Todo ser vivo está situado dentro de algún determinado entorno, ambiente o contexto, que lo circunda, rodea y envuelve total y absolutamente, intercambiando con él materia, energía e información [Moriello, 2005, p. 142]. La supervivencia de aquel depende de su capacidad de acoplarse estructural y dinámicamente con éste, en una relación que no es lineal sino dialógica y circular. Tal es así que no se puede separar el pez del agua sin matarlo, ya que ambos forman un sistema, una unidad indisoluble,.
Pero el ser vivo no puede saber cómo es su entorno. Toda la información que proviene del exterior y alcanza el sistema nervioso del ser vivo, lo hace a través de sus sistemas sensoriales. De allí, que la información recolectada es inexacta (pues los sistemas sensoriales son imperfectos) y es incompleta (pues los sistemas sensoriales no pueden capturar todas las radiaciones procedentes del entorno). El ser vivo sólo puede “procesar” lo que afecta a sus sentidos (ya sea directa o indirectamente) [Fritz, 2006].
La “realidad”
La Realidad no es una colección de elementos fundamentales aislados y separados, sino que se parece más bien a una multidimensional, indivisible y compleja red de interconexiones entre las diversas partes de un Todo unificado [Capra y Steindl-Rast, 1993, p. 214] [Capra, 1994, p. 24]. Lo que se denomina un “objeto” o un “suceso” es simplemente una configuración particular, una pauta dinámica, un determinado patrón dentro de una red inseparable de relaciones ilimitadas. Son creaciones del cerebro-mente, una abstracción producida como resultado de una parcial interpretación del mundo real; algo relativo, limitado e ilusorio, limitado por la experiencia ordinaria del mundo físico [Capra y Steindl-Rast, 1993, p. 121] [Capra, 2005, p. 178, 224 y 246].
Cualquier “objeto” o “suceso” surge recortándolo del resto. Pero tal recorte sólo existe en el cerebro-mente del ser vivo, que selecciona la “realidad” percibida para adecuarla a sus propias creencias y condicionamientos [Bateson, 1998, p. 7]. De allí que cada criatura sólo puede conocer una ínfima porción de la Realidad, la cual es –en cierto sentido– “producida” por su cerebro-mente [Grinberg, 2002, p. 16]. La Realidad última, el Todo, no puede ser conocida, medida, aprehendida, ni –mucho menos– expresada en palabras por la mente racional y científica; sólo puede serlo –en parte y según los místicos– a través de la intuición [Bertalanffy, 1971, p. 190]
Los conceptos
Los “conceptos” se generan y existen sólo en el cerebro-mente del ser vivo y son los elementos básicos a partir de los cuales va a construir todo su edificio cognitivo [Fritz, 2006] [Fritz, García Martínez y Marsiglio, 1990, p. 125]. A partir de ellos, por encadenamientos e interrelaciones sucesivas (y de manera progresiva a lo largo del tiempo), el ser vivo va formando una estructura interrelacionada e interdependiente (una especie de red conceptual cognitiva), que utiliza para elegir acciones y predecir situaciones. Es así que, prácticamente, ningún concepto puede tener sentido por sí mismo si no es en relación con otros conceptos ya conocidos (en general, muchos) [Minsky, 1986, p. 66].
Los conceptos más básicos, más concretos, emergen del reconocimiento de patrones espaciotemporales, a partir de coordinar las percepciones con las acciones del ser vivo. En otras palabras, surgen de la propia experiencia (“symbol grounding”) y es por esa razón que son comunes a muchas culturas.
Por un proceso progresivo de abstracción, el ser vivo es capaz de construir conceptos más y más abstractos. Por ejemplo, el concepto “árbol” está conectado al concepto más abstracto –más general– “vegetal”; es decir, un árbol es un caso particular de vegetal. De forma similar, el concepto abstracto “animal” está conectado con el más concreto –más específico– “mamífero” y éste al más concreto –más específico– “ratón”.
La relación entre la “cosa” y el concepto
No se entiende fácilmente la relación entre las cosas (los “objetos”) del entorno y los conceptos que el ser vivo utiliza para representarlos. Para aclarar este proceso, se debe observar el cerebro-mente humano. Se dice, por ejemplo, que sobre la mesa hay una manzana. Pero, ¿es realmente así? ¿O se confunde la “cosa” en sí (el objeto sobre la mesa) con el “concepto” (la representación) del objeto?
