sinagoga tomarán sobre sí el custodiarla a guisa de tabernáculo de la Voz”. Y enlaza con el último epígrafe, El Eterno, al que dedica profundas páginas de reflexión.

Índice

La trayectoria vital y literaria de Máximo José Kahn, por Mario Martín Gijón
La obra de Máximo José Kahn en Argentina. Del exilio republicano a la diáspora judía, por Leonardo Senkman
Bibliografía de Máximo José Kahn
Nota a la edición

1. Éxodo

Salida del ghetto
Mudanza de la vida judía
Las efigies
La “hija de la Voz”
El “pueblo elegido”

II. La diáspora

Judaísmo y judeofobia
Ciudadanos del mundo
“Dolor del mundo”
“Lámparas sagradas”
Sal de lágrimas y sal de ingenio

III. Destierro

El otro ramal
Buena moneda
Ostentación
Observancia y judaísmo
“Inmundicia”

IV. El retorno

Fiestas y crímenes
Inmolación apocalíptica
Plegarias y oraciones
Camino sin fin
Jerusalén

V. Sión

Discípulos sin maestros
Historia sinaica
Las cámaras íntimas del judaísmo
La Sinagoga
El Eterno

Arte y Torá. Exterior e interior del judaísmo

Notas sobre el autor

Máximo José Kahn nació en Frankfurt am Mein en 1897 y falleció en Buenos Aires, en 1953. Llegó a España en 1920, residiendo en Madrid y Toledo. Adquirió la nacionalidad española y fue el idioma español el que utilizó en su producción literaria.

Publicó artículos en La Gaceta Literaria y en Revista de Occidente, bajo el pseudónimo Medina Azara. Mantuvo estrecho contacto con los círculos intelectuales anteriores a la Guerra Civil. Fue un excelente especialista en la cultura judeo-española, además de ensayista, traductor y novelista. Durante la contienda civil, publicó en Hora de España, exiliándose posteriormente a Méjico, donde aparecieron algunas novelas suyas. Tras el final de la Guerra Civil española no regresó a España y residió en Buenos Aires a partir de 1944.

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