“Consumimos el planeta como si no hubiera un mañana”, Jorge Riechmann.
La Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático celebrada en París entre los pasados días 30 de noviembre y 10 de diciembre de 2015 podría suponer un paso de gigante para atajar el Cambio Climático. Desde su celebración, han sido publicadas algunas informaciones que permiten inferir que las tradiciones religiosas se empiezan a involucrar en la solución radical de estas cuestiones.
Desde el punto de vista de la Iglesia Católica, la proclamación de la Carta encíclica “Laudato Si´: sobre el cuidado de la casa común ” del papa Francisco anticipó en el mes de mayo de 2015 un mensaje emancipador para “todos los hombres de buena voluntad”, como el mismo papa afirma en un gesto sin precedentes.
No cabe duda de que este documento y las declaraciones de Francisco en su viaje a África central en los primeros días de diciembre han calado en la opinión pública generando un movimiento civil de gran envergadura que ha impresionado a la clase política reunida en París. El clamor general que no quiere parches sino un cambio de sistema económico global como única alternativa al progresivo deterioro ambiental, parece que determinará un giro en las políticas ambientales nacionales. Es más: el deseo de unos acuerdos universales y vinculantes, parece que podrían cristalizar en unas realidades sociales y políticas.
Presentamos en este trabajo algunas reflexiones relativas a la Conferencia de Paris sobre el Cambio climático, algunos ecos de la misma, así como algunas propuestas que parecen impregnar las tramas culturales y religiosas de nuestras sociedades multiculturales y multirreligiosas.
Se puede entender mejor el contexto social y religioso de la Conferencia de París sobre el Cambio Climático desde la reflexión ecosocial sobre lo que está pasando. Esta reflexión procede de una voz tan autorizada como la de Jorge Riechmann, profesor titular de Filosofía Moral en la Universidad Autónoma de Madrid, traductor, poeta, ensayista y miembro de Ecologistas en Acción.
En una entrevista difundida a través de las redes sociales realizada por Emma Rodríguez, Riechamann ha comentado algunas de las ideas de su nuevo libro Autoconstrucción (La transformación cultural que necesitamos) que ha sido publicado por Ediciones Catarata. Poemas lisiados se ha publicado en el sello La Oveja Roja.
Denomina Jorge Riechmann al siglo XXI como “el siglo de la gran prueba” o como “la era de los límites ”. Nos dice que “estamos consumiendo el planeta como si no hubiera un mañana”; que “lo que hace falta son transformaciones estructurales profundas, casi revolucionarias” y que ya no podemos confiar en que será la generación de nuestros nietos la que las lleve a cabo, porque estamos en “tiempo de descuento”.
Todo esto nos lo cuenta en Autoconstrucción, uno de esos libros que funcionan como un aldabonazo en las conciencias, que sacuden el letargo y conducen a plantear la gran pregunta: ¿Estamos aún a tiempo de salvar el planeta? Una pregunta muy pertinente, ahora que en París se ha discutido sobre el futuro de la supervivencia de la humanidad en un planeta acosado por el cambio climático.
Es un interrogante que el propio autor abre una y otra vez en el recorrido de un ensayo esclarecedor que nos invita a tomar conciencia de la urgencia de la lucha ecológica, de la necesidad de avanzar lo más suavemente que se pueda hacia sociedades de la sobriedad, de la contención, de otro tipo de realizaciones y plenitudes no asociadas a la adquisición constante de pertenencias, de propiedades, de productos de consumo.
Riechmann va desgranando un buen puñado de verdades, de reflexiones incómodas, pero absolutamente necesarias, en esta Autoconstrucción, subtitulada La transformación cultural que necesitamos, que nos anima a pensarlo todo de otra manera, a encontrar nuevas palabras, nuevos vínculos, nuevas imágenes para situarnos frente a un presente de resquebrajamientos y de oportunidades de cambio. “Jamás se había hablado tanto sobre las desigualdades sociales, jamás se había hecho tan poco para reducirlas… Nunca se había hablado tanto de los daños ecológicos, y nunca se ha hecho tan poco para delimitarlos», leemos muy al comienzo de un libro que traza un magnífico diagnóstico de dónde estamos y hacia dónde podemos dirigirnos.
¿Es posible la esperanza en el futuro?
Reichmann es consciente de que el pesimismo no está de moda, de que el continuo estímulo del pensamiento positivo se puede llegar a convertir en una conveniente cortina de humo, de que a muchos se les llena la boca con la palabra “buenismo” para definir cualquier propósito de solidaridad, de compasión, de cooperación, de igualdad, de que los ecologistas son vistos en muchas ocasiones como catastrofistas y agoreros dispuestos en todo momento a chafar una fiesta en la que muchos siguen pasándolo bien, a costa de mayorías cada vez más empobrecidas e indefensas.