La “cosa misma”( Concepto acuñado por el filósofo alemán Immanuel Kant,1724-1804), aquella que se puede “ver” en alguna parte allí afuera, emana señales (radiaciones electromagnéticas) en todas las direcciones. Algunas de estas radiaciones llegan al ojo humano que convierte parte de esta radiación (la “luz visible”) en impulsos nerviosos y los procesa [Fritz, 2006]. A esta altura, la señal se transformó en “información”. Ahora el ojo envía todos los impulsos nerviosos al cerebro-mente, que es el responsable de la información sensorial.
Este sistema combina los diferentes impulsos nerviosos que le brindan información sobre color, forma y otros aspectos para formar un “modelo mental” coherente. Es aquí donde –por primera vez– el cerebro-mente le da, a todo ese conjunto de información, una designación, una etiqueta. Esta designación es lo que se denomina “concepto” y que consiste en un patrón de neuronas (excitadas y en reposo) –en el cerebro-mente de un animal– o en un número –en el cerebro-mente de un robot– [Fritz, 2006].
Los modelos mentales
Como se dijo, los seres vivos no tienen un contacto con la Realidad, sino que se relacionan con ella a través de los denominados “modelos mentales”. Se trata de representaciones internas que les permiten describir, interpretar y almacenar parte de su experiencia del mundo. Es decir, a partir de la percepción de su entorno –mediante sus sistemas sensoriales– el ser vivo puede “interiorizar” la realidad externa construyendo representaciones mentales propias.
En el caso del ser humano, los modelos mentales han sido profundamente arraigados, “precableados”, a lo largo de la evolución y son hipótesis, supuestos y creencias internas, tácitas y subconscientes (por eso raramente son sometidos a verificación y examen). Modelan y afectan los actos, las percepciones, los sentimientos y las emociones de la persona; y son modelados y afectados –a su vez– por la cultura, los valores (personales y sociales), las experiencias, el aprendizaje y los estados fisiológicos, anímicos y emocionales. Así, dos personas (o la misma persona en diferentes contextos o en distintas etapas de su vida) pueden presenciar el mismo hecho y describirlo de manera diferente, porque tienen modelos mentales distintos y, en consecuencia, prestan atención a aspectos y detalles diferentes [Moriello, 2005, p. 44/5].
El concepto no es la “cosa”
O, lo que es equivalente, en palabras del científico polaco Alfred Korzybski, “un mapa no es el territorio que representa”. El concepto (la etiqueta) de esta construcción acumulativa de información, es lo que el ser vivo utiliza durante el proceso de pensar en, por ejemplo, una “manzana”. Este proceso consiste, en realidad, de una cierta distribución de impulsos nerviosos dentro del cerebro-mente biológico de un animal y de un número (esencialmente binario) dentro del cerebro-mente inorgánico de un robot.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que “¡el concepto de una manzana no es lo que está allí sobre la mesa!”. El concepto es, en realidad, una organización material, un agrupamiento de información dentro del cerebro-mente del ser vivo. La información de que una manzana es comestible y tiene semillas, no es lo que está sobre la mesa; existe solamente en el cerebro-mente del ser vivo.
Sin embargo, no hay dudas que hay “alguna cosa” allí sobre la mesa. Esta “alguna cosa” es la “cosa en sí”, la que ha producido lo que se llama “ondas electromagnéticas” y que determinan parte de un concepto. Lo que se “ve”, es esa parte del concepto, es el resultado de la parte visible de esas ondas electromagnéticas.
No es que se ve una “manzana”. Una “manzana” es mucho más que solamente el efecto que ejerce cierto tipo de ondas electromagnéticas visibles sobre el sistema sensorial de un animal. Cuando un ser humano “piensa en una manzana”, lo que realmente hace es pensar (utilizar) el concepto “manzana” (una organización de datos), algo que únicamente existe en su cerebro-mente. Los seres vivos, hay que recalcar, no “piensan” con la “cosa misma” (el objeto físico) que se encuentra dentro de su entorno [Fritz, 2006].
Comunicación de los conceptos
Para simplificar la comunicación, el cerebro-mente humano adjudica una secuencia única de letras (m-a-n-z-a-n-a) a cada concepto nuevo. Esta secuencia de letras es la que determina cómo se transmite este concepto cuando se utilizan los medios de comunicación escritos. También se almacena una secuencia sonora que se utiliza cuando se quiere hablar sobre el concepto. Pero es necesario recordar que, estas dos formas de comunicación, son sólo una parte del concepto. Es decir, las letras y el sonido “no son el concepto en sí” [Fritz, 2006].
