El funcionamiento actual de la democracia, y sus perspectivas de desarrollo futuro, se encuentran condicionadas por la acentuación de las desigualdades y por las tendencias de dualización que se detectan en los perfiles de la estratificación de las sociedades de nuestro tiempo, así como por la precarización laboral y las transformaciones en el trabajo que están teniendo lugar en los nuevos sistemas tecnológicos de producción.
El futuro de nuestras sociedades va a depender de la manera en que se engarcen estas tres dimensiones de la experiencia humana de vida en común. Si las desigualdades aumentan, si el trabajo se precariza y, al mismo tiempo, las oportunidades de empleo se deterioran, la democracia acabará viéndose afectada.
Y, de manera paralela, si la democracia se debilita y no es capaz de encontrar soluciones para problemas vitales que conciernen a tantas personas, se agudizarán aún más las tendencias de dualización social y la crisis del trabajo. Se trata, pues, de tres cuestiones directamente interconectadas.
Lo que está ocurriendo en nuestras sociedades revela que se están produciendo fallos en los procedimientos establecidos de representación política y que existen demandas importantes para el futuro de la convivencia que no están siendo bien solucionadas.
Por ello hay que perfeccionar los sistemas democráticos, no sólo porque tal perfeccionamiento forma parte de la lógica del progreso en la evolución histórica y el avance de la civilización humana, sino también porque es necesario corregir disfunciones y desajustes de representación.
Cuestión de credibilidad
No estamos ante un asunto de laboratorio, ni ante una minucia propia de profesores de universidad encerrados entre las polvorientas paredes de sus bibliotecas. Se trata de una cuestión práctica, que afecta al porvenir de nuestras sociedades, a su propia habitabilidad futura. Y, por supuesto, y debido a ello, es algo que va a condicionar la credibilidad de un tipo de regímenes políticos verdaderamente merecedores del calificativo de democráticos.
Consecuentemente, los análisis sobre el futuro político deben poner suficiente énfasis en los procesos sociales que subyacen en la realidad práctica de la democracia, contribuyendo a resaltar los efectos erosivos que las desigualdades socio-económicas pueden tener para un modelo de «república» de ciudadanos iguales, como aquel al que los regímenes democráticos aspiran por principio.
La democracia no debe entenderse solamente como un sistema de articulación de la representación política o de equilibrios institucionales, sino que tiene que ser contemplada también como un sistema orientado a encontrar las mejores soluciones a los problemas sociales planteados en la convivencia. Por ello se ha asistido a un desarrollo histórico de la noción de ciudadanía social y a una evolución de los modelos democráticos.
Rectificar los riesgos
Por lo tanto, uno de los principales retos en la fase política en la que nos encontramos es rectificar los riesgos de deriva hacia una grave acentuación de las desigualdades y hacer frente a la actual crisis del trabajo, inaugurando nuevas formas de entender la pertenencia y la corresponsabilización social.
Si no se responde a estos riesgos de manera satisfactoria, si los ciudadanos no ven en la democracia una vía adecuada para remontar tales problemas y solucionar la crisis de lo social (equidad) y de lo laboral (desempleo y precarización) se acabará poniendo en cuestión la propia credibilidad de los sistemas de representación.
Para superar tales dificultades se necesita una nueva forma de orientar las cuestiones públicas, un marco distinto de definición de las prioridades sociales y humanas y un sistema de valores que permita alcanzar traducciones políticas más fieles de las aspiraciones colectivas.
En consecuencia, se requieren iniciativas que tiendan a reequilibrar los actuales sistemas de representación del lado de los más necesitados, permitiendo una mayor inclusión política y social de los sectores que están quedando excluidos, o se encuentran en riesgo de serlo.
Es decir, hay que lograr una traducción política más ajustada de los intereses presentes en la sociedad, que permita rectificar las tendencias hacia una progresiva concentración abusiva del poder y la riqueza en pocas manos. Y esto sólo se puede lograr mediante una autentificación y profundización de los mecanismos de representación.
El mapa de la democratización
Las posibilidades que ofrecen las sociedades actuales de ser perfeccionadas mediante procesos de enriquecimiento institucional y de desarrollo democratizador implican tanto aspectos macroscópicos, referidos a las estructuras sociales generales, como aspectos microscópicos, relacionados con múltiples esferas de la vida cotidiana.
El mapa de la democratización que podría trazarse, de manera muy esquemática y tentativa, permite perfilar un conjunto de esferas de actuación y de posibilidades. La democratización se produciría -de hecho se está produciendo ya- tanto en el campo político como en el económico, así como a través de un conjunto de instituciones básicas de la sociedad, abarcando múltiples contenidos culturales y diversas instancias de interrelación social.
