¿Cómo se cuantifica algo tan complejo y personal como el humor? Investigadores de la Universidad de Alberta (Canadá) han desarrollado un método matemático de hacer precisamente eso, y tal vez no sea tan personal como pensamos.
Según el profesor de psicología Chris Westbury, autor principal del estudio, «hay una cantidad muy pequeña de trabajo experimental sobre el humor».
La idea del estudio nació de una investigación anterior en la que se pidió a participantes con afasia revisar cadenas de letras y determinar si eran palabras reales o no. Westbury comenzó a notar una tendencia: los participantes se reían cuando oían algunas palabras inventadas, como snunkoople. Se planteó la pregunta: ¿cómo puede una palabra inventada ser inherentemente graciosa?
Westbury teorizó que la respuesta estaba en la entropía, una medida matemática de lo desordenada e impredecible que es una cosa, en este caso una palabra. No-palabras como finglam, con combinaciones de letras poco comunes, tienen una entropía más baja que otras no-palabras como clester, que tienen combinaciones de letras más probables y, por tanto, mayor entropía.
«Demostramos, por ejemplo, que el escritor y dibujante Dr. Seuss -el creador del Grinch, que hace divertidas palabras inventadas- hacía no-palabras que tenían una entropía inferior. Estaba haciendo intuitivamente palabras de menor entropía cuando hacía sus no-palabras», dice Westbury en la información de la universidad. «En esencia, eso se reduce a la probabilidad de las letras individuales. Así que si nos fijamos en una palabra de Seuss como Yuzz-a-ma-tuzz y calculamos su entropía, verá que es una palabra de baja entropía, ya que tiene letras improbables como la Z.»
Inspirado por las reacciones a snunkoople, Westbury se propuso determinar si era posible predecir qué palabras encontraría divertidas la gente, usando la entropía como vara de medir.
El estudio
Para la primera parte del estudio, se pidió a los participantes que compararan dos no-palabras sin sentido y seleccionaran la opción que consideraban más humorística. En la segunda parte, se les mostró una única no-palabra y valoraron su nivel de humor en una escala de 1 a 100.
«Los resultados muestran que cuanto mayor sea la diferencia de entropía entre dos palabras, más probable era que los sujetos eligieran la que esperábamos», dice Westbury. Llegaron a predecirlo con un 92% de acierto, algo «increíble» en psicología.
Esta respuesta casi universal dice mucho acerca de la naturaleza del humor y su papel en la evolución humana. Westbury recuerda un conocido estudio de lingüística de 1929, realizado por el alemán Wolfgang Köhler, en el que a los sujetos de prueba se les presentaron dos formas, una picuda y otra redondeada, y se les pidió identificar cuál era un baluba y cuál un takete. Casi todos los encuestados intuían que takete era el objeto picudo, lo que sugiere una correlación común entre los sonidos del habla y la forma visual de los objetos.
Las razones para esto pueden ser evolutivas. «Creemos que el humor es personal, pero los psicólogos evolutivos hablamos del humor como un dispositivo de envío de mensajes. Así que si te ríes, permites que otra persona sepa que algo no es peligroso», dice Westbury.
Él usa el ejemplo de una persona en su casa creyendo que ve un intruso en su patio trasero. Esta persona podría reír cuando descubre que el intruso es simplemente un gato en vez de un ladrón de guante blanco. «Si te ríes, estás enviando un mensaje a quien esté alrededor de que eso que pensabas peligroso, resulta que no lo era después de todo. Es adaptativo».
Justo como se esperaba (o no)
La idea de la entropía como predictor del humor se alinea con una teoría del siglo XIX del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, quien propuso que el humor es el resultado de una violación de las expectativas, en oposición a la teoría sostenida anteriormente que el humor se basa simplemente en la improbabilidad. Cuando se trata de humor, las expectativas pueden romperse de varias maneras.
En los no-palabras, las expectativas son fonológicas (esperamos que se pronuncien de una manera determinada), mientras que en los juegos de palabras, las expectativas son semánticas. «Una de las razones de que los juegos de palabras sean graciosos es que violan nuestra expectativa de que una palabra tenga un significado», dice Westbury.
Véase el siguiente chiste: ¿Por qué llevaba el golfista dos pantalones? Porque había hecho un agujero en uno. «Cuando escuchas el chiste del golfista, te ríes, porque esperabas que la frase agujero en uno signifique algo diferente [meter la bola en un hoyo de un solo golpe], y esa expectativa se ha roto.»
Puede que el estudio no puede revolucione los monólogos: después de todo las palabras absurdas no son la cúspide de la comedia, pero los resultados pueden ser útiles en aplicaciones comerciales como los nombres de productos.