Todo parece estar en contra, pero no cabe la resignación, la no resistencia. “Hay esencialmente dos opciones político-morales. La de quienes desean un mundo de amos y esclavos, por una parte; y la de quienes luchan por un mundo de iguales. Al poder del dinero y de las armas, el segundo grupo solamente puede oponer la fuerza de la organización”, abre Riechmann un cauce de futuro.
Para la publicista Emma Rodríguez, no deja de haber autocrítica en el trayecto y tampoco falta el realismo, grandes dosis de realismo que parten de la constatación de las dificultades, de los enormes retos. Y, por supuesto, se revelan hechos y se ofrecen datos, hechos y datos que hablan por sí solos y que, nos guste o no, indican que el rumbo no es el adecuado.
Así, el cambio climático que nos conduce a un mundo cuatro grados centígrados más cálido, según predicciones muy optimistas, pero ante el que tantos siguen quitando importancia en nombre de intereses empresariales, intereses que obstaculizan la necesaria disminución de los gases de efecto invernadero. Así, la escasez de fuentes de energía fósiles, que lleva a la agonía de un modelo que se alarga artificialmente, vía prácticas como el fracking, en vez de apostar por invertir en el camino de las renovables.
“Hay esencialmente dos opciones político-morales. La de quienes desean un mundo de amos y esclavos, por una parte; y la de quienes luchan por un mundo de iguales. Al poder del dinero y de las armas, el segundo grupo solamente puede oponer la fuerza de la organización”, escribe Riechmann en Autoconstrucción.
Mientras las capas de hielo ártico desaparecen, mientras el proceso de la fotosíntesis se está viendo afectado en zonas con altos niveles de contaminación, mientras las abejas se ven amenazadas, mientras… seguimos pensando que habrá tiempo, que la técnica será capaz de solucionarlo; que llegará un día en que volveremos a la normalidad de un modo de vida que nos parece el mejor posible. ¿Cómo convencernos, habitantes del Primer Mundo del siglo XXI, de que ya no volveremos a la normalidad de antes de la crisis, de antes de la amenaza ecológica; cómo convencernos de que es necesario cambiar la orientación y las estructuras del sistema para seguir viviendo bien, e incluso mejor, pero con otros parámetros?
He aquí las cuestiones que plantea Jorge Riechmann en Autoconstrucción (Ediciones Catarata). Son muchas las salidas que ofrece este libro, pero lo esencial es su llamamiento a un cambio de conciencia, de valores, de usos y costumbres. “La economía es una construcción humana. Las leyes económicas no son como la ley de la gravedad. Pueden ser transformadas (…) Pero para ello la gente ha de cambiar de conducta”, se utiliza como arranque de un capítulo este párrafo-lema extraído del informe de un centro de estudios económicos.
Hay en el ensayo reflexiones sobre el papel cada vez más activo de los consumidores –consumidores rebeldes–; sobre la cultura como base de la comprensión de los cambios; sobre los movimientos sociales que deben convertirse en la base de las nuevas sociedades… “Hemos de vivir de otra manera”, es la frase que cierra el libro.
¿Tiene futuro este planeta?
Tras esta introducción, podemos conocer a través de la entrevista algunas opiniones del autor. A la pregunta de en qué punto se encuentra el movimiento ecologista hoy a nivel global y cuáles son sus expectativas, responde Riechmann con una amplia perspectiva histórica.
En su opinión, si lo analizamos con perspectiva, el movimiento ecologista moderno, como tal, es muy reciente. Surge en los años 60 del siglo XX, aunque el pensamiento ecológico arranca de más atrás, de antecedentes tan ilustres como Thoreau, a quien releemos con mucho interés; o, antes, Alexander von Humboldt, que tanto contribuye en la creación de la ciencia ecológica, de la biología de los ecosistemas.
Ahí están las raíces, pero hay que dar un salto hasta llegar, en 1962, a un hito importantísimo, una obra clásica de la conciencia ecológica, La primavera silenciosa, de Rachel Carson. En ese año se empiezan a poner en marcha dinámicas sociales, políticas, intelectuales, culturales, que conducen a algunas sociedades, dentro de procesos muy contradictorios, a emprender un nuevo aprendizaje de los modos de vida.
