Cada día, Celina Maria de Souza se despierta antes de clarear y tras dejar a cuatro de sus hijos en la escuela cercana, baja los 180 escalones que separan su empinada vivienda de la parte plana de esta ciudad brasileña, para ir a trabajar como asistenta de hogar y volver a subirlos horas después. Souza, […]
Por Fabíola Ortiz
RÍO DE JANEIRO, Jul 30 2014 (IPS)
Cada día, Celina Maria de Souza se despierta antes de clarear y tras dejar a cuatro de sus hijos en la escuela cercana, baja los 180 escalones que separan su empinada vivienda de la parte plana de esta ciudad brasileña, para ir a trabajar como asistenta de hogar y volver a subirlos horas después.
Souza, de 44 años, vive desde hace unos 25 en lo alto de la favela (barrio pobre y hacinado) de Morro Vidigal, enclavado en una de las zonas residenciales más acomodadas de Río de Janeiro. En esta favela de unos 10.000 habitantes, las casas, muchas de autoconstrucción, se comprimen entre el mar y la vecina montaña.
Originaria de Ubaitaba, un pueblo del estado nororiental de Bahia, 1.000 kilómetros al norte de esta ciudad, con solo 17 años dejo a su familia para perseguir el sueño de una mejor vida en una gran urbe. Fue parte del contingente de migrantes que por décadas huyeron hacia el sur industrioso de la sequía en la región del Nordeste.“Este dinero me ayuda mucho. Critican que es una limosna, pero no lo veo así. Hay que trabajar también. Con la Bolsa, compro material escolar, alimentos, ropa para mis hijos y zapatos. No da para todos, pero ayuda mucho”: Celina Maria de Souza.
“Estoy cansada de vivir en la favela. Sueño con tener un día una casa con una habitación para cada hijo. Yo les digo que sean responsables y estudien para que no sufran después. Quisiera volver a estudiar, pero me resulta difícil encontrar tiempo”, se lamentó a IPS.
Madre de seis hijos de entre 23 y 12 años, los dos mayores ya emancipados, Souza tiene un ingreso mensual de unos 450 dólares. Casi la mitad, provienen del Bolsa Familia, un programa de transferencia de la renta que estableció Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) cuando llegó a la Presidencia y que mantiene su sucesora, Dilma Rousseff.
En 2013 el programa cumplió 10 años como la principal política social de este país de 200 millones de personas. Beneficia 13,8 millones de familias, lo que equivale a 50 millones de personas, justamente la cantidad que se estima que sacó de la pobreza extrema.
Pero aún 21,1 millones de brasileños viven en la miseria, de acuerdo a los últimos datos oficiales, de 2012.
La Asociación Internacional de Seguridad Social (ISSA, en inglés), con sede en Suiza, premió en octubre a Bolsa Familia por su combate a la pobreza y apoyo a los derechos de los más vulnerables.
Según ISSA, constituye la mayor transferencia de ingresos del mundo, con un costo de solo 0,5 por ciento del producto interno bruto. El presupuesto de Bolsa Familia en 2013 fue de 10.700 millones de dólares y actualmente integra el Plan Brasil Sin Miseria.
“Había escuchado hablar de él y me decían que era un subsidio que el gobierno daba a los niños que estaban matriculados en las escuelas y vacunados. Vivíamos muy mal, no teníamos que comer”, dijo Souza.
Desde hace una década, sus hijos se benefician de Bolsa Familia. Inicialmente recibían unos 40 dólares en total. Souza, que se caso dos veces, cría sola a sus hijos tras romper con su último marido.
“Este dinero me ayuda mucho. Critican que es una limosna, pero no lo veo así. Hay que trabajar también. Con la Bolsa, compro material escolar, alimentos, ropa para mis hijos y zapatos. No da para todos, pero ayuda mucho”, comentó.
Souza no olvida los días que pasó con hambre y hasta algunas noches sin techo, ella y sus dos hijos mayores, cuando se separó de su primera pareja. “Yo les decía a mis hijos: coman porque solo de verles a ustedes ya me alimento”, recordó. Ahora viven cinco en una vivienda de solo dos ambientes.
Sin casi estudios, esta madre lucha contra la pobreza y busca que sus hijos tengan mejores oportunidades mediante trabajos casi siempre informales, aunque cuando llegó a Río trabajó un tiempo en una fábrica de accesorios femeninos.
Souza es uno de los incontables ejemplos de brasileños y brasileñas que intentan garantizar a su familia una mejor calidad de vida, mientras Brasil trata de mitigar los pasivos históricos de muchos años de rezago en su desarrollo humano.
Ese esfuerzo le permitió mejorar su posición en el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que difundió el 24 de este mes el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y donde Brasil se situó en el lugar 79 entre 167 países analizados.
Pero dentro de América Latina, el país es superado por Chile (41), Cuba (44), Argentina (49), Uruguay (50), Panamá (65), Venezuela (67), Costa Rica (68) y México (71).
Andréa Bolzon, coordinadora del Atlas de Desarrollo Humano en Brasil, dijo a IPS que el país avanzó notablemente en los últimos 20 años. El Atlas realiza el aporte nacional al Informe sobre Desarrollo Humano, que incluye el IDH. El tema del de 2014 es “Sostener el progreso humano: reducir vulnerabilidades y construir resiliencia”.
Detrás de la mejora, explicó, “hay políticas que se implementaron, como el incremento del salario mínimo, las medidas afirmativas para la reducción de las desigualdades raciales, la promoción del empleo y la misma Bolsa Familia”.
El IDH, creado en 1980, mide la expectativa de vida y de salud, los niveles de educación y de renta. En 2013, Brasil registró 73,9 años de expectativa de vida, un promedio de 7,2 años de escolaridad y un ingreso bruto por persona de 14.275 dólares.
En 2013 el IDH de Brasil creció 36,4 por ciento respecto a 1980, cuando las expectativas de vida eran de 62,7 años, el promedio de estudios de 2,6 años y el ingreso por persona de 9.154 dólares.
“Brasil es uno de los países que más evolucionaron en el desarrollo humano en los últimos 30 años”, declaró el representante residente de PNUD en Brasil, Jorge Chediek, durante la presentación de los datos en Brasilia.
Sin embargo, sigue siendo muy desigual, puntualizó Bolzon. “Hay que invertir en los sistemas públicos universales de calidad, especialmente en salud y en educación pues tienen efectos en todos los demás indicadores”, subrayó.
Justamente, el aumento de los años de estudios entre las familias es un cambio visible, afirmó.
“Lo vemos entre las generaciones de una misma familia. La gente que estudió muy poquito, tiene hijos que estudian más años, hay una gran diferencia en términos de escolaridad”, destacó.
Este es el caso de Souza y su familia. Ella cursó hasta quinto grado de primaria y hoy su hija menor, de 12 años ya está en el sexto grado.
“Casi no estudié, tuve que dejarlo a los 12 años para trabajar porque tenía que ayudar a mis padres a traer comida a la casa. Quiero que mis hijos tengan mucho más de lo que yo tuve, que tengan una buena educación y un buen empleo”, dijo.
Isis, su hija, sabe de las penurias de su madre y sus esfuerzos por mejorar sus vidas. “Me encanta el colegio y estudiar matemáticas. Cuando vuelvo, ayudo a mi mamá y arreglo la casa. Mi madre dice que estudiemos mucho para que tengamos un futuro mejor. Yo sé su historia y lo hago”, dijo a IPS con una sonrisa.
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Fuente : http://www.ipsnoticias.net/2014/07/desarrollo-huma…
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