«Me interesaría estudiar la relación entre los nombres de productos y la seriedad del producto», señala Westbury. «Por ejemplo, las personas podrían ser reacias a comprar un medicamento con nombre divertido para una enfermedad grave -o podría ser al revés.»
Encontrar una manera medible de predecir el humor es sólo la punta del iceberg. «Una de las cosas que la investigación dice sobre el humor es que el humor no es una cosa. Una vez que empiezas a pensar en ello en términos de probabilidad, empiezas a entender por qué encontramos divertidas muchas cosas diferentes. Y las muchas formas en que las cosas pueden ser graciosas».
Los hallazgos fueron publicados en Journal of Memory and Language.
Chistes demasiado complejos
Otro estudio reciente, de la Universidad de Oxford (Reino unido), ha investigado el mecanismo cognitivo que subyace a la risa y el humor, y por qué algunos chistes son graciosos y otros no. La investigación se publica en la revista Human Nature, de la editorial Springer.
El humor, señalan, agiliza el cortejo, mejora el flujo de la conversación, sincroniza los estados emocionales y potencia la vinculación social. Los chistes, una forma estructurada de humor, nos dan el control sobre la risa y son, por tanto, una manera de obtener estos efectos positivos intencionadamente.
La capacidad de comprender plenamente las intenciones a menudo no explícitas de otras personas se llama mentalización, e implica diferentes niveles de intencionalidad. Por ejemplo, un adulto puede comprender hasta cinco niveles de intencionalidad antes de perderse en la trama de una historia demasiado compleja. Las conversaciones que comparten hechos implican normalmente sólo tres de tales niveles. Se necesita una mayor capacidad cerebral cuando las personas hablan del comportamiento social de los demás, ya que obliga a pensarse y repensarse a sí mismos en los zapatos de los demás.
Los mejores chistes se piensa que se construyen con un conjunto de expectativas y una frase final que las resuelve de forma inesperada. Las expectativas que involucran a los pensamientos o intenciones de personas distintas al que cuenta el chiste o a su audiencia, por ejemplo las de los personajes de la broma, son más difíciles de precisar. Nuestra capacidad natural para manejar sólo un número limitado de estados mentales entra en juego, explican los investigadores en la nota de prensa de Springer.
El experimento
Con el fin de arrojar luz sobre cómo nuestra capacidad mental pone límites a qué cosas encontramos divertidas, los investigadores analizaron la reacción de 55 estudiantes de grado de la London School of Economics a 65 chistes de una recopilación en línea de los 101 chistes más divertidos de todos los tiempos. La colección consistía en su mayoría en bromas de exitosos monologuistas.
Algunos chistes eran de una sola línea, mientras que otros eran más largos y complejas. Un tercio de los chistes eran factuales y contenía observaciones razonablemente poco exigentes sobre la idiosincrasia del mundo. El resto involucraba a los estados mentales de terceros. Los chistes se calificaron en una escala de uno a cuatro (de «nada gracioso» a «muy gracioso»).
El equipo de investigación encontró que las bromas más divertidas eran las que implicaban dos personajes y hasta cinco niveles de intencionalidad entre el comediante y el público. Las personas se pierden fácilmente en la trama cuando los chistes son más complejos que eso. Los resultados no sugieren que el humor se defina por cómo hábilmente se construye una broma, sino más bien que hay un límite a lo complejo que puede ser para que su contenido siga siendo considerado divertido.
Según el investigador Robert Dunbar, el aumento de la complejidad en cuanto a mentalización de un chiste mejora la calidad percibida, pero sólo hasta cierto punto: los monologuistas no pueden darse el lujo de contar chistes intrincados que dejan a su público la sensación de que se han perdido la gracia.
«La tarea del cómico profesional es obtener risas de forma tan directa y rápida como le sea posible. Por lo general, lo hacen con mayor eficacia cuando consiguen mantenerse dentro del nivel de competencia mental del miembro típico de la audiencia «, dice Dunbar. «Si se exceden estos límites, la broma no se percibe como divertida.»
Es probable que los chistes de las conversaciones cotidfianas no impliquen tantos niveles intencionales como los que han construido cuidadosamente los cómicos profesionales. Más investigación debe llevarse a cabo en esta área, señala el investigador.
Referencias bibliográficas:
Chris Westbury, Cyrus Shaoul, Gail Moroschan, Michael Ramscar: Telling the world’s least funny jokes: On the quantification of humor as entropy. Journal of Memory and Language (2016). DOI: 10.1016/j.jml.2015.09.001
R. I. M. Dunbar, Jacques Launay, Oliver Curry: The Complexity of Jokes Is Limited by Cognitive Constraints on Mentalizing. Human Nature (2015). DOI: 10.1007/s12110-015-9251-6
Hacer un comentario