Y ya en 1972 nos encontramos con otra aportación esencial, el estudio Los límites del crecimiento, el primer informe al Club de Roma, que pone en marcha un debate de alcance mundial a partir del cual ya empiezan a circular los lemas básicos, las consignas del ecologismo sobre la necesidad de conformar una conciencia de especie en las singulares condiciones históricas que nos ha tocado vivir. Ese proceso de aprendizaje social se rompe a finales de los años 70 y comienzos de los 80, con la irrupción de la fase última de la historia del capitalismo, el capitalismo neoliberal que ha sido financiado. A esos decenios, a esa etapa en la que aún estamos inmersos, yo la denomino a veces la era de la denegación, porque hay fuerzas muy poderosas que, lejos de impulsar el aprendizaje, están trabajando en sentido contrario.
La era de la denegación
El profesor Jorge Riechmann explica con amplitud lo que entiende por la era de la denegación. Para él, “Denegar es un verbo que utilizamos muy poco y que explica muy bien lo que está sucediendo. A los pueblos cada vez se les niega más lo que desean. Las democracias se están vaciando cada vez más de sentido”.
Y prosigue: “Denegar es un término que usan los psicólogos y psicoanalistas para referirse a ese fenómeno que no consiste sólo en ignorar algo sino en hacer un esfuerzo por no ver lo que tenemos delante de los ojos. Yo creo que ha habido, que hay mucho de eso, en la cultura dominante durante los tres últimos decenios”.
Es indudable que hay un permanente negacionismo si hablamos de fenómenos como el calentamiento climático, del mismo modo que lo hubo anteriormente con respecto al cáncer ocasionado por el tabaco. Y es indudable la eficacia de los esfuerzos organizados por el sector empresarial para expandir toda la tinta de calamar y toda la desinformación posible con el fin de impedir que se tomen las decisiones correctas.
Ahora mismo, más allá de circunstancias concretas, tendríamos que referirnos a un negacionismo mucho más vasto que se refiere a todo lo que tiene que ver con los límites al crecimiento, y eso es mortal porque nuestra situación, nos pongamos como nos pongamos, es la que es.
Las leyes de la naturaleza, de la física, de la química, de la dinámica de los seres vivos, son las que son, no vamos a cambiarlas, por grandes que sean nuestras ilusiones a ese respecto, y el conflicto esencial que se plantea, que estaba en ese debate de los años 60 y 70, es el choque de las sociedades industriales contra los límites biofísicos del planeta, que se ha ido agravando y agudizando cada vez más.
Si usamos la herramienta efectiva de la huella ecológica, hacia 1980, fue cuando ésta superó la biocapacidad del planeta para seguir creciendo después. Según los investigadores, ahora estamos en el 150% de la capacidad del planeta. Y esa situación no durará demasiado, porque estamos, como se dice a veces, consumiendo el capital, no los intereses, empleando en este caso la habitual metáfora financiera. Estamos sobreexplotando los recursos y las capacidades de absorción de contaminación, de una forma que es insostenible. Parece que consumimos el planeta como si no hubiera un mañana.
Calentamiento global y cambio climático
Respecto al calentamiento global y cambio climático, la opinión de Riechmann es clara. En su opinión, “El síntoma se llama calentamiento climático, pero la enfermedad se llama capitalismo ”. Así se titula un epígrafe del ensayo donde se hace referencia al rotundo fracaso de la cumbre de Copenhague en 2009, una cumbre donde se aspiraba a lograr un acuerdo global de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, que sustituyese al Protocolo de Kioto.
Ahora estamos a la espera de que los actores que asistieron a la Conferencia COP21 en París sobre el Cambio Climático se pongan a la tarea. Parece que los límites son absolutamente incompatibles con el capitalismo salvaje.
La historia de las infidelidades y de los incumplimientos de los mandatarios a las decisiones de las diferentes COP (Conferencia de los Países implicados en el cambio climático) es extensa y vergonzosa.
Para Riechmann, hacia 1980 fue cuando ganaron las elecciones generales Margaret Thatcher en Gran Bretaña y posteriormente Ronald Reagan en EE.UU. Ahí tenemos que fijar el desplazamiento del mundo hacia una derecha conservadora, que ha sido hegemónica desde entonces, y que ha resultado letal en lo que se refiere a las cuestiones económico sociales. Hacia 1980 se puso en marcha el proceso de desregulación financiera y comercial.
Hasta entonces, las economías, el crecimiento del capital y de los activos financieros iban acompasados al crecimiento de lo que llamamos economía real, pero a partir de ahí se rompió el equilibrio, todo se abrió en forma de tijera y lo financiero comenzó a crecer de manera metastásica y a dominarlo todo. Es ahí donde nos encontramos ahora. Esa es la situación. Si no somos capaces de romper con esa clase de políticas y con las culturas que las acompañan, lo tenemos realmente difícil.
