El día en que los robots ayuden a los niños autistas a aprender las habilidades sociales de las que carecen está ahora un poco más cerca, gracias al desarrollo de un sistema que permite registrar el estado emocional de estos niños. El sistema ha sido desarrollado en la Universidad Vanderbilt, de Estados Unidos.
Según declaró uno de sus creadores, Nilanjan Sarkar en un comunicado emitido por dicha universidad, actualmente hay muchas investigaciones en marcha en todo el mundo para intentar usar los robots en el tratamiento de niños con autismo.
Se ha demostrado que los pequeños se sienten atraídos por los robots, por lo que se cree que si éstos estuvieran bien diseñados podrían jugar un importante papel en su tratamiento.
Sin embargo, hasta ahora, estos esfuerzos se han visto muy limitados porque no se había encontrado la forma de registrar el estado emocional de los niños, para que el robot pudiera responder automáticamente a sus reacciones.
Mediciones fisiológicas
En los últimos cinco años, Sarkar ha desarrollado un método que utiliza mediciones fisiológicas –como las pulsaciones, los cambios en el calor y la electricidad que transmiten los nervios y el sudor a través de la piel (respuesta galvánica de la piel), la temperatura y la respuesta muscular- para registrar el estado emocional de niños con autismo.
Aunque Sarkar empezó a trabajar en este sistema con la idea de mejorar la interacción humano-robot, el hecho de que su propio sobrino fuera diagnosticado de autismo hizo que cambiara la dirección de sus esfuerzos. Buscó entonces la ayuda de una experta en autismo infantil llamada Wendy Stone, que investiga en el Vanderbilt Kennedy Center.
Entre los dos han conseguido desarrollar finalmente el sistema, que ya ha sido probado con seis niños autistas de entre 13 y 16 años. A los participantes les fueron colocados una serie de sensores fisiológicos y se les pidió que jugaran a dos juegos. Uno de ellos fue el video juego Pong, y el otro un juego de baloncesto con una pequeña canasta.
Los investigadores explican que los datos fisiológicos recogidos durante estos juegos por el sistema sirven para desarrollar modelos matemáticos para cada individuo, capaces de predecir todos sus estados emocionales con una exactitud del 80%.
Conocerlos mejor que los humanos
Además, los científicos demostraron que esta información puede usarse en tiempo real para modificar la configuración de los juegos que se estén jugando, con el fin de incrementar de forma significativa el grado de implicación o atención de los niños.
Según Stone, el robot puede así “leer” las señales fisiológicas de la persona que está jugando, adaptar el juego a ésta y conseguir finalmente del jugador un estado de ánimo más positivo.
Los científicos señalan que este sistema es tan bueno como un terapeuta experimentado en identificar el estado emocional de los niños.
Por esa razón, puede resultar particularmente útil en el tratamiento de niños con autismo. A algunos de éstos quizá no les guste el contacto visual directo con otras personas, o quizá le molesten las voces o sonidos altos. Otros pueden reaccionar cuando la gente se les acerca demasiado.
El robot estará preparado para responder ante cualquiera de estas emociones de los niños, gracias al sistema que es capaz de interpretarlas. De hecho, podrá ser programado para reaccionar en función de las necesidades de los niños, con una coherencia respecto a ellas difícil de alcanzar para los humanos.
Otros intentos
El uso de robots para enseñar a niños autistas habilidades sociales no es la única vía “artificial” abierta en este sentido. Por ejemplo, el año pasado, otra universidad norteamericana, la Northwestern, anunciaba que el uso de “iguales virtuales” también puede ayudar.
Como tales se hacía referencia a dibujos animados con forma de niños, de tamaño real, diseñados para estimular comportamientos y conversaciones en niños autistas, con el fin de preparar a éstos para interacciones posteriores, con niños reales.
En las pruebas realizadas, los investigadores recogieron datos de seis niños con autismo muy leve, de edades comprendidas entre los siete y los 11 años, mientras éstos jugaban con un niño virtual llamado Sam, y también con niños reales. Así descubrieron que la relación de los niños autistas con Sam favoreció sus interacciones con niños reales.
La Universidad de Yale, por su parte, desarrolló en 2005 un robot llamado Nico destinado a evaluar modelos de desarrollo social de los niños autistas, con el fin de diagnosticar con mayor precisión sus problemas. Este robot era capaz de determinar, midiendo el tono de voz de los niños, si éstos estaban contentos o enfadados.
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