En 1961, el filósofo inglés Bertrand Russell, una de las mentes más preclaras del siglo XX, publicó un libro muy reducido titulado, Has Man a Future?. Lo hizo a la edad de 89 años, impresionado por la carrera de armamento nuclear que se desarrollaba en aquellos años en el mundo y por los peligros entonces elevados de las bombas, atómica y nuclear.
La guerra fría, entonces en su punto álgido, y la confrontación entre Kennedy y Kruschov, que justo cuando Russell escribía su libro, en julio de 1961, adquiría caracteres alarmantes, lo llevó a creer seriamente en la destrucción del mundo.
Se esforzó entonces por sugerir una serie de medidas para evitar el enfrentamiento de los hombres y la erradicación de las guerras de nuestro mundo.
La mayor parte de ellas se referían a la creación de una conciencia mundial y planetaria y a la eliminación de nacionalismos separadores de los hombres, ideologías confrontadas y creencias religiosas exclusivistas.
Gobierno mundial
Llegó a sugerir con toda nitidez la conveniencia de un Gobierno único para el mundo basado, no en el poder y la fuerza, sino en la paz, la colaboración y la solidaridad.
Aunque el mundo ha cambiado mucho desde los años 60 y algunos peligros preocupantes entonces parecen haber desaparecido, otros similares se abren paso en nuestro tiempo.
Algunos vienen de la mano, no de la de las rivalidades y enfrentamientos entre los hombres, sino de la tecnología que los hombres crean, de los efectos perniciosos de su aplicación y de sus consecuencias no deseadas. La fórmula para enfrentarse a ellos no es muy distinta, sin embargo, a la propuesta por Russell.
Puede que necesitemos un Gobierno mundial y, desde luego, serían convenientes ideas mundiales difundidas, aceptadas, y hasta consensuadas, por todos.
Nuevas teorías
Igualmente sería deseable desarrollar un nivel superior de abstracción en las explicaciones hoy existentes y unas teorías económicas, sociales y políticas comprensivas y abarcadoras de todos las dimensiones de nuestro mundo.
La larga historia del hombre en este planeta muestra su capacidad de supervivencia y superación, así como la salida adelante en situaciones muy comprometidas en las que el futuro parecía estar seriamente amenazado.
Como alguien ha dicho, la humanidad es como un bebé al borde de un precipicio que, sin saber cómo, siempre se salva de caer al vacío. A veces da la impresión de tener el precipicio mucho más cerca y el abismo ser mucho más profundo, por lo que algunos creen que es necesario ayudar a la buena suerte histórica del bebé-humanidad.
Dicha ayuda debe venir de la mano de nuevas ideas sobre el mundo que lo interpreten como una sola identidad, desprotegida y amenazada, con necesidad de sacar de su propio interior nuevos principios organizativos y autorreguladores.
Miles de años por delante
No debemos asustarnos ante nuestro futuro por muy extraño y amenazador que nos parezca. Nuestra especie, quizás con mejoras muy aceptables, puede seguir evolucionando durante muchos miles de años todavía, aunque también podría desaparecer a no muy largo plazo.
La inclinación hacia una u otra alternativa depende en parte de nosotros mismos y de las ideas e iniciativas que desarrollemos. La tecnología es una parte sustancial de nuestro mundo y hay que contar con ella para la solución de nuestros problemas.
Controlarla y dirigirla, a pesar de los fallos del control social de la tecnología hasta ahora y de las dificultades que el hombre tiene para actuar sobre su mundo, no es un objetivo descabellado y debe intentarse, sobre todo ahora, a las puertas de un nuevo siglo y un nuevo milenio en el que nuevas síntesis y nuevas explicaciones sobre lo que somos y lo que necesitamos parecen estar a punto de surgir.
Las ideas de unidad planetaria, gobierno del mundo, sostenibilidad, evolucionismo consciente y otra similares, tienen que abrirse camino entre nosotros. Dichas ideas deben entrar en nuestras teorías explicativas de las cosas, ser enseñadas en nuestras universidades, utilizadas en las interrelaciones corrientes de unos hombres con otros, y practicadas en los diversos “juegos” a los que los hombres dedican su tiempo y sus vidas.
En ese nivel superior de pensamiento y actuación, el Control Social de la Tecnología, tendría mucho sentido como una herramienta más de protegernos, sin destruirnos, coartarnos o limitarnos.
Adolfo Castilla es catedrático de Economía Aplicada y miembro del Consejo Editorial de Tendencias Científicas.
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