Según Riechmann, debe ser la educación la palanca que pueda mover la pesada piedra de la inercia cultural. Para el autor de Autoconstrucción se habla mucho de ecología. En ciertos ámbitos está muy de moda, se ha superficializado incluso, pero la verdadera conciencia ecológica no ha llegado a la gente.
“El título del libro, Autoconstrucción, que en griego podríamos decir paideia, educación en un sentido amplio, es una llamada a que no entendamos la educación sólo como el aprendizaje que se imparte en las escuelas, los institutos y luego en las universidades. Los contextos educativos son los contextos sociales generales, y yo creo que la manera de autoconstrucción, de autoformación, de educación, de paideia más importante para todo lo que estamos hablando, sin menospreciar la educación ambiental en sentido estricto y formal, es la que se da en los movimientos sociales”.
En este sentido, – prosigue Riechmann – es ahí donde la gente se autoorganiza para actuar y, mientras lo hace, aprende en el recorrido. Lo que sucede es que, mientras en los años 70 y 80 esa clase de procesos iban hacia adelante, pese a todas las dificultades, desde entonces, parecen no avanzar porque hay muchos intereses y mucha desinformación en el camino. Y, por otro lado, de manera contradictoria, la gente está como saturada y harta de que le hablen de ecología.
Ese fenómeno también lo recojo en algún momento del libro. Hay hasta un término que han acuñado los sociólogos, la ecofatiga, para describirlo. Efectivamente, hay mucha cháchara, mucho marketing verde, mucha propaganda, mucho uso de imágenes, estilemas, apropiación de contenidos.
Ahora la Unión Europea está hablando de economía circular. Se utilizan conceptos que vienen del movimiento ecologista y que han sido apropiados, transformados en otra cosa. Sustentabilidad o sostenibilidad, por ejemplo, son nociones que vienen del mundo ecológico, pero cuando un presidente o un consejero delegado de una gran empresa habla de desarrollo sostenible, en el 99% de los casos está transformando en su contrario lo que inicialmente fue el sentido del término.
Todo eso lleva a una situación de muchísima confusión, en la cual la gente tiene muchas veces la impresión de que todo el tiempo se está hablando de ecología, de que se hacen cosas que están muy cerca de quienes pueden manejar palancas de poder. Hay muchísima propaganda, muchísima moda alrededor que lo desvirtúa todo. Se publican revistas que nos venden el concepto de la buena vida, pero que están llenas de anuncios a toda página de grandes empresas energéticas. Eso es lo que metaboliza como ecología la cultura dominante y resulta muy perjudicial, porque, por supuesto, no tiene nada que ver, está muy alejado de lo que debería ser, de lo que nos tocaría hacer.
El retorno a los derechos humanos
Para Riechmann en su sugerente ensayo Autoconstrucción, la crisis ha abierto ventanas de transparencia, ha hecho que volvamos la vista hacia los derechos humanos. El derecho al trabajo, al techo, a la salud y la educación, está en la primera línea de las reivindicaciones, pero en lo que respecta a las amenazas del planeta pensamos que habrá tiempo, que no es la prioridad.
Parece que eso es comprensible en un país como éste por la quiebra que se ha producido, por el nivel de desempleo tan elevado que tenemos. Hemos ido aguantando por los distintos colchones sociales que han amortiguado la caída, pero el hambre y la desnutrición han vuelto a aparecer. El error es no ver como todas esas cuestiones están conectadas con las preocupaciones ecológicas.
Pensar, como han formulado también en ocasiones amigos y compañeros, que lo que toca ahora es dar de comer a la gente y aplazar lo otro, que ya vendrá el tiempo de resolverlo, es un error. Somos ecodependientes e interdependientes. No se puede organizar una economía viable sin tener en cuenta las amenazas ecológicas en las que ya estamos y que todavía van a agudizarse mucho más. Y eso no es algo optativo. Lo vamos a aprender por las buenas o por las malas.
Estamos ya en tiempos de descenso energético. Las sociedades industriales se han desarrollado de forma explosiva gracias a un chute de combustibles fósiles y lo que tenemos ahora es un capitalismo fosilista, adjetivo que no deberíamos olvidar. Sin ese chute de energía, de esa bioenergía acumulada durante cientos de millones de años en forma de carbón, petróleo, gas natural, que nosotros nos hemos puesto a sobre consumir de manera bastante inconsciente e irresponsable en estos dos siglos últimos, el mundo no sería como es y nuestras sociedades no se hubieran deformado tanto en ciertas dimensiones como lo han hecho hasta ahora.