Para comunicarse es importante definir muy bien las palabras que se van a utilizar. La experiencia diaria muestra que las interpretaciones levemente distintas de las palabras –no pocas veces– confunden y dificultan el entendimiento mutuo. Es que, dentro de un proceso comunicacional, el contenido semántico de una palabra depende del relativo consenso que una comunidad le otorga.
Dado el carácter arbitrario del lenguaje, sólo es posible la comunicación si los agentes, tanto emisores como receptores, dan sentido al entorno de la misma manera y expresan ese sentido con las mismas palabras [Boyle, 1977, p. 51]. Al utilizar palabras vagas, difusas, se genera una ineficiente transmisión de información: apenas se produce una comunicación muy parcial de los conceptos.
Crecimiento de un concepto
El ser vivo codifica su experiencia del mundo por medio de categorías que le sirven para organizar las ideas, agrupándolas de diversas maneras. Así, cada vez que tiene una experiencia en donde percibe algo nuevo acerca de su entorno, su cerebro-mente crea un nuevo concepto o expande el correspondiente concepto ya existente.
Por ejemplo, cuando inicialmente un niño percibe un objeto, lo convierte en el primer miembro de una categoría, el “prototipo” o “estereotipo”; el ejemplo representativo de la nueva clase. Luego, a medida que va percibiendo otros objetos similares, de forma inconsciente lo va comparando con aquel prototipo y va definiendo y completando el concepto por iteración, por aproximaciones sucesivas. Así, si el infante está acostumbrado a ver gatos, la primera vez que vea a una pantera, pensará que es un gato, pero seguramente los padres le marcarán el error, con lo cual generará otra categoría de felinos. A medida que el niño madura, refinará gradualmente su categorización de forma tal que coincida con la del tutor [Moriello, 2005, p. 35].
Los conceptos básicos son tan simples como sea posible, pero pueden combinarse conforme a determinadas reglas para formar configuraciones tan complejas como sea necesario. Al encadenarse unos con otros, los conceptos se hacen interdependientes, potenciándose en esa interrelación. Así, el significado y valor de cada uno de ellos surge de las interacciones con los demás.
A medida que se agregan más conceptos a la red conceptual (al interaccionar con el entorno), se van enfocando, precisando y explicitando de mejor manera mediante la consistencia y coherencia propia y global de dicha red [Capra, 1994, p. 68] [Fritz, García Martínez y Marsiglio, 1990, p. 125]. La mente de un ser vivo se ve, entonces, como una red finita y dinámica de conceptos interconectados e interrelacionados, una totalidad organizada, que modifica su topología a medida que se van incorporando progresivamente nuevos conceptos. (Por supuesto, el nuevo concepto aprendido debe acoplarse e integrarse satisfactoriamente con la red de conceptos previamente existente).
Pensar con conceptos
El ser humano cuenta con una forma para almacenar, construir y comparar conceptos, y está relacionada con el lenguaje. Una vez que se tiene el concepto, se lo puede expresar lingüísticamente; por eso, muchas veces “indecible” es casi sinónimo de “impensable”. Sin embargo, no todos los conceptos pueden expresarse con palabras. En efecto, el hombre puede experimentar una multitud de estados mentales sin necesidad de recurrir al lenguaje [Casacuberta, 2001, p. 210].
Para el psicolingüista estadounidense Steven Pinker, el cerebro-mente humano utiliza –como mínimo– cuatro formatos principales de representación. Uno es la imagen visual, que se asemeja a un cuadro bidimensional. Otro es una representación fonológica, una cadena de sílabas con las que se planifica los movimientos a realizar con la boca, imaginando el sonido que tienen las sílabas.
Un tercer formato es la representación gramatical: oraciones formadas por palabras y construidas en un idioma determinado (habitualmente el materno, pero para los políglotas puede ser cualquiera). El cuarto formato es el “mentalés”, una especie de “lenguaje” interno y abstracto en que se expresa el conocimiento conceptual humano. Es el medio en que se capta o reproduce fielmente el contenido o lo esencial de una situación [Pinker, 2001, p. 126/7].
Pensamiento y palabras
Los seres humanos no piensan con palabras; las palabras simplemente acompañan el pensar. Se recuerdan únicamente las palabras que acompañan los pensamientos, no los pensamientos mismos. Estas palabras pueden ser conductos, guías, para indicar por dónde “transitaron” los pensamientos, y pueden ser utilizadas para guiar futuros pensamientos [Fritz, 2006]. En efecto, para pensar, el ser humano utiliza “conceptos” y no “palabras”. Para ello, se puede hacer uso de una situación hipotética: a veces, cuando uno trata de transmitir algo, encuentra cierta dificultad para hacerlo.
