Usain Bolt reúne las tres cualidades clásicas de unos juegos olímpicos: citius, altius, fortius. Después de correr los 100 metros lisos en tan solo 9,63 segundos, el atleta jamaicano todavía es el más rápido, el más alto y el más fuerte del mundo.
A pocos días de cumplir los 27 años, el plusmarquista se encuentra en la edad de máximo rendimiento deportivo sobre pista, según un estudio publicado en año pasado en la revista Age.
“El nacimiento marca el rendimiento deportivo, alcanza su máximo a los 26 años, y luego disminuye hasta el día de su muerte”, ha explicado a SINC Jean-François Toussaint, científico francés del Instituto de Investigación Biomédica y Epidemiología del Deporte (IRMES) y coordinador del trabajo.
En los juegos olímpicos, alcanzar un tiempo récord se ha convertido en toda una hazaña. “Ya se han conseguido el 99% de los récords mundiales y, si prevalecen las condiciones actuales, la mitad de ellos no mejorarán mucho más de un 0,05% en 2027”, escribe Toussaint en otra de sus publicaciones.
El trabajo, publicado en PLoS ONE, analizó 3.263 récords mundiales desde la celebración de la primera competición olímpica de la era moderna hasta Pekín 2008. Según las conclusiones, los récords fueron habituales entre 1896 y 1968, pero a partir de entonces empezaron a disminuir.
Por si fuera poco, el mismo centro de investigación demostró que en el 64% de las pruebas de atletismo no ha habido mejoras desde 1993, después de analizar los resultados individuales de los mejores deportistas durante el último siglo para establecer una ‘ley de progresión’.
Centésima arriba, centésima abajo, las previsiones estadísticas varían mucho en función del factor que se tenga en cuenta para predecir una nueva marca. Reza D. Noubary, matemático de la Universidad de Bloomsburg (Estados Unidos), calculó que el récord de los 100 metros lisos alcanzaría los 9,40 segundos hacia el año 2040. “Creo que Bolt se podría haber superado si hubiera trabajado el tiempo de reacción. Él está de acuerdo conmigo en que el récord mundial se parará en los 9,40 segundos”, ha señalado a SINC Noubary.
Pero su investigación no evalúa los límites fisiológicos del cuerpo humano. En cambio, Mark W. Denny, investigador de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), asegura que se podría predecir la velocidad máxima si se tuvieran en cuenta la fisiología y la mecánica de la locomoción.
El científico estadounidense publicó en 2008 un trabajo sobre los límites en galgos, caballos y humanos: “La locomoción de las piernas es un proceso muy complicado”, escribe al principio de su trabajo. Más adelante se refiere al velocista jamaicano y califica sus marcas como “pequeñas mejoras sobre récords anteriores en 100 metros y 200 metros lisos”.
La máquina perfecta de correr
A día de hoy, la mejora de la forma física es más decisiva en unas pruebas que en otras. En el caso del atletismo, el aumento del rendimiento deportivo depende más del equipamiento –como las zapatillas– y la biomecánica de la persona. “La amplitud y la frecuencia de las zancadas tienen que ir muy unidas”, ha aclarado a SINC Joan Antoni Prat, profesor de INEFC en Lleida, y uno de los creadores del Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Sant Cugat, en la provincia de Barcelona.
El límite del ser humano existe y está representado por las propias estructuras fisiológicas, dice Piero Galilea, médico del CAR. “Lo difícil es saber dónde está”, añade.
Las fronteras físicas de Usain Bolt son 1,95 metros de altura y 94 kilos de peso. “Aunque tenga que movilizar mucha masa, las piernas largas son una ventaja biomecánica por el efecto de palanca”, aclara el doctor Joan Ramon Barbany, profesor de fisiología del ejercicio de la Universidad de Barcelona (UB).
El matemático Noubary coincide: “Usain Bolt es el ejemplo perfecto que combina las ventajas mecánicas de un hombre alto con las fibras de contracción rápida de un hombre pequeño”. Aparte de la forma física, los expertos señalan que hay otros parámetros que también influyen en las competiciones deportivas, como la dotación genética del atleta.
