Hay tres paradojas que conciernen al desarrollo sustentable. La primera paradoja es la desproporción que existe – por un lado – entre la popularidad y difusión casi explosiva de este término a partir de 1992, siendo unánime el consenso, y – por el otro lado – su debilidad conceptual y operacional.
Todos los gobiernos e instituciones del mundo sin excepción apoyan este concepto (¿quién osaría estar contra un deseo de durabilidad en el desarrollo, sea economista o ecologista, socialista o liberal?).
Además, es un concepto emblemático – una ideología nueva de motivación y de esperanza – de organizaciones no gubernamentales, de partidos políticos y de movimientos populares contestatarios que derivan de tradiciones inspiradas de un cierto anarquismo generoso.
Finalmente, los industriales son los más acérrimos defensores de la utilización de este término, en parte porque ellos han obtenido resultados concretos en lo que concierne a la compatibilidad entre la protección del medio ambiente y el aumento de la competitividad económica, en parte – por un oportunismo comprensible –dado que se trata de un concepto admirablemente fácil y poco costoso para ser utilizado en el marketing de productos y de la gestión de cualquier empresa.
Políticamente correcto
Nada es hoy más “correcto políticamente” que el concepto de desarrollo sustentable, y cuidado a aquél que se anime a emitir dudas, por más constructivas que sean, sobre su aplicación.
De hecho, solamente los grupos inspirados en una ecología profunda lo critican, porque están en contra de todo tipo de desarrollo humano y pregonan una caída demográfica de la humanidad, y también – pero por otras razones – algunos pocos científicos y pensadores descontentos con la incompatibilidad, casi antinomia, de las dos palabras: desarrollo y sustentable.
En efecto, el desarrollo implica una noción dinámica, de sistema abierto y en movimiento, con un comportamiento no lineal, en estado de desequilibrio, poco determinista y con la previsibilidad intrínsicamente muy baja de los sistemas complejos, con fluctuaciones inevitables, discontinuidades, sorpresas, acontecimientos extremos, incluso catastróficos, es decir con un comportamiento de tipo caótico.
Durable y estable
Por el contrario, lo durable o sustentable evoca una noción de estabilidad, de equilibrio, lineal en su progresión y sus tendencias, de continuidad y previsibilidad, propiedades más típicas de los sistemas cerrados que de los sistemas abiertos.
Ahora bien, con la transición post-industrial y el advenimiento de la sociedad de la información y la globalización, constituyendo ésta solamente un epifenómeno coyuntural de este cambio de sociedad, los sistemas abiertos representan la realidad de este mundo.
Las fronteras políticas, administrativas, territoriales, tecnológicas, ecológicas, biogeográficas, genéticas y culturales se han vuelto más permeables y cambian sin cesar sus limites y referencias. Esta apertura extrema era probablemente difícil de captar, y de hecho no fue tomada en consideración cuando el concepto de desarrollo sustentable fue aprobado en la conferencia de Río en 1992.
Debido a las dificultades teóricas por la incompatibilidad de términos, a la falta de contexto con relación a la situación actual, y también a las decepciones que pronto ha causado su poca aplicabilidad, existe una abundancia de definiciones – que van de lo complementario a lo contradictorio – respecto del desarrollo sustentable.
Más de 350 definiciones
Ya había más de 350 definiciones reseñadas cuando tuvo lugar la conferencia de Río. Hoy su número pasa el millar, la mayoría formuladas por personas que nunca hicieron desarrollo real sobre el terreno, y que no lo harán jamás.
Los libros y los tratados sobre el tema, muchos de ellos concernientes a los indicadores eventuales del desarrollo sustentable, son casi tan numerosos como las definiciones.
Esas definiciones y teorías se ubican entre dos interpretaciones extremas. Por un lado, el desarrollo sustentable puede ser considerado como una nueva ideología o modelo alternativo para reemplazar la sociedad de mercado actual. Esta es la connotación revolucionaria del término, aunque se trate de una mutación pacífica.
Por otro lado, el desarrollo sustentable puede representar una nueva gestión operacional con la finalidad de prolongar la durabilidad de la sociedad actual. Los híbridos y las mezclas entre estas dos interpretaciones son muy frecuentes.
Popularidad con limitaciones
Con relación a esta primera paradoja, es fácil comprender las razones de la gran popularidad y aceptación del concepto de desarrollo sustentable, a pesar de todas sus limitaciones intrínsecas.