Sea como fuere, esta es la historia de nuestros dos últimos siglos y eso se acaba. No va a seguir existiendo la posibilidad de sobreconsumo energético que ahora tenemos y que nos sigue pareciendo normal. Sabemos por distintos estudios e investigaciones que para funcionar con economías viables y con cierta justicia global, es decir, en un mundo relativamente igualitario, sin esa quiebra brutal entre Norte y Sur, mirando a los más desfavorecidos del planeta, los países enriquecidos, incluyendo al nuestro, que, pese a la situación actual, globalmente sigue formando parte de ese norte enriquecido, tenemos que reducir el uso de energía y materiales en nueve décimas partes.
¿De qué manera se hace eso? Pues hay cosas que se pueden hacer sin perturbar tanto el orden existente, pero todos los cambios importantes suponen un choque frontal contra el funcionamiento de las estructuras actuales. Uno puede organizar una economía que satisfaga adecuadamente las necesidades humanas de esa enorme población que somos ahora, de más de 7.200 millones de personas, con las reducciones de energía y materiales necesarias, con los consiguientes impactos asociados, pero eso no puede ser una economía capitalista, de crecimiento constante y de generación continua de supuestas nuevas necesidades. Tiene que ser otra cosa.
Construyendo castillos de esperanza
Para Riechmann, todavía hay esperanza. Todavía existe humanidad. Todavía es posible construir alternativas, proyectos de cooperación, de participación. Urge volver a recuperar conceptos como solidaridad, tan desprestigiados en las sociedades del lucro, esa es la idea con la que nos quedamos tras recorrer las páginas, las conclusiones, el compendio de lecturas al que nos acerca Jorge Riechmann en Autoconstrucción.
Nos presenta, por ejemplo, la idea de Joaquim Sempere de construir espacios, sociedades más resistentes a los peligros que nos amenazan, y que el sociólogo denomina municipios en transición. Una experiencia a la que habrá que llegar tras entablar un combate cultural que someta a crítica el presente. Nos acerca a las teorías del decrecimiento que preconizan estilos de vida más frugales, que nos pueden seducir con la posibilidad de vidas más sencillas y locales.
¿Cómo convencernos de que el decrecimiento no implica menos bienestar, ni, por supuesto, menos felicidad? ¿Cómo recuperar el buen sentido de la palabra austeridad que tanto han desfigurado los neoliberales? ¿Queremos de verdad cambiar, autoconstruirnos? Son algunas de las preguntas que plantea el recorrido que nos propone Riechmann, un recorrido que nos induce a reflexionar, a luchar con nuestras propias contradicciones, resistencias e inconsistencias. He ahí su gran valor.
¿Podemos controlar la megamáquina capitalista, se pregunta el autor. “Si no podemos hacerlo, ¿se sigue de ello un retirarse a esperar la catástrofe, hacia la que avanzamos a toda velocidad? Por una parte, está la vieja posibilidad de poner palos en las ruedas, actualizada como echar arena entre los engranajes primero, y más recientemente como desconfigurar conexiones entre los circuitos (…) Por otra parte, subsiste la orientación general de fracasar mejor. El derrumbe de la Megamáquina será, lo sabemos, una espantosa tragedia: cabe trabajar por reducir en lo posible la inconcebible masa de sufrimiento, tanto el humano como el de las demás criaturas”, argumenta Riechmann, quien habla de comenzar ya a construir más botes salvavidas y a organizar las formas de cooperación solidaria que pueden reducir los costes del naufragio”.
Catastrofismo, dirán algunos. Simplemente realismo, pensamos otros. Un realismo que nos lleva a visualizar en episodios de ciencia ficción cada vez más cercanos.
“Nos pierde / la codicia de los menos / la cobardía de los más / la irracionalidad de todos / falta lenguaje / falta decir / del horror que viene / Pero tú ya lo sabes: donde termina el reino de la mercancía / comienza la vida…”
Lo dice Riechmann de otro modo, a través de estos versos de su libro Poemas lisiados . El lenguaje de la poesía, La poesía, sí, capaz de tocar lo invisible, lo oculto, lo callado. La poesía como ventana de lucidez.
Hasta aquí las propuestas de Jorge Reichmann. Pero será necesario dar un paso más: ¿qué papel pueden jugar las tradiciones religiosas en la construcción de este imaginario social que rema contra la corriente consumista?
La biodiversidad y el factor humano
Tal vez pueda darnos un poco de luz este otro ensayo. Con el título Pérdida de biodiversidad y de sociodiversidad (publicado en la revista digital ligada a los jesuitas, “Entreparentesis” el Viernes, 04 Diciembre 2015), el profesor Juan Antonio Senent (Universidad Loyola-Andalucía) aborda la concepción más allá de la biología de la biodiversidad.
