Somos una forma de vida perdida en las estrellas que se observa a sí misma, se define y se rediseña. En un universo aterrador, infinito y masivamente inorgánico, late el hombre. Y, sin estar seguro de hacia dónde va, se esfuerza a diario en caminar.
Entre lo rutinario y lo innovador, entre lo cercano y lo lejano, entre lo miserable y lo magnánimo, y entre el mundo familiar de sus casas y sus ciudades y el inhóspito de las plataformas espaciales, lugar de trabajo ya para algunos miembros de la especie, se queman las vidas de los individuos mientras la humanidad pervive.
¿Avanza o simplemente navega sin rumbo?. Depende de quién conteste a la pregunta, aunque a la vista del mundo mágico que la ciencia nos revela a diario y de los avances de la tecnología, habría que concluir, como Hawking respecto al tiempo, que la humanidad tiene una dirección. Que somos una flecha en el azul con un destino: probablemente en las estrellas.
Colonizarlas no será fácil y algo necesitaremos cambiar en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo para conseguirlo. La evolución de las especies, con particular referencia a la especie humana, tendrá que actuar de nuevo, y puede que ahora impulsada por el hombre mismo.
Al principio fue el gen
Este es el gran avance de los últimos años, desde que los biólogos James Watson y Francis Crick dieran un paso de gigante en 1953 al proponer el modelo estructural de doble hélice para describir la forma que adoptan los genes en parte de la materia constitutiva del núcleo de las células.
Darwin intuyó una evolución que nunca ha podido ser determinada y estudiada con exactitud en el nivel en que la vida de los animales, incluido el hombre, se desarrolla, pero que, como nos dicen hoy muchos genetistas, puede ser observada con facilidad a nivel celular en los genes con los que trabajan.
Los genes se hacen evolucionar a diario con las técnicas de laboratorio que el hombre ha desarrollado. Con la descodificación del genoma humano, el secreto de la vida ha quedado en parte desvelado, y por lo que parece, la vida misma ha sido abierta a la actuación del hombre.
Con la fertilización in vitro, cada vez más practicada; la selección de embriones, hoy en sus primeras etapas; la manipulación genética, actividad común en animales de laboratorio; la biónica, que adquirirá un fuerte impulso con los microchips; y la clonación humana, lejana posibilidad futura, pero posibilidad al fin y al cabo; no es extraño pensar en la posibilidad de un nuevo hombre y de una nueva especie.
Posthumanidad
Algunos autores se refieren a ellos como hombre Post-humano y como Post-humanidad. Otros se apresuran a afirmar que estamos a las puertas de una nueva civilización.
Todos, términos y conceptos requintados que asustan al hombre hogareño y de cercanías mayoritario en nuestras sociedades. Si uno mira con perspectiva a la humanidad en su conjunto, sin embargo, no es esa cercanía y ese mundo pequeño, organizado y estable, el que más le cuadra.
El hombre es rutinario como bien sabemos, pero al mismo tiempo un ser especial de cuyo interior emergen continuamente ideas, interpretaciones, teorías, palabras y conceptos. Un ser curioso e imaginativo que investiga sus entornos –externo, interno y metafísico– y que continuamente crea utensilios y artefactos.
Un animal teleológico capaz de establecer objetivos y metas externos a él mismo y alcanzarlos. Y un animal, por fin, ubicuo y explorador que coloniza todos los territorios que aparecen ante sus ojos.
Explorador hasta el fin
No hay duda, por tanto, de que explorará los últimos rincones de sus células y los más recónditos resquicios de su cerebro. Pensando en el presente siglo, la ingeniería germinal (actuación sobre las células madre) terminará siendo tan común como lo es hoy la ingeniería industrial.
La bioingeniería llegará a ser una profesión de mucho éxito. Y la ingeniería micro electro-mecánica será una especialidad muy demandada cuando la nanotecnología esté en su fase de explotación industrial.
Todo ello, y entre otras cosas, porque aquel hombre cercano, conservador, y miedoso al que le gusta, sobre todo, tomar café con los amigos, sentarse a ver la televisión y pasar las vacaciones de verano tumbado al sol, no se detendrá en hacer uso de ningún avance genético, ni de la clonación misma, cuando se trate de salvar la vida de un hijo, de eliminar una enfermedad hereditaria, de curar un cáncer o de conseguir alargar o mejorar su propia vida.
De la inevitable actuación del hombre sobre sus genes, pocos científicos dudan en la actualidad, y los think tanks que en el mundo existen están ya haciendo predicciones sobre lo que ocurrirá en nuestro planeta cuando la revolución genética alcance su punto culminante en la segunda mitad del siglo actual.
Otra especie
Un reciente informe de la National Science Foundation americana se toma muy en serio estas posibilidades y establece objetivos y actuaciones para las cuatro áreas convergentes de la evolución científica y tecnológica actual: Nanotecnología, Biotecnología, Información, y Ciencias del Conocimiento.
Seriamente, como corresponde a un informe de la poderosa y solvente NSF, cuando se refiere a posibles acontecimientos y avances, elabora listados no muy diferentes de los que algunos libros de ciencia-ficción incluían hace algunos años.
En lo relativo a lo que el informe llama “Mejora de la salud del hombre y ampliación de sus capacidades físicas”, se listan con toda naturalidad temas como: reposición de partes del cuerpo humano y auto-regulación fisiológica; interfaces cerebro-máquina e ingeniería neuromórfica; mejora de las capacidades sensoriales y expansión de las funciones del cuerpo; mejora de la calidad de vida de los discapacitados; y envejecimiento digno y extensión de la vida de las personas.
No se menciona en todo el informe el término Post-Humano, pero al describir, por ejemplo, lo que la nanotecnología hará con el soldado del futuro, el resultado no es muy distinto al hombre transformado en otra especie del que hablan los autores que escriben sobre la emergencia de la Post-Humanidad.
Coincidencias y diferencias
Una revisión de publicaciones recientes permite establecer unas dimensiones en las que coinciden y unas en las que difieren. Dentro de las primeras se incluirían la potencial actuación del hombre sobre su naturaleza, su inevitabilidad y su rápida difusión hasta dar lugar a una nueva y vigorosa revolución tecnológica a mediados del presente siglo.
Entre las segundas cabría establecer tres grupos: las de los que apuestan por una especie distinta lista para explorar las estrellas y dotada, por tanto, de un cerebro y de una fisiología muy diferenciada de la del hombre actual; las de los que creen que eso será posible, y se asustan ante la posibilidad de crear monstruos y se inclinan por el control rígido de la biotecnología; y las de los que, conociendo también las posibilidades y los riesgos, son optimistas sobre un uso adecuado de la manipulación genética y de la clonación.
Los primeros parecen desear al nuevo y artificial espécimen post-humano y quieren verlo bien diferenciado del hombre actual sobre el que auguran, incluso, su desaparición. Los segundos vislumbran a ese nuevo ser y hablan del final del hombre como posibilidad, pero no lo aceptan basándose en que el hombre es un ser surgido y adaptado a la naturaleza de este planeta.
Los terceros, por fin, quizás los más científicos y a la vez los más optimistas, para los que el hombre Post-humano, es distinto pero simple continuación del hombre actual. Un hombre mejorado y potenciado, pero hombre al fin.
Adolfo Castilla, catedrático de Economía Aplicada, es Presidente de la Asociación Española de Planificación Estratégica (AESPLAN) y miembro del Consejo Editorial de Tendencias Científicas.
Hacer un comentario