Con el desmoronamiento de las ideologías de masas, más o menos atractivas y tranquilizadoras, que han caracterizado al siglo pasado, con la disminución de la fe religiosa y la pérdida de valores en la estructura familiar, sobre todo en los países occidentales, con la transición post-industrial que ha modificado y debilitado las reglas clásicas del mercado de trabajo y de la formación profesional, con el aumento de las brechas entre países y al interior de cada país, sin contar la dramática degradación del medio ambiente, la sociedad actual no ha sido capaz de generar valores de estimulación, dignidad, generosidad y solidaridad que puedan acarrear y movilizar ideales y forjar proyectos de vida.
Tampoco ha sido capaz de crear el espacio que da cabida a los sueños y al imaginario que son – felizmente – el motor de la condición humana y de su progreso. El desarrollo sustentable representa – de alguna manera – el “valor refugio” de todas las ideologías y de las certezas perdidas.
Segunda paradoja
La segunda paradoja deriva de la divergencia que existe entre la enorme cantidad de planes, proyectos, reuniones y conferencias, promesas y documentos oficiales sobre el desarrollo sustentable y sobre la Agenda 21, por parte de los gobiernos – y esto ya desde hace diez años – y la exigüidad de realizaciones concretas en el terreno y en la vida de todos los días.
Esta paradoja tiene también explicaciones muy simples. En primer lugar, las acciones de desarrollo son realizadas principalmente por iniciativas y capitales privados, que superan en varios ordenes de magnitud los fondos públicos.
No se trata entonces sólo de decretar que debería haber un cierto tipo de desarrollo, sino de crear las condiciones institucionales (en el aparato del Estado y en la formación permanente de los ciudadanos) para establecer un nuevo nicho estructural que habilite y estimule ese desarrollo.
Ahora bien, las dos instituciones – los dos pilares de la sociedad – las más refractarias y resistentes a adaptarse al contexto actual, a la nueva sociedad de la información, son precisamente los gobiernos y las grandes universidades.
En general, esas instituciones se han vuelto demasiado grandes, pesadas y centralizadas para poder hacer frente a los problemas de la vida cotidiana, incluso para hacerse comprender por los ciudadanos y para poder captar sus aspiraciones, y demasiado ineficaces – en un mundo abierto y globalizado – para resolver los problemas de tipo planetario.
Carencias flagrantes
La falta de un “gobernabilidad global” por una parte y de un lenguaje de proximidad por la otra, es flagrante.
Finalmente, la noción de desarrollo sustentable, así como la de medio ambiente, es transversal tanto desde el punto de vista conceptual como del operacional.
Debería penetrar todo el aparato del Estado, y no solamente las estructuras (ministerios del medio ambiente, más raramente ministerios del desarrollo sustentable) débiles y marginales y, muy a menudo, con una función eminentemente justificatoria frente a la opinión pública.
Si hubiera sólo un ministro a cargo del desarrollo sustentable, debería ser – en rigor – el de finanzas que es el que tiene los medios para procurar el desarrollo general de un país.
Tercera paradoja
La tercera paradoja es que, a pesar del escepticismo y del pesimismo reinante, que son casi generales, hay cada vez más ejemplos concretos en la práctica – y en todo el mundo – de verdadero desarrollo sustentable, aún si muchos de esos desarrollos no son conocidos ni por los mismos gobiernos ni por los investigadores, y a veces no se inspiran en la semántica “sustentable”.
Nuevas aperturas – descentralizadas y transversales – de la sociedad de la información los hacen posibles, así como algunas ventajas positivas de la globalización, admitiendo por cierto que una globalización sin regulación pone en evidencia sobre todo sus aspectos negativos.
Si estas acciones de desarrollo, a menudo, no son conocidas por los gobiernos, se debe a que son extremadamente descentralizadas y difusas, no encajan en el marco de una estructura administrativa o de territorios tradicionales y bien definidos.
Si ellas son ignoradas a veces por las universidades y los centros de investigación, es debido a que son acciones muy transversales, no siguen los límites de una disciplina y son manejadas por comunidades locales o por empresas privadas.
Están “fuera de las normas” con respecto a los criterios que hoy guían día la carrera científica de los investigadores, y no les aportarían casi ningún reconocimiento o ventaja académica.
Francesco di Castri es Director de Investigaciones del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS), París, y miembro del Consejo Editorial de Tendencias Científicas.
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