En su opinión, aludiendo a un artículo anterior, “el totalitarismo de la vía única” como fenómeno típicamente moderno, es la lógica cultural en la que se desplegaban las luchas desde Occidente (y de quienes lo reproducen) en los últimos siglos, entendiendo esto como el proyecto de alcanzar el sometimiento total de aquello que se combate.
Estas luchas son contra la naturaleza y su diversidad, contra otros pueblos y sus modos de vida económicos y políticos, sus técnicas y saberes tradicionales, contra las/sus religiones en lo que tienen camino humano atrasado e irracional en el marco de su superación por el progreso de la razón y la ciencia moderna.
En su opinión, el progreso técnico se presenta como un más allá de las culturas y se impone como si fuera a su vez fruto de la única racionalidad posible, sin ser un modo cultural e históricamente determinado de desarrollar la viabilidad de la actividad humana en el medio natural y social, y por tanto, revisable y criticable como cualquier mediación humana.
Por ello se presenta como la única vía posible. Nos encontramos así ante un nuevo dogmatismo, que no está sujeto a la corrección desde las propias comunidades ni a evaluar su corrección ante y desde los pueblos que más sufren sus consecuencias en forma de desastres sociales y naturales.
Y continúa: el progreso de la técnica moderna, en este mismo sentido, vehicula un proyecto autocentrado de desplazar y aniquilar lo “inútil”, conforme a los deseos de maximizar la producción despreciando todo vestigio de lo originario de las especies o razas “no productivas” en cuanto locales, tradicionales o simplemente naturales. Por ello, todo aparece como un mero “recurso” desprovisto de valor intrínseco y por consiguiente, que no merece ningún respeto o que no genera un límite normativo a nuestra actividad humana. Desde los “recursos naturales” a los “recursos humanos”.
Los derechos humanos y de la naturaleza
Para el profesor Senent, el respeto de los derechos humanos de las personas y el respeto de la naturaleza en cuanto fuente también de deberes para la humanidad choca continuamente con esta lógica cultural reductora y cosificadora, porque son “palos” en la rueda del progreso de actividad racional moderna.
Los derechos humanos y de la naturaleza, en la última versión moderna de la era neoliberal son “distorsiones del mercado”, entendido este mercado en el sentido que cobra en el liberalismo, como único, mundial y capitalista que implica tendencialmente un mundo sin diversidad biológica y cultural en un sentido fuerte. La única diversidad cultural que tolera es la estética en cuanto forma de mercantilización de las culturas tradicionales para ser introducidas en el circuito de recursos a consumir en el mercado global.
Tampoco se tolera la diversidad biológica que es reducida a curiosidad zoo-botánica o a información pertinente para la manipulación genética de nuevas variedades o de especies creadas “ex nihilo”, de la nada, por la pretendida omnipotencia de la técnica humana que no quiere reconocer ni pararse ante riesgos ni peligros de su propia técnica. Las especies y sus hábitats propios son destruidos, expoliados o llevados a los bancos de datos biológicos, como antes se llevaban las culturas que están llamadas/obligadas a desaparecer a los registros etnográficos y museísticos de las culturas muertas.
Por ello, – continúa – puede fácilmente comprenderse por qué los campos de la agroindustria moderna son campos de batalla contra las plagas, las “malas hierbas”, las variedades o especies vegetales o animales “menos” productivas aunque adaptadas al territorio durante siglos, contra los pueblos tradicionales que los habitan y sostienen y en los que se sostienen.
El tiempo como respeto al ritmo propio de la naturaleza, sus ciclos y de la reproducción sostenible del medio natural desaparece. Es el “tiempo cero” de la naturaleza, de cultura y de la sociedad. Por eso se rompe también la interdependencia tanto con las generaciones anteriores de las que no se recibe nada valioso ni respetable, ni con las generaciones futuras, pues no hay obligación para quien se considera desvinculado de los otros, antepasados, presentes o por venir.
La técnica moderna se presenta así como superación del tiempo natural, del tiempo social y cultural. Por eso tiene una cara oculta (cada vez más visible) tan devastadora para la sostenibilidad de la vida en el planeta en un contexto de aparente abundancia y de poderío sobre la naturaleza, aunque esa abundancia sea insostenible y socave la reproducción de la diversidad de la vida humana y no humana.
En este contexto, -argumenta el profesor Senent- no puede extrañarnos que los territorios más modernizados sean de menor biodiversidad, y que los territorios ancestrales de los pueblos tradicionales u originarios contengan una mayor biodiversidad. Pero estos territorios están amenazados por los proyectos de modernización en la explotación de sus “recursos naturales”, bien por las propias empresas o bien por los Estados nacionales que disponen de esos recursos de los pueblos tradicionales en aras del “desarrollo social”.
