Hace pocos siglos que Pierre Simon Laplace planteó la idea de una hipotética mente capaz de tener en cuenta todos los elementos que conforman el sistema del Universo, conocida como “el demonio de Laplace”: Se podría condensar un intelecto que en cualquier momento dado sabría todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen. Si este intelecto fuera lo suficientemente vasto para someter los datos al análisis, podría condensar en una simple fórmula de movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro así como el pasado estarían frente sus ojos. (Laplace
Hoy en día está comprobada la imposibilidad de la existencia de un intelecto de ese tipo. Sin embargo, continuemos con esta visión de forma hipotética y adaptémosla a los tiempos de la Era de la Información.
Imaginemos que el Universo es un sistema determinista, y que el Hombre descubre la ecuación última y primordial: aquella por la que la que se rige la realidad, la que determina la expansión del Universo, todo aquello que lo forma, sus propiedades y el órden dentro de éste.
Ahora imaginemos una computadora hipotética donde el Hombre introduce esa fórmula para que el ordenador la procese y reproduzca una simulación de la realidad. Como el demonio de Laplace, el Hombre podría presenciar entonces con precisión el devenir del Universo desde sus inicios. Vería la creación de las galaxias, las estrellas y los planetas, el surgir de la vida y con ello incluso el surgir del Ser Humano.
Conciencia refleja
Esa gran supercalculadora reproduciría fielmente toda la historia del Hombre, todo lo que ha ocurrido, e incluso, si este ordenador hipotético trabaja a una velocidad hipotética mayor que la de la propia realidad de la que forma parte, podría llegar a contemplarse él mismo en la propia pantalla en ese mismo instante hasta ver lo que está por ocurrir.
Si nos pusiéramos en la piel de nuestra persona simulada dentro de esa computadora, seguramente no notaríamos ninguna diferencia respecto con la “real”. El ordenador habría calculado y procesado toda acción y reacción en el Universo, todo lo ocurrido y por ocurrir, cada átomo, cada partícula y, por ende, cada una de las vidas que han surgido en cada lugar del espacio, junto con sus respectivas experiencias, emociones, y pensamientos hasta ese preciso momento del continuo espacio-tiempo.
Sin embargo, nosotros, como esas “personas simuladas”, no seríamos conscientes de nuestra condición de cálculos, de que todo lo que somos, sentimos y pensamos; todo lo que percibimos y todo lo que aspiramos a conocer, de que detrás de cada onda y de cada partícula existe algo intangible e impercibible que lo reduce todo a un mismo cómun denominador: la información.
Lo interesante en este caso, no es la idea de un mundo determinado por una cadena de causas-efectos, sino la capacidad de la información de generar una realidad determinada.
Doble espejo
Si ahora volvemos a ponernos en nuestra piel “real”, mirando la pantalla del superordenador volveríamos a no notar ninguna diferencia respecto de nuestra representación virtual dentro de esa máquina de procesar. Entonces decidimos ajustar el simulador para ver representado gráficamente a nuestra escala el mismo punto en el espacio-tiempo en que nos encontramos para poder vernos a nosotros mismos viéndonos a nosotros mismos en la pantalla del ordenador. El efecto sería similar al de situar un espejo delante del otro.
Dentro del simulador, el mismo simulador también estaría simulado, simulando a su vez otro simulador hasta adentrarnos en el infinito. Sin embargo, imaginémonos que en lugar de adentrarnos en ese túnel de monitores representándose a ellos mismos, nos alejáramos: nuestro sentido común nos induce a imaginar que seguramente nos encontraríamos con la misma imagen, es decir, volveríamos a encontrarnos delante de un ordenador, observando cómo observamos la simulación sin notar otra vez ninguna diferencia respecto del estado anterior.
Ahora retomemos otra vez nuestro cuerpo ordinario en el mundo físico al que estamos acostumbrados, y reflexionemos acerca de cómo una máquina física, algo que se puede reducir a un sistema de interruptores que toman un estado u otro siguiendo unos patrones determinados, es hipotéticamente un motor capaz de generar realidad.
Miramos el monitor y vemos cómo se representa la realidad a partir de un orden informacional que se interpreta y a continuación se representa de forma gráfica a través de una interfaz visual programada para imitar lo que percibimos a través del sentido de la vista y, efectivamente, todo parece funcionar de la misma forma que el mundo real.
Simulación de la realidad
Sin embargo, aquel meta-reflejo nuestro que esté mirándonos a través de su pantalla como si fuéramos nosotros una representación virtual, ha obtenido la fórmula hipotética de la misma forma que la hemos obtenido nosotros, ya que, al fin y al cabo, todas nuestras versiones de nosotros mismos en cada una de las simulaciones generadas, está haciendo lo mismo, y la fórmula debe de ser la misma en cada una de las infinitas “dimensiones” que encontremos en ese simulador hipotético, y por lo tanto seguramente todas estas realidades, además de paralelas, deberían de ser idénticas y por consiguiente, todas tendrían el mismo carácter de información y esta condición de “simulación”.
Nos encontramos en un caso de los que se busca una gallina responsable de un huevo, y todavía no se ha dado una resolución a este tipo de sistemas. Parece imposible para nosotros salir de este infinito sistema recursivo de dimensiones hechas de información.
De todas formas, podemos sacar una importante conclusión de esta situación hipotética: la realidad puede estar generada a partir de la interpretación de información. Desde esta perspectiva, la información parece ser algo exhuberante, pues no sólo es el mundo físico el que pasaría a ser un complejo de datos: además de la materia y la conciencia, todo aquello que las conciencias procesan, las fórmulas que gobiernan la realidad que percibimos y de las que ni siquiera somos conscientes, y la misma información que compone todo esto, está sujeta a ser reinterpretada incluso por las conciencias generadas por la misma información generando a su vez información nueva.
Formaríamos parte de un infinito complejo informacional sujeto a la libre interpretación, esto es, a la búsqueda de patrones reconocibles dentro del flujo de “datos” que genera a la vez mucha más información.
Proceso de información
El universo como lo conocemos estaría incluido dentro de este complejo informacional, o más bien no sería más que una consecuencia de la interpretación de la realidad, es decir, del proceso de información.
De la misma forma que nosotros interpretamos un mundo hecho de espacio y tiempo, en el que seres vivos interaccionan como si viviéramos en un gran tablero de ajedrez, el complejo informacional podría ser interpretado de otras muchas formas posibles.
Detrás de toda ley de la física, detrás de todo átomo, supernova, bigbang, cuanto o brana, siempre encontraríamos el mismo elemento responsable. Y no es que la conciencia sea consecuencia de la materia, de la misma forma que la materia no es fruto de la conciencia. Es que en esencia ambos son lo mismo: información.
Carlos Muñoz es estudiante de Arte Electrónico realiza su proyecto final de carrera con un ensayo en torno al debate de la naturaleza de la conciencia. Esta obra está bajo una licencia Reconocimiento-NoComercial- CompartirIgual 2.5 de Creative Commons. Puede ver una copia de esta licencia o enviar una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 94305, USA.
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