En la esfera de la Política se abren perspectivas muy variadas: Parlamentos más dinámicos, más receptivos a la opinión pública, más en contacto con los votantes, más vigilantes con el cumplimiento de los programas electorales; debates públicos más implicativos, potenciados con recursos públicos; partidos políticos más horizontales y participativos; movimientos sociales más reconocidos y con mayores posibilidades de influencia; medios de comunicación más plurales y abiertos; y en general una estructura institucional más compleja y rica, con instancias y cauces adicionales de participación y de implicación ciudadana.
En la esfera productiva las grandes líneas de avance posible apuntan hacia una democracia económica que comprenda tanto los procesos de democratización del trabajo y la conquista de condiciones de mayor equiparación social y de razonable redistribución de las rentas y la riqueza, como una mayor implicación ciudadana en la elaboración de los Presupuestos y en la asignación de una parte de las contribuciones fiscales, bien a través del mecanismos como los «bonos de representación» postulados pos Schmitter, bien a través de otros procedimientos que permitieran influir de una manera ponderada en la definición de prioridades en las grandes líneas de gasto público.
Finalmente en el tercer campo de referencia (socidad-cultura) es donde el grado de impregnación de los valores propios de una nueva fase de desarrollo de los ideales democráticos ha sido mayor, aunque aun son necesarios esfuerzos complementarios en el terreno de los usos sociales, y especialmente en un aspecto tan decisivo como el sistema educativo. La penetración de la cultura democrática y solidaria en las esferas microscópicas de las relaciones sociales obedece a la mayor permeabilidad de las estructuras sociales básicas y a la difusión de los criterios subyacentes propios de una «filosofía cívica», más igualitaria y solidaria.
Reorganización de la democracia
De la misma manera que la democracia ha sido históricamente un modelo de estructuración políticamente organizado, su futuro debe ser también el resultado de un esfuerzo explícito, dotado de un carácter más inclusivo, más global.
Por lo tanto, en la medida que la concreción de las aspiraciones democratizadoras precisa de un anclaje institucional específico, el desarrollo socio-político que se puede augurar para el siglo XXI requerirá un enriquecimiento institucional que no deberá permanecer circunscrito únicamente a un compartimiento estanco de la sociedad, por muy importante que sea, sino que tendrá que comprender las múltiples facetas de lo social, desde la familia a la escuela, desde los centros de trabajo o actividad a los ámbitos de la cultura y el ocio, desde las organizaciones más formalizadas de adscripción, como los partidos políticos y los sindicatos, hasta las más difusas y abiertas, como los movimientos sociales y las plataformas microscópicas de pertenencia.
Las tendencias de exclusión social, de empobrecimiento del «capital social» y los déficits de actividades laborales -expresivas y productivas exigen un esfuerzo compensador orientado a desarrollar el tejido social, como implicación, como participación, como vivencia de lazos sociales y como potenciación de las oportunidades de los ciudadanos para actuar como sujetos sociales plenos. En definitiva, se trata de evitar que en la evolución social se reproduzcan y multipliquen las carencias y las asimetrías heredadas. Para evitar tal riesgo hay que operar en una triple perspectiva.
En primer lugar, activando las posibilidades de ejercicio de la condición ciudadana al máximo nivel que permiten los avances de nuestra civilización, es decir, propiciando la transición desde modelos de una ciudadanía pasiva y parcial a una ciudadanía más completa, más activa y más comprometida.
Reforzar lo público
En segundo lugar, hay que potenciar también el papel de lo público, de lo común, entendiendo que la regeneración del tejido asociativo puede lograrse, en buena parte, mediante iniciativas «organizadas» e «impulsadas» institucionalmente, como ocurrió en el pasado con otras instancias que cumplieron un importante papel culturalizador e integrador, como la escuela.
La tercera perspectiva de aproximación a la reflexión sobre la democracia del futuro a la que antes hice alusión lleva a emplazar los procesos de democratización en el ámbito de sociedades entendidas de una manera integral, sin parcializaciones, ni compartimientos estancos. Por ello, el perfeccionamiento de la democracia nos remite a estructuras de inserción en las que exista una mayor densidad de interacciones y de oportunidades implicativas, en relación a diferentes ámbitos de religación.
Algunas de las principales líneas de acción en torno a las que habría que trabajar se relacionan, por ejemplo, con la democratización del trabajo y de la vida económica en general, con la vitalización y autentificación de los partidos políticos, con la potenciación del papel de los nuevos sujetos políticos y sociales, con la efectiva libertad informativa, con la «micro-democracia» en la vida cotidiana, con el desarrollo de culturas postpatriarcales y desjerarquizadoras y con la puesta en marcha de iniciativas institucionales de democracia postliberal.
El condicionante tecnológico
Para avanzar en esta dirección, hay que partir de las especificidades y los condicionantes propios del nuevo tipo de sociedades tecnológicas que están emergiendo y que permiten un ajuste entre posibilidades y necesidades diferente al que se suscitó en las sociedades de un pasado inmediato.