Biodiversidad y energías renovables
Cuando se debate ahora en París en la Cumbre del Clima para alcanzar un acuerdo mundial contra el cambio climático, hay que revisar y cambiar no sólo el modelo de producción de energías no renovables y ser sustituidas por energías renovables. Eso ya sería un logro para los próximos años.
Pero el combate contra el cambio climático, no puede olvidar que una de las fuentes del cambio climático es tanto la agricultura industrial como la ganadería industrial. Por ello, exige también un cambio de lógica cultural, lo que supone un respeto y valorización de las formas tradicionales de producción.
Como señaló Jacques Diouf, el anterior Director de la FAO, la agricultura tradicional es la que aun hoy, en mayor medida, y de forma más sostenible, satisface las necesidades alimentarias de la población mundial. Pero a su vez, supone también el desafío de la recreación postmoderna por introducir en los países modernizados otras lógicas productivas, de consumo y de relación con la naturaleza, como se postula, por ejemplo, desde la agroecología.
Para Senent, la lucha por la sostenibilidad del mundo, es pues una lucha también por la diversidad, y por la reconfiguración cultural y espiritual de nuestra relación con la naturaleza. El cuidado del medioambiente desde la ecología política y la ecología social van de la mano; porque los desórdenes ecológicos introducidos en los últimos siglos de modernización están produciendo también pobreza y exclusión social. No hay justicia social sin justicia medioambiental.
Y concluye que estas necesitan, como si fueran sus hermanas, de la ecología cultural y la ecología religiosa; pues la correcta interacción desde la pluralidad de culturas es necesaria para enfrentar los retos ecológicos y de inclusión social que genera el desarrollo moderno, y la riqueza religiosa de la humanidad puede proveer de fuentes para la transformación espiritual de nuestras relaciones con la naturaleza y con los otros.
Así pues, se pueden imbricar y se necesitan mutuamente en la lucha por hacer reproducibles, plural y convivencialmente nuestros mundos, y no sólo para satisfacer nuestras necesidades materiales, sino también espirituales.
“El capitalismo será derrotado por la Tierra”
El ecoteólogo Leonardo Boff es una figura reconocida en la defensa desde las tradiciones religiosas de otro modelo de sociedad y de una nueva conciencia planetaria. En una artículo titulado “El capitalismo será derrotado por la Tierra ” (4 de diciembre de 2015), reconoce que “hay un hecho indiscutible y desolador: el capitalismo como modo de producción y su ideología política, el neoliberalismo, se han sedimentado globalmente de forma tan consistente que parecen hacer inviable cualquier alternativa real.
De hecho, ha ocupado todos los espacios y alineado casi todos los países a sus intereses globales. Desde que la sociedad pasó a ser de mercado y todo se volvió oportunidad de ganancia, hasta las cosas más sagradas como los órganos humanos, el agua y la capacidad de polinización de las flores, los estados, en su mayoría, se ven obligados a gestionar la macroeconomía globalmente integrada y mucho menos a servir al bien común de su pueblo”.
Desde el punto de vista de Boff, el socialismo democrático en su versión avanzada de eco-socialismo es una opción teórica importante, pero con poca base social mundial de implementación. La tesis de Rosa Luxemburgo en su libro Reforma o Revolución de que «la teoría del colapso capitalista está en el corazón del socialismo científico» no se ha hecho realidad. Y el socialismo se ha derrumbado.
En su opinión, la furia de la acumulación capitalista ha alcanzado los niveles más altos de su historia. Prácticamente el 1% de la población rica mundial controla cerca del 90% de toda la riqueza. 85 opulentos, según la seria ONG Oxfam Intermón, tenían en 2014 el mismo dinero que 3,5 mil millones de pobres en el mundo. El grado de irracionalidad y también de inhumanidad habla por sí mismos. Vivimos tiempos de barbarie explícita.
¿Vencerá la Tierra al capital?
La opinión de Boff podría parecer una versión actualizada de las tesis (fallidas por el momento) de Marx según las cuales el sistema capitalista lleva dentro de sus entrañas el germen de su autodestrucción. Para Boff, las crisis coyunturales del sistema ocurrían hasta ahora en las economías periféricas, pero a partir de la crisis de 2007/2008 la crisis explotó en el corazón de los países centrales, en Estados Unidos y Europa.
Todo parece indicar que esta no es una crisis coyuntural, siempre superable, sino que esta vez se trata de una crisis sistémica, que pone fin a la capacidad de reproducción del capitalismo. Las salidas que encuentran los países que hegemonizan el proceso global son siempre de la misma naturaleza: más de lo mismo. O sea, continuar con la explotación ilimitada de bienes y servicios naturales, orientándose por una medida claramente material (y materialista) como es el PIB. Y ay de aquellos países cuyo PIB disminuye.
