Cada vez es más evidente que en la relación entre la Universidad y la Empresa sobre el tipo de formación más adecuado para la empleabilidad hay un profundo malentendido.
En el aspecto formal y más aparente, las Universidades parecen estar convencidas de la necesidad de preparar especialistas altamente cualificados para que sean inmediatamente empleables, y las Empresas se quejan de la inadaptación de los conocimientos adquiridos para su aplicación directa en la actividad productiva.
Pero cuando se analiza el fondo del problema se descubre es que en realidad, la especialización puntera no es exactamente lo que más necesita la empresa.
En el proyecto europeo de investigación sobre las Universidades, Tuning, una encuesta nos señala las siguientes capacidades genéricas, en el orden medio de preferencia establecido por los empresarios consultados:
1. Capacidad de aprender.
2. Capacidad de aplicar los conocimientos en la práctica.
3. Capacidad de análisis y síntesis.
4. Capacidad para adaptarse a las nuevas situaciones.
5. Habilidades interpersonales.
6. Capacidad para generar nuevas ideas (creatividad).
7. Comunicación oral y escrita en la propia lengua.
8. Toma de decisiones.
9. Capacidad crítica y autocrítica.
10. Habilidades básicas de manejo del ordenador.
11. Capacidad de trabajar en equipo interdisciplinar.
12. Conocimientos generales básicos sobre el área de estudio.
13. Compromiso ético.
14. Conocimientos básicos de la profesión.
15. Conocimiento de una segunda lengua.
16. Apreciación de la diversidad y multiculturalidad.
17. Habilidades de investigación.
¡Los conocimientos básicos de la profesión figuran en el puesto 14 de 17!
Prudencia cautelar
Como siempre, hay que tratar estas encuestas con cautela. Con frecuencia, los que contestan lo hacen de manera superficial e influenciada por las modas (hoy en día está “bien visto” el learning to learn, la capacidad de aprender, por ejemplo).
Esto explica, en gran parte, el escaso interés que prestan los empresarios a las “habilidades de investigación”. Curiosamente, para la gran mayoría de los científicos es precisamente esta capacidad genérica la más importante para el desarrollo individual.
¿En qué consisten estas “habilidades de investigación”? Un informe europeo STRATA ETAN sobre las relaciones entre el sistema de educación superior y el Espacio Europeo de Investigación, nos proporciona una lista de competencias esenciales para ser un buen investigador (esta vez sin orden de preferencia):
· la lógica, el razonamientos inductivo – deductivo – y de simulación; el pensamiento crítico y la capacidad de definir y resolver problemas;
· la creatividad y la curiosidad;
· el trabajo en equipo;
· el tratamiento, la interpretación y la evaluación de la información;
· las prácticas multi, inter y transdisciplinares;
· el espíritu de empresa y la capacidad de autodefinición del trabajo;
· la práctica ética;
· la capacidad de comunicación;
· la capacidad de anticipación, el análisis de riesgos, la prospectiva.
Si se comparan la lista de capacidades genéricas del “buen empleado” con las del “buen investigador” resulta que son muy similares, algo más exigentes y específicas las segundas.
Inteligencia versus saberes
Llegados a este punto, el debate Universidad-Empresa sobre la empleabilidad se aclara: lo que la empresa pide, y la ciencia también, es inteligencia más que acumulación de saberes, y el sistema educativo desde la escuela primaria a la Universidad está más acostumbrado a enseñar reglas que a formar el intelecto.
Quizás un gran descubrimiento pedagógico de los últimos tiempos nos aporte la solución: la mejor manera de desarrollar las capacidades básicas intelectuales es el trabajo en un ambiente de investigación. Investigar es en el fondo la actividad humana que más completamente desarrolla el intelecto.
Es por esto que es cada día más urgente la introducción de proyectos de investigación en el proceso mismo de la enseñanza universitaria. Curiosamente la Empresa, que dice desestimar las “habilidades de investigación”, lo que necesita son colaboradores que tengan talante investigador.
En la Sociedad del Conocimiento que se avecina a pasos agigantados, para pasar de una información abundante hasta la saciedad, a un conocimiento enriquecedor de la persona humana, las capacidades básicas del investigador también serán necesarias.
Lentamente nos acercamos al trabajador-investigador y al ciudadano-investigador. La I+D no seguirá siendo una actividad encerrada en una torre de marfil; será un factor determinante para el buen funcionamiento de la Sociedad.
Emilio Fontela es Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas, Económicas y Empresariales de la Universidad Antonio de Nebrija y miembro del Consejo Editorial de Tendencias Científicas
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