El permafrost, o “hielo sucio”, ha retrocedido dramáticamente en el Ártico siberiano, lo que ha provocado un mayor cambio climático.
El profesor Rodrigo Jiménez, asociado al Departamento de Ingeniería Química y Ambiental de la Universidad Nacional de Colombia (UN), reveló que este hallazgo es el resultado de estudios de colegas suyos en la parte rusa del Ártico y que es una situación preocupante.
Explica que el permafrost, al que se le denomina también “permagel o permacongelamiento”, es la capa de hielo permanentemente congelado en los niveles superficiales del suelo de las regiones muy frías o periglaciares, como la tundra. Se encuentra en extensas áreas de Canadá, Alaska, Siberia, Tíbet y Noruega. El 20% de la superficie del planeta es permafrost congelado.
El profesor precisa que el permafrost puede ser hielo sucio o tierra congelada. En definitiva, es suelo que se congela por periodos de años fríos o temporadas. Y se le dice “sucio” porque contiene carbón bajo la capa de hielo, que puede ser de un metro a un kilómetro de profundidad (como en Siberia).
“Esa suciedad del hielo es producida por el carbono que quedó atrapado en la última era del hielo, en el Pleistoceno. Colegas como Kathy Walter, de la Universidad de Alaska, en Fairbanks, han estado estudiando mucho el permafrost y están muy preocupados. El calentamiento global está derritiendo el permafrost; si este se derrite, se producen inmediatamente pantanos con base orgánica, que son fábricas de metano; el cual, a su vez, produce más deshielo. Y así sucesivamente. Es una realimentación positiva”, dice el experto.
Como el Titanic
Afirma que para producir metano es necesario que se den varias condiciones: que no haya oxígeno y que haya carbono y agua. Y el permafrost provee estas tres rápidamente.
“El Ártico se está calentando, qué le vamos a hacer. Como dice otra colega: este trabajo mío a veces me deprime, me siento midiendo el nivel del agua en el Titanic”, asegura.
El experto señala que, con el derretimiento del permafrost, los efectos negativos se registran en los suelos, la atmósfera, el agua, los ecosistemas y hasta los asentamientos de estas regiones extremas en el norte ártico. Por ejemplo, las viviendas construidas sobre el terreno colapsan con el deshielo. En Fairbanks, Alaska, más de 300 casas han visto afectadas sus estructuras, así como las tuberías de agua y de calefacción, que se rompen. La erosión aumenta a medida que la tierra se calienta, lo que, a su vez, ocasiona más derretimiento del hielo.
Irreversible
El profesor Jiménez asegura que, aunque el proceso es irreversible, la humanidad tiene un ejemplo positivo para mostrar que no se quedó en el papel (como el protocolo de Kyoto): “El protocolo de Montreal lo logró. La producción de clorofluorocarbonados recaía en cinco multinacionales y hubo que ponerlas de acuerdo: se les dijo que removieran el cloro de sus productos, nada más. Esas empresas reaccionaron, cambiaron. Los países en desarrollo se unieron también. Eso fue rápido y relativamente simple, y la realidad es que las mediciones tienden a indicar que la capa de ozono se está recuperando”, asegura.
No obstante, señala que los productores de carbón, petróleo, gas natural se cuentan por miles, los intereses económicos son enormes y las sociedades están montadas aún sobre el consumo de combustibles fósiles.
“Como yo veo las cosas, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) debería contar con un componente muy fuerte de adaptación y seguir intentando la mitigación. Hace diez años, si hubiésemos aplicado las medidas de mitigación, habríamos logrado disminuir las concentraciones atmosféricas. Pero el problema es grave y ya se vino encima. La adaptación tiene un límite. No podemos seguir consumiendo combustibles fósiles al ritmo actual y luego decir que nos adaptaremos y que no pasa nada”, puntualiza.
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