Este crecimiento empeora aún más el estado de la Tierra. El precio de los intentos de reproducción del sistema es lo que sus corifeos llaman «externalidades» (lo que no entra en la contabilidad de los negocios). Estas son principalmente dos: una injusticia social degradante con altos niveles de desempleo y creciente desigualdad; y una amenazadora injusticia ecológica con la degradación de ecosistemas completos, erosión de la biodiversidad (con la desaparición de entre 30-100 mil especies de seres vivos cada año, según datos del biólogo E. Wilson), el calentamiento global creciente, la escasez de agua potable y la insostenibilidad general del sistema-vida y del sistema-Tierra.
Estos dos aspectos están poniendo de rodillas al sistema capitalista. Si quisiese universalizar el bienestar que ofrece a los países ricos, necesitaríamos por lo menos tres Tierras iguales a la que tenemos, lo que evidentemente es imposible. El nivel de explotación de las «bondades de la naturaleza», como llaman los andinos a los bienes y servicios naturales, es tal que en septiembre de este año ocurrió «el día de la sobrecarga de la Tierra» (the Earth overshoot Day ).
En otras palabras, la Tierra ya no tiene la capacidad, por sí misma, para satisfacer las demandas humanas. Necesita año y medio para reemplazar lo que se le quita en un año. Se ha vuelto peligrosamente insostenible. O refrenamos la voracidad de acumulación de riqueza, para permitir que ella descanse y se rehaga, o debemos prepararnos para lo peor.
Como se trata de un super-Ente vivo (Gaia), limitado, con escasez de bienes y servicios y ahora enfermo, pero combinando siempre todos los factores que garantizan las bases físicas, químicas y ecológicas para la reproducción de la vida, este proceso de degradación desmesurada puede generar un colapso ecológico-social de proporciones dantescas.
La consecuencia sería – según Boff – que la Tierra derrotaría definitivamente al sistema del capital, incapaz de reproducirse con su cultura materialista de consumo ilimitado e individualista. Lo que no hemos conseguido históricamente por procesos alternativos (era el propósito del socialismo), lo conseguirían la naturaleza y la Tierra.
Esta, en realidad, se libraría de una célula cancerígena que amenaza con metástasis en todo el organismo de Gaia. Entretanto, nuestra tarea está dentro del sistema, ampliando las brechas, explorando todas sus contradicciones para garantizar especialmente a los más humildes de la Tierra lo esencial para su subsistencia: alimentación, trabajo, vivienda, educación, servicios básicos y un poco de tiempo libre. Es lo que se está haciendo en Brasil y en muchos otros países. Del mal sacar el mínimo necesario para la continuidad de la vida y de la civilización. Y, además, rezar y prepararse para lo peor, concluye Boff.
El movimiento Global Católico por el Cambio Climático
Más de 40.000 personas de más de 150 países y de multitud de movimientos sociales han estado en París. Entre estos movimientos sociales estaban presentes los movimientos ligados a muchas tradiciones religiosas.
Uno de estos movimientos es la Global Catholic Climate Movement (GCCM), El movimiento Global Católico por el Cambio Climático. Estaba constituido por una coalición de 200 organizaciones católicas que tratan de concienciar y actuar contra los daños que el calentamiento global y la degradación ambiental están produciendo ya en los lugares más pobres del planeta.
Para estos, el reto es global y la Iglesia, si quiere ser fiel a su identidad católica (es decir, universal), no puede más que responder de forma global, aunque muchos de los pasos que haya que dar luego sean necesariamente locales.
Según manifestaron, “pidamos por esta iniciativa y por tantas otras que estos días, en el marco de la #COP21, tratan de ofrecer respuestas a las complejas y urgentes cuestiones que enfrenta nuestro mundo, la «casa común», la única que tenemos”. Más datos son accesibles a través de las redes sociales (#LaudatoSi #ods #sdg #Change4Planet #gccm #amdg).
Como conclusión podemos afirmar que después de la Conferencia COP21 en París es posible la esperanza. Numerosos grupos de la sociedad civil, entre los que se encuentran grupos ligados a tradiciones culturales religiosas, están creando redes cada vez más tupidas que parecen apuntar hacia la posibilidad de construir juntos una humanidad más justa, más equitativa y ecológica. Tal vez el camino sea lento y con frecuencia erizado de obstáculos. Pero siempre es posible superar los baches y seguir adelante.
Leandro Sequeiros San Román, Catedrático de Paleontología y Coeditor de Tendencias21 de las Religiones.
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