Las percepciones primarias que obtenemos del mundo en realidad son meras hipótesis.
Es decir, lo que nos llega de los sentidos, un conjunto de estímulos nerviosos, no nos describen la realidad que estamos percibiendo.
Lo que nos aportan los sentidos son impresiones que, una vez percibidas, son analizadas por nuestro cerebro mediante un sistema de inferencia.
Ese sistema de inferencia permite a nuestro cerebro recoger la información sensorial y convertirla en una acumulación de pistas sobre la realidad que pretendemos percibir.
Solo cuando tiene suficientes pistas, el cerebro decide qué es lo que estamos viendo o escuchando: eso que ves es una casa, o estás oyendo el trino de un pájaro.
En el fondo, no sabemos ciertamente que lo que vemos es una casa, pero la información recogida por los sentidos nos otorga la confianza suficiente de que realmente es una casa y no un barco.
Eso significa que cuando aprehendemos el mundo que nos rodea, tan importante es la información que nos proporcionan los sentidos, como el análisis de pistas sensoriales y la confianza.
Esta confianza, que forma parte del proceso cognitivo, refleja la probabilidad de que lo que estamos percibiendo refleje en realidad el mundo que nos rodea.
Certeza moral
Esta confianza desempeña un papel similar a lo que en la vida cotidiana representa la certeza moral: cuando nos disponemos a comer un plato de comida, no sabemos si alguien lo ha envenenado.
Sin embargo, lo damos por bueno porque, a tenor de la información disponible, no hay indicios de que nadie haya querido envenenarnos.
Con la percepción sensorial pasa algo parecido: no estamos completamente seguros de que lo que vemos es una casa, pero lo damos por cierto a tenor de la información recopilada por los sentidos.
Lo que sabemos del mundo es por tanto una certeza moral o relativa basada en la confianza que nos proporciona la información sensorial.
Sin embargo, la neurociencia aún no tiene una idea clara de cómo se construyen los juicios de confianza, ni de su vínculo con el proceso de acumulación de pistas.
No terminamos de saber cómo construimos el marco existencial de percepciones que nos permite situarnos en el mundo y desenvolvernos como si todo fuese realmente… real.
Proceso neuronal
Una nueva investigación de la Universidad de París ha conseguido penetrar un poco más en este misterio de la cognición.
Para eso exploró la relación entre la confianza y el proceso visual de toma de decisiones, sometiendo a un grupo de voluntarios a una serie de experimentos.
Y descubrió que la confianza desempeña un papel mucho más importante en nuestra vida mental de lo que pensábamos anteriormente.
Ha establecido que en el proceso cognitivo que hacemos para situarnos en el mundo, la confianza en las percepciones que recibimos se realiza continuamente.
La confianza se forma en paralelo con la acumulación de pistas perceptivas y establece la calidad de cada una de ellas: controla incluso cuándo tomar una decisión acerca de lo que estamos viendo realmente.
Parque olímpico de Munich espejado. Imagen de Bernhard Morell en Pixabay
Confianza, epicentro cognitivo
La confianza trasciende por tanto el papel que se le presumía hasta ahora: que solo servía para aprender de los errores de la percepción y para optimizar decisiones futuras.
La conclusión de esta investigación es que el sentimiento de estar en un mundo perceptible por nuestros sentidos es resultado de un mecanismo cognitivo complejo que bascula en torno a la confianza que seamos capaces de generar a partir de la información sensorial.
La neurociencia se alinea así con lo que dicen la psicología, la filosofía, la pedagogía, la sociología y otras tantas ciencias humanas: que la confianza (una certeza moral) es la clave de nuestra relación con el mundo y con los demás.
Referencia
Confidence controls perceptual evidence accumulation. Tarryn Balsdon etl al. Nature Communications volume 11, Article number: 1753 (2020). DOI: https://doi.org/10.1038/s41467-020-15561-w
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