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No todo lo que percibimos es real

Nuestros deseos, esperanzas, miedos o ilusiones, juegan una influencia tan importante en nuestras vidas que en ocasiones distorsionan la realidad que perciben nuestros sentidos. Lo ha verificado un nuevo estudio de la Universidad de Cornell, según el cual muchas veces vemos lo que queremos ver y no lo que realmente es. De manera inconsciente, interpretamos nuestras percepciones en función de lo que más nos interesa, obteniendo una imagen del mundo que se corresponde con nuestros anhelos o creencias. Antes de que veamos el mundo, por tanto, nuestro cerebro lo ha interpretado de manera que encaje con lo que queremos ver, al tiempo que trata de eliminar aquello que no nos interesa. Por Yaiza Martínez.

No todo lo que percibimos es real

Lo que deseamos, esperamos, tememos o nos ilusiona puede influir en la manera en que percibimos estímulos visuales ambiguos, señala un nuevo estudio realizado por el psicólogo David Dunning, de la Cornell University, de Estados Unidos.

Una serie de experimentos destinados a saber si aquello que deseamos puede hacer que veamos unas cosas u otras demostraron que nuestro cerebro nos “engaña” en las percepciones visuales en cierta medida. En la vida cotidiana, es evidente que muchas veces vemos lo que no es. Ahora, además, hay una comprobación empírica de que este hecho es cierto.

Dunning y su colaboradora, Emily Balcetis, pidieron a un grupo de voluntarios que, en un juego de ordenador, eligieran una letra o un número para determinar si beberían un zumo fresco de naranja o un batido vegetal de mal sabor.

Según explica la Cornell University en un comunicado, se realizaron cinco estudios con imágenes ambiguas. Los resultados se hallaron gracias a mediciones discretas e implícitas de la percepción (como rastreo del movimiento ocular o tareas de decisión léxica) y por procedimientos experimentales, demostrando que los participantes eran únicamente conscientes de una única interpretación (normalmente favorecedora para ellos).

En uno de los experimentos, por ejemplo, el ordenador emitió una imagen que podía ser interpretada como la letra B o el número 13. Los resultados mostraron que aquellos voluntarios que habían elegido que la letra se relacionase con el zumo de naranja vieron más a menudo la B. Por el contrario, aquellos que habían elegido que fuera el número lo que les reportara el zumo, vieron más a menudo el 13.

Cámara oculta

Los investigadores utilizaron asimismo una cámara oculta para registrar los movimientos de los ojos de los participantes, sobre todo el primer movimiento, denominado “sacádico”: se trata de un movimiento rápido del ojo que indica que no observamos ninguna escena de manera constante. La miramos moviendo los ojos, estableciendo así las partes que nos parecen más llamativas, al tiempo que realizamos un mapa metal inteligente de ella.

Asimismo, el saccade permite que el ojo detecte también las partes más pequeñas de una escena con mayor resolución. Es, en definitiva, un recurso que ha desarrollado la naturaleza para darle más eficacia a la vista.

Este movimiento de los ojos no es controlable ni voluntario, ni siquiera sabemos que lo hacemos, pero resulta una indicación muy fiable de lo que una persona está viendo en un preciso momento.

Interpretación sesgada

Utilizando todos estos elementos, los investigadores constataron que interpretamos la información sensorial en función de aquello que más nos interesa, tal como explican en el artículo que publicará la revista Journal of Personality and Social Psychology.

Este proceso de la percepción alterada es inconsciente. Los análisis sugieren que en dicho proceso interviene la estimulación, que afecta a la información que los estímulos trasladan a nuestro ser consciente.

Antes de que veamos el mundo, por tanto, nuestro cerebro lo ha interpretado de manera que encaje con lo que queremos ver, al tiempo que trata de eliminar aquello que no nos interesa.

Así, nuestros miedos y anhelos pueden influir en si nos vemos gordos o flacos o que veamos en un simple lunar una mancha o una enfermedad de la piel. Por eso, recomienda siempre contrastar ciertas percepciones con las de otras personas, en situaciones en las que estemos especialmente condicionados.

Dunning señala que estamos más predispuestos a ver aquello que nos gusta, en lugar de lo que nos desagrada o nos asusta y que, ante una imagen ambigua, tendemos a interpretarla en nuestro propio beneficio.

Según Dunning, aún falta por determinar en qué estadio del proceso de percepción se situaría la influencia de nuestros deseos. El estudio sugiere que el cerebro hace una labor ingente entre el ojo y la apreciación consciente para determinar nuestras conclusiones, incluso antes de que éstas tengan lugar. ¿Pero en qué punto intervienen nuestros deseos? Esta cuestión sigue sin respuesta.

Tipos de percepción

El estudio científico de la percepción se remonta al siglo XIX, cuando diversos investigadores crearon los primeros modelos que relacionaban la magnitud de un estímulo físico con la magnitud de un hecho percibido. Hoy día, el tema no es estudiado sólo desde la psicología, sino que ocupa a varios campos, como la neurociencia, la optometría, la fisiología e incluso la informática.

Aunque solemos creer que nuestros sentidos nos aportan una fiel información del mundo exterior, Dunning señala que décadas de investigación psicológica han determinado que lo que la gente ve y oye no es precisamente una reproducción exacta de lo que nos rodea.

Según él, en primer lugar, la percepción es selectiva: no somos conscientes de “todo” lo que sucede a nuestro alrededor. Un estudio acerca de la llamada “ceguera atencional" –condición que nos impide ver lo evidente porque nuestra atención está centrada en otra cosa- demostró que el 40% de un grupo de voluntarios a los que se les mostró una breve película de un partido de baloncesto fue incapaz de ver a una mujer disfrazada de gorila que se colocaba entre los jugadores, miraba a la cámara, se golpeaba el pecho y después salía, simplemente porque no le prestaron atención.

En segundo lugar, señala Dunning, la percepción es influenciable: varios estudios han demostrado que las distancias no suelen ser tan cortas como nos parecen al mirarlas de lejos, grandes objetos no son tan altos como parecen, y la piedra que se nos puede meter en el zapato siempre es mucho más pequeña de lo que pensamos mientras nos molesta al andar.

Además, la percepción es flexible porque responde a las influencias que proceden de los estados de percepción cognitiva y psicológica, o también del entorno.

Gran parte de nuestras percepciones nos llegan a través de órganos sensitivos y sistemas preceptúales que trabajan automáticamente para formar una representación de un estímulo que el que percibe acepta pasivamente.

El sistema de la percepción reúne las pequeñas y finas partes de la información que recopilan los sentidos para crear una imagen coherente. Sin embargo, no es así de sencillo porque, aunque la percepción es imprescindible, es demasiado fácil que resulte engañosa.

RedacciónT21

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