En las sociedades industriales clásicas se produjeron inicialmente graves tendencias desigualitarias que, tras años de conflictos, de esfuerzos de cambio y de aportación de formulaciones teóricas y políticas, acabaron conduciendo a nuevos equilibrios sociales, en los que fue posible asentar conquistas igualitarias enormemente innovadoras respecto a todo lo que había sido la experiencia histórica anterior.
Y lo más importante fue que logros sociales como los relacionados con la universalización en el acceso a los bienes de la educación y de la cultura, la atención sanitaria, las prestaciones sociales básicas, o las oportunidades de un bienestar social razonable para todos, se alcanzaron sin grandes desajustes sociales. Sólo fueron necesarias inversiones públicas importantes que completaron y añadieron lo que faltaba en aquellos escenarios sociales, al tiempo que se potenciaba el papel equilibrador del Estado.
Vuelta al Edén
De cara a lo que aquí estamos considerando es necesario resaltar las diferencias notables -cualitativas y de grado- que existen entre las consecuencias dualizadoras y desigualitarias que está introduciendo el desarrollo de los nuevos sistemas tecnológicos y las que antes fueron consecuencia de la revolución industrial.
En el ciclo histórico de evolución social en el que nos encontramos, junto a las desigualdades económicas, sociales y laborales que he analizado con detalle en los dos libros indicados al principio de este texto, están surgiendo también nuevas plasmaciones desigualitarias entre los analfabetos y los alfabetos tecnológicos, nuevas segmentaciones en los trabajos y las actividades sociales (en cualificaciones, realizaciones, ingresos, seguridad, etc.), y eventuales diferencias de salud e incluso de dotación génica, con hipótesis tan impactantes como las que Silver planteó en su libro Vuelta al Edén, sobre la posibilidad de surgimiento de nuevas subespecies de seres humanos artificialmente «mejorados» o «gen-enriquecidos».
Durante las últimas fases de evolución de las sociedades industriales, las conquistas democráticas fueron básicamente para la mayoría de los ciudadanos conquistas igualitarias, es decir, innovaciones que tenían que ver con sus niveles de rentas, de oportunidades, de acceso a los bienes de la educación y de la cultura y a los avances médicos, etc. Estas conquistas permitieron superar algunos factores desigualitarios de base sin costes económicos que fueran considerados como radicalmente inasumibles o implanteables por la mayoría de la población.
Escenarios problemáticos
Pero en estos momentos se presentan escenarios más problemáticos. Lo más plausible a corto y medio plazo es pensar -al menos desde el optimismo de la voluntad- que tendrán lugar reacciones políticas contra la espiral desigualitaria y que desde las esferas públicas se intentarán compensar los déficits sociales y las carencias que se han venido gestando durante el ciclo de predominio neoliberal.
Pero, si este esfuerzo compensatorio no se aborda de manera simultánea -y ajustada- a las reestructuraciones en el trabajo exigidas por la revolución tecnológica es harto probable que surgirán problemas de financiación y de recaudación fiscal, que estarán también afectados por la evolución demográfica.
Lo cual planteará interrogantes sobre cómo podrá armonizar el Estado -y qué Estado- sus compromisos sociales pasados y actuales, con los nuevos. ¿Podrán implicarse también los poderes públicos en una tarea de alfabetización tecnológica de amplio alcance y de efectos más igualitarios para el conjunto de la población? ¿Podrán comprometerse en garantizar a todos el acceso a las sofisticadas -e inicialmente costosas- terapias génicas y, sobre todo, a las eventuales técnicas de ingeniería genética? ¿Qué pasará si estas técnicas y posibilidades sólo resultan accesibles, en los primeros tiempos, a las minorías más ricas y privilegiadas y si tienden, a su vez, a reforzar los componentes desigualitarios de base de las sociedades? ¿Qué sucederá si se continúan ampliando las brechas sociales que existen entre los países más ricos y avanzados tecnológicamente y los que van quedando rezagados?
Los dilemas que plantean estos interrogantes forman parte de los nuevos retos de la democracia. Por ello, una de las principales exigencias del futuro será recomponer las bases imprescindibles de la igualdad y la equiparación social en las condiciones que se avecinan, antes de que la acumulación de las viejas desigualdades a las nuevas asimetrías que se derivan del acceso diferenciado a los avances tecnológicos, abran la puerta a formas de desigualdad sustentadas, incluso, en hipótesis tan aberrantes como las «elites gen-enriquecidas» sobre las que nos previene Silver.
José Félix Tezanos, catedrático de la UNED, es editor de la obra colectiva “Clase, estatus y poder en las sociedades emergentes” y director de la Fundación Sistema.
El presente artículo está condensado del capítulo de dicha obra “Los límites de la democracia incompleta y el desarrollo de los sistemas de representación” y se reproduce con autorización del autor.
excelente articulo, es un gran escrito para la humanidad