Entre el día y la noche
hay un territorio inexplorado.
No es sol ni es sombra:
es tiempo.
Octavio Paz
Un mito griego cuenta que Febo (el dios sol) llegó a enamorar a una jovencita de nombre Clythie, que lo observaba embelesada desde la Tierra. Al no ser correspondida, Clythie decidió “plantarse” en la tierra y seguir a Febo. Tanto se tomó en serio el trabajo que al cabo de un tiempo de seguir al sol con su mirada, su cuerpo comenzó a transformarse; sus pies echaron raíces hasta que se convirtió en… un girasol. Nada más parecido a un ritmo biológico: tenemos una planta (lo biológico) que repite un movimiento día a día (lo rítmico).
Algo de esto sabían médicos y filósofos de la Grecia antigua. El poeta Hesíodo escribió hacia el año 700 a.C. que “las enfermedades caen sobre los hombres, algunas de día y otras por la noche”. El mismísimo Hipócrates aconsejaba a los interesados en la medicina “investigar las estaciones del año y lo que ocurre en ellas”. Como consejo práctico, sugería “administrar las purgas de arriba hacia abajo en el verano, y de abajo hacia arriba en el invierno”.
La Cronobiología, que estudia los ritmos en funciones corporales, nació formalmente a mediados del siglo XX, y fue quedando claro todas las funciones fisiológicas, bioquímicas y comportamentales son periódicas (en particular, el hecho de haberse adaptado a un planeta que gira con un período de 24 horas sin duda condicionó a infinidad de ritmos biológicos en plantas y animales a la presencia de esos ritmos diarios).
Como bien predijo Cortázar, “el tiempo entra por los ojos”: es la luz la que pone en hora a unos pedacitos de cerebro que funcionan como relojes y que se llaman núcleos supraquiasmáticos (NSQ). Las bases del reloj son genéticas, es decir, que hay genes que se prenden y se apagan periódicamente para gobernar los ritmos.
Sin embargo, muy recientemente se descubrió la presencia de relojes por todo el cuerpo, aunque su significado no es comprendido (si uno saca los NSQ se pierden los ritmos en general, lo que no ocurre con los osciladores periféricos). Y hay más sorpresas: las bases genéticas de los relojes son bastante parecidas en humanos, ratones… y hasta moscas. Será porque hemos estado relojeando en el planeta desde hace muchísimo tiempo.
Desafío al reloj
La vida moderna desafía continuamente al reloj: estamos preparados para un mundo que ya no existe, con días, noches, estaciones, viajes lentos y tiempos calmos. La luz eléctrica, por ejemplo, alarga los días, y en cierta forma confunde a nuestro sistema temporal y lo obligan a esforzarse para marcar la hora. Los trastornos más comunes de los ritmos biológicos son los derivados de cambiar abruptamente la hora del mundo sin darle tiempo al reloj biológico para cambiar en forma simultánea.
Estamos hablando de casos como el jet-lag, que ocurre luego de volar atravesando varios husos horarios: el viajero que vuele de Buenos Aires a Europa, por ejemplo, requerirá de varios días para que se reloj se adapte a la nueva hora (al decir de García Márquez: “cuando uno vuela a Europa, el alma tarda tres días más en llegar”).
Esto no es muy grave para un turista que en los primeros días de museos y shopping esté un poco mareado, pero para los que viajen por trabajo (o, peor aún, para los pilotos de aviación), resulta todo un problema. Otro caso es el de los trabajadores en turnos rotativos, que pasan una semana en el turno mañana, otra en el turno tarde y otro en el turno noche, para luego comenzar nuevamente.
Se ha comprobado que los trabajadores en estas condiciones se enferman más y sufren mayor cantidad de accidentes de trabajo (algo que ya sabía don Alfredo Palacios allá porla década de 1930, cuando estudió el y el efecto de la fatiga sobre el desempeño de trabajadoras en hilanderías del estado).
Perspectiva médica
La cronobiología ofrece también una perspectiva muy interesante para la medicina: poder optimizar el efecto de los fármacos eligiendo a qué hora del día administrarlos, con resultados asombrosos en alergias, cáncer y muchas otras enfermedades. De esto se ocupa la cronofarmacología, y habrá que estar atentos a las novedades.
Nosotros mismos somos diferentes a lo largo del día, no sólo en cuanto a nuestras funciones internas (hormonas, temperatura, etc.) sino también en nuestro estado de ánimo: “ si yo no estuviera para que se conocieran, mi yo matinal no reconocería a mi yo nocturno” (André Gide).
Muchas enfermedades mentales tienen un claro componente temporal, incluyendo a la depresión y la manía, así como muchos trastornos del sueño se basan en el mal funcionamiento del reloj biológico.
Porque el tiempo, sin duda, no espera a nadie. Y está en todos lados. Hasta dentro nuestro.
Diego Golombek (Buenos Aires, 1964) es licenciado y doctor en Biología de la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es profesor en la Universidad de Quilmes, e investigador del CONICET. Dirige el laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes, y coordina el área de ciencias del Centro Cultural Rojas de la UBA. Ha publicado numerosos trabajos de investigación científica, literatura, ensayo y divulgación científica. Ha trabajado, además, como director de teatro, periodista y músico.
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