Los últimos resultados del mapa genético sobre la salud y el rendimiento humanos, publicado en la revista Medicine and Science in sports and exercise en 2009, reunieron 239 variabilidades genéticas relacionadas con la excelencia deportiva, 52 más que en el informe anterior. Algunas de estas expresiones incluyen fenotipos relacionados con la presión sanguínea, la morfología del corazón, y el metabolismo de la insulina y la glucosa.
La prueba del algodón de los récords
Los 35 laboratorios acreditados por la Agencia Mundial Antidopaje investigan desde hace años cómo detectar el dopaje genético. Desde los juegos olímpicos de Atenas 2004, el Comité Olímpico Internacional (COI) guarda las muestras de los deportistas durante ocho años por si durante ese tiempo se ha desarrollado alguna técnica que permita detectar sustancias que no se pudieron identificar en su momento.
“Un récord mundial se observa con lupa en una competición internacional”, remarca Jordi Segura, director del Laboratorio de Control Antidopaje del Instituto de Investigación Hospital del Mar (IMIM), y miembro de la comisión médica del COI. Admite a SINC que se siente más justiciero que policía: “Nuestro espíritu no es perseguir al que se dopa, sino garantizar que el que no se dope puede competir con igualdad de oportunidades”.
Uno de cada dos deportistas pasa un control antidoping durante unos juegos olímpicos. Todos los medallistas y los cinco primeros deportistas de la clasificación no se salvan de pasar este tipo de pruebas. Días después de la carrera, el COI descalificó al velocista Ben Johnson después de ganar los 100 metros lisos en los juegos olímpicos de Seúl 1988.
“Todos vimos cómo Ben Johnson se giró con aparente superioridad antes de cruzar la línea de meta para mirar a Carl Lewis –recuerda Segura–. Tanto la victoria como el positivo tuvieron un impacto mundial, y a partir de entonces el dopaje pasó a ser conocido por la opinión pública”.
Segura acepta que las federaciones de ciclismo y de atletismo son las que hacen más controles ya que “en los deportes individuales la ventaja que puede alcanzarse con el dopaje es más definitiva para alcanzar el triunfo que en un deporte colectivo”.
Tres, dos, uno…
Además de los seres humanos, correr es una estrategia evolutiva que practican más animales. “Los galgos y los caballos de pura raza son fruto de una presión selectiva muy fuerte”, cuenta Denny en su análisis comparativo de estos mamíferos con los humanos.
Galilea añade al cóctel del éxito la agresividad para rendir al máximo. Lo ejemplifica con la carrera deportiva del ciclista Lance Amstrong, de quien dice era un “controlador absoluto del pelotón”, donde nadie se podía mover sin su permiso. “En situaciones de emergencia, las personas responden de una forma imprevisible e incontrolable porque están presionadas por el factor psicológico de la oportunidad del momento”.
Prat explica que en el mundo del deporte se habla del “estado de gracia”, como en flamenco se habla de ‘duende’ y de ‘flow’ en el hip hop. El caso es que en muchas ocasiones, los récords mundiales no se baten en unos juegos olímpicos porque es muy difícil conseguir el máximo rendimiento a todos los niveles para el día de la competición. “Somos de una complejidad tan grande, que nadie conoce los límites del ser humano”, dice Prat.
Algún día se acabarán los récords mundiales, coinciden todos. Pero en los principios fundamentales del olimpismo no entra batirlos. En la carta olímpica se exalta “una filosofía de vida, que combina en un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu”. Quién sabe si a Usain Bolt también le dijeron de pequeño que lo importante no era ser el primero, sino participar.
Referencias bibliográficas:
Berthelot G, Thibault V, Tafflet M, Escolano S, El Helou N, et al. (2008) The Citius End: World Records Progression Announces the Completion of a Brief Ultra-Physiological Quest. PLoS ONE 3(2): e1552. doi:10.1371/journal.pone.0001552.
Berthelot G, Tafflet M, El Helou N, Len S, Escolano S, et al. (2010) Athlete Atypicity on the Edge of Human Achievement: Performances Stagnate after the Last Peak, in 1988. PLoS ONE 5(1): e8800. doi:10.1371/journal.pone.0008800.
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