En los años 60 del siglo pasado, un psicólogo de la prestigiosa Universidad de Yale llamado Stanley Milgram realizó un controvertido experimento que fue bautizado como Experimento de Milgram.
El fin de la prueba era medir la buena voluntad de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad, incluso cuando dichas órdenes entrasen en conflicto con su conciencia personal.
Los experimentos comenzaron en julio de 1961, un año después de que Adolf Eichmann fuera juzgado y sentenciado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la humanidad durante el régimen nazi en Alemania.
Milgram estaba intrigado acerca de cómo un hombre completamente normal, e incluso aburrido, y que no tenía nada en contra de los judíos había podido ser un activo partícipe del Holocausto.
La curiosidad de Milgram
La curiosidad obligó a este psicólogo a llevar a cabo un experimento, en el que los participantes creyeron que estaban probando los efectos del castigo en el aprendizaje.
El Experimento de Milgram consistió en que un voluntario debía infringir daño a otro voluntario, que en realidad era un actor compinchado con el investigador y que simulaba dolor, sin que el otro voluntario fuera consciente del engaño.
Situado el actor en un módulo de cristal visible para el primer participante, se le colocaban electrodos a través de los cuales el primer voluntario debía enviar corrientes eléctricas al actor, corrientes que supuestamente eran extremadamente dolorosas. Estas corrientes iban aumentando de intensidad, mientras el actor hacía que sentía cada vez más dolor.
Los participantes se iban poniendo nerviosos de ver sufrir al otro, pero seguían obedeciendo al investigador, al menos hasta cierto punto.
Ahora, casi medio siglo después de que se desarrollara este experimento, otro psicólogo de la Santa Clara University, de Estados Unidos, ha descubierto que nada ha cambiado: la gente sigue dispuesta a hacer daño a otros, si se lo ordena una figura autoritaria.
Obediencia universal
Según la American Psychological Association, Jerry M. Burger repitió el Experimento Milgram demostrando que las tasas de obediencia ciega a la autoridad –por encima del dolor que esté sintiendo la otra persona- son tan sólo ligeramente más bajas que hace cincuenta años.
Por otro lado, la investigación demostró que no había diferencias en el grado de obediencia entre hombres y mujeres.
En la revista especializada American Psychologist, que pertenece a la American Psychological Association, ha aparecido un artículo en el que se explican estos resultados.
Según Burger, la copia del experimento ha demostrado que los mismos factores de situación que afectaban a la obediencia en el Experimento de Milgram siguen funcionando en la actualidad.
Milgram descubrió que, tras escuchar los primeros gritos de dolor del participante (actor) al aplicarle corrientes de 150 voltios, el 82,5% de los participantes seguían administrando descargas. Y de ese porcentaje, el 79% continuó haciéndolo, hasta los 450 voltios. En la réplica experimental de Burger, los porcentajes fueron similares, aunque las corrientes fueron aplicadas sólo hasta los 150 voltios.
Variaciones en la prueba
Las técnicas de Milgran fueron muy debatidas al publicarse los resultados de su experimento. Como resultado, existe actualmente un código ético para la experimentación psicológica, y ningún estudio utilizando procedimientos idénticos a los de Milgram había sido publicado en más de tres décadas, según Burger.
Este investigador introdujo una serie de variables en la prueba para lograr la aprobación institucional para su trabajo: la limitación a 150 voltios de las descargas (en lugar de hasta 450 voltios) fue una de ellas. Ese punto en las descargas es el más crítico, porque es cuando comienzan a aparecer más resistencia por parte de los participantes.
Además, en el estudio de Burger, se les repitió a los participantes que podían abandonar el experimento en cualquier momento, y que recibirían el dinero aunque lo dejasen a la mitad.
Por último, para que los voluntarios creyesen que las descargas eléctricas eran reales, se les suministró una descarga de 15 voltios (en el Experimento de Milgram las descargas “cebo” fueron de 45 voltios). A pesar de los cambios, las pruebas demostraron que la bondad no gana aún a la obediencia.
Resultados similares en experimento virtual
El Experimento de Milgram ha sido tan controvertido que se han llegado a realizar simulaciones virtuales de él. Tal y como explicamos hace un tiempo en Tendencias21, el University College de Londres repitió en un entorno virtual dicho experimento con personajes reales y virtuales.
En este caso, los voluntarios sabían que los que sufrían las descargas eléctricas eran personas irreales. Una parte de ellos se comunicó con los personajes virtuales a través de un interfaz textual, y un segundo grupo fue introducido en un entorno gráfico, en el que podían ver a su interlocutor: la representación tridimensional de una mujer.
Los resultados, publicados en PlosOne fueron los siguientes: en el primer grupo todos los participantes administraron las 20 descargas eléctricas que se les pidió. En el segundo, tres personas aplicaron 19 descargas, mientras que otras tres provocaron, respectivamente 9, 16 y 18.
La mitad del segundo grupo admitió que había deseado detenerse, pero, de nuevo, la autoridad venció a sus propios impulsos. Aunque la finalidad de esta prueba era probar si es útil la realidad virtual para la investigación psicológica, de nuevo se recogieron resultados similares a los informados por Milgram y Burger.
Según lo describió Milgram, la férrea autoridad se impone a los fuertes imperativos morales de los sujetos de lastimar a otros y, aún con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los participantes, la autoridad subyuga con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento de estos experimentos.
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