Es una situación donde, a pesar de tener claro el concepto en el cerebro-mente, momentánea-mente falta la palabra correspondiente para transmitir ese concepto. Es el típico caso de “tenerlo en la punta de la lengua”. Se podría decir que, si se piensa con palabras, se debería tener presente las palabras que se necesitan para establecer una comunicación; o sea, no debería ser necesario “buscarlas” [Fritz, 2006].
Asimismo, al usar palabras para describir una determinada experiencia se restringe la flexibilidad del pensamiento. La propia experiencia del mundo está determinada por los términos en que el ser vivo se refiere a ella, en el lenguaje de la comunidad en la cual se ha criado. Un código lingüístico restringido ofrece dificultades para expresar matices diferenciales finos, lo cual le dificulta al ser vivo la resolución de problemas que exigen alto grado de abstracción [Boyle, 1977, p. 56 y 64].
Por ejemplo, el lenguaje corriente ha evolucionado para tratar con el mundo macroscópico de objetos y sucesos relativamente autónomos y no es adecuado para describir las experiencias que trascienden el mundo sensorial cotidiano, como los fenómenos observados en el nivel subatómico y en los estados no ordinarios de conciencia [Capra, 2005, p. 76 y 409] [Briggs y Peat, 1989, p. 145].
smoriello@redcientifica.com es Ingeniero en Electrónica (1989), Postgraduado en Periodismo Científico (1996) y en Administración Empresarial (1997) y Magister en Ingeniería en Sistemas de Información (2006). Es autor de los libros Inteligencias Sintéticas e Inteligencia Natural y Sintética.
walter@intelligent-systems.com.ar estudió ingeniería mecánica en Spokane (Washington, EEUU.) y vive en la Argentina desde 1951. Fue profesor en el laboratorio de inteligencia artificial del Instituto Tecnológico Buenos Aires. Dió más de 30 conferencias en temas relacionados con inteligencia artificial y publicó dos ponencias científicas. Es co-autor del libro Sistemas Inteligentes Artificiales (1990) y autor del libro electrónico Sistemas Inteligentes y sus Sociedades.
Ambos autores son miembros del GESI (Grupo de Estudio de Sistemas Integrados), rama argentina de la ISSS (International Society for the System Sciences). GESI e ISSS, junto a IFSR (International Federation for Systems Research), auspician en agosto próximo en Argentina un Seminario Internacional sobre Sistémica Interdisciplinar con motivo de la 1ra. Reunión Regional de ALAS (Buenos Aires, YMCA, Agosto 7-8-9).
Bibliografía
1. Bateson, Gregory (1998): Pasos hacia una ecología de la mente. Buenos Aires, Editorial Lohlé-Lumen.
2. Bertalanffy, Ludwing von (1971): Robots, hombres y mentes. Madrid, Ediciones Guadarrama.
3. Briggs, John y Peat, David (1989): A través del maravilloso espejo del universo. Barcelona, Editorial Gedisa.
4. Boyle, D. (1977): Lenguaje y pensamiento en el desarrollo humano. Buenos Aires, Editorial Troquel.
5. Capra, Fritjof (2005): El Tao de la Física. Málaga, Editorial Sirio, 7° edición.
6. Capra, Fritjof (1994): Sabiduría Insólita. Conversaciones con personajes notables. Barcelona, Editorial Cairos, 2° edición.
7. Capra, Fritjof y Steindl-Rast, David (1993): Pertenecer al universo. Buenos Aires, Editorial Planeta.
8. Casacuberta, David (2001): La mente humana. Barcelona, Editorial Océano.
9. Fritz, Walter (2006): Sistemas Inteligentes y sus Sociedades. Última actualización: 7 de marzo.
10. Fritz, Walter; García Martínez, Ramón y Marsiglio, A. (1990): Sistemas Inteligentes Artificiales. Buenos Aires.
11. Grinberg, Miguel (2002): Edgar Morin y el pensamiento complejo. Madrid, Editorial Campo de Ideas.
12. Minsky, Marvin (1986): La Sociedad de la Mente. Buenos Aires, Ediciones Galápago.
13. Moriello, Sergio (2005): Inteligencia Natural y Sintética. Buenos Aires, Editorial Nueva Librería.
14. Pinker, Steven (2001): Cómo funciona la mente. Barcelona, Ediciones Destino.
Hacer un comentario