La necesidad de dividir y de establecer líneas de separación es una necesidad racional. La epistemología es establecer una distinción (Keeney, 1983) y gracias a esa distinción adquirimos conocimiento y desarrollamos la tecnología. Pero ésa no deja de ser una división artificial por necesidades racionales.
Nos olvidamos de cuál es la razón de esa elección y nos preguntamos entonces dónde establecer la línea que divide la vida de la no-vida o la consciencia de la no-consciencia; pero ése es un planteamiento falso, un problema que nos creamos donde no existe tal problema. La realidad no está dividida, es un continuo. Esa división epistemológica es, entonces, un ‘truco’ racional que nos permite conocer las partes y, eventualmente, desarrollar la tecnología aplicando ese conocimiento. Pero llegamos a creernos que el ‘truco’ es la realidad y entonces la contemplamos como si toda ella estuviera ‘trucada’.
Si dejamos la mente aparte y nos fijamos en nuestra recepción emocional-sensorial de la vida, no existe la necesidad de esas preguntas y esas delimitaciones. El corazón nos da una no-respuesta que es, en realidad, una respuesta, pero no una respuesta al estilo racional sino una respuesta emocional (subjetiva) que no obstante deja sin sentido la búsqueda de respuesta racional. Por ello la respuesta racional ‘objetiva’ que obtenemos en esa situación es, al ser también subjetiva, todavía más objetiva.
Introducción
Para entrar en materia tengo antes que referirme a un estudio previo en el que describo el desarrollo humano mediante una espiral matemática en un marco dodecanario. Una referencia a ese estudio ha aparecido en un artículo anterior publicado por Tendencias21.
En esta disposición se muestra, por ejemplo, que la paradoja se puede configurar como un diámetro, que fases semejantes del desarrollo (biológico incluso: gestación, pubertad y menopausia) forman un triángulo equilátero, y que las estructuras que configuran la personalidad humana son cuadriláteros o cruces. La conciencia estaría representada, entonces, por el dodecanario que engloba a todas las estructuras posibles.
Lo que aquí voy a destacar de ese estudio es que la formulación ‘científica’ del mismo no se apoya en la base material de la consciencia o en la información previa que existe en, o es, según algunos, la naturaleza del universo. Esta formulación se circunscribe al propio marco de desarrollo humano, a la información que existe por sí misma en ese proceso. No depende de otras consideraciones, no se apoya en la naturaleza cuántica o en la neurológica para describir la consciencia, ni en la información previa que existe en el universo. Parte de la propia naturaleza del desarrollo humano y de su consciencia, tal como se expresa por sí misma, sin recurrir a fuentes ajenas.
Esto nos sitúa en una perspectiva diferente a la hora de considerar el tema del desarrollo y naturaleza de la consciencia. No reduce la consciencia ni a la materia ni a la información. La presenta tal cual es en su desarrollo y manifestación. Es el estudio del objeto tal como es y se nos presenta por sí mismo, sin necesidad de apoyarse en elementos (la materia, el cerebro…) que no nos dicen nada realmente relevante sobre ella, sobre su naturaleza esencial.
Puede que algunos piensen que tampoco el estudio citado nos dice nada relevante sobre ‘la naturaleza última de la consciencia’. Pero esa búsqueda de la naturaleza última de las cosas es una preocupación racionalista. Es esta preocupación la que lleva a buscar una explicación, mecánica al fin y el cabo, del ‘origen de la consciencia’. Ya sea basándonos en la física cuántica o en la neurología del cerebro, esas explicaciones no dejan de ser de un mecanicismo reduccionista.
Lo que aquí se ha propuesto es una explicación diferente. Tan diferente como para considerar que la cuestión del origen último de la consciencia es irrelevante. Es un estudio empírico del propio proceso de desarrollo de la consciencia. Y como tal estudio empírico las cuestiones últimas carecen de sentido para el mismo. La propia presentación de la naturaleza del estudio adquiere relevancia por sí misma y nos sitúa en otra perspectiva sobre la cuestión que podrá suscitar preguntas; pero serán otras preguntas, no las mismas de siempre.
Ni desde las manifestaciones de la materia ni del cerebro, como origen último de una explicación de la consciencia, podemos entender o abarcar un nivel superior de complejidad, dado que ambas se manifiestan en un nivel de menor complejidad y pertenecen, por lo tanto, a un entendimiento o nivel epistemológico menos global. Las partes no pueden entender el todo, entonces no nos podemos apoyar en las partes para entender la naturaleza del todo, en este caso de la consciencia. Es lo que nos dice Keeney (1983) al afirmar que la epistemología cartesiano-newtoniana no puede entender “un paradigma alternativo” que trasciende sus limitaciones.
El racionalismo
Desde el racionalismo imperante, se considera que la consciencia es un ‘objeto’ ajeno a la atención científica (San Miguel, 2014, en Tendencias21). Como siempre se ha visto de esa manera nunca se ha intentado buscar una descripción que, respetando el hecho (el ‘objeto’) de la consciencia pudiera darnos una ‘medida’ de su desarrollo y de su naturaleza. Y si acaso se ha hecho ha sido para reducirla a un subproducto de la materia-energía; es decir, del cerebro.
En base a la descripción matemático-geométrica del desarrollo de la consciencia descrita en el artículo citado les invito a la reflexión diferente. Se trata de la posibilidad de que la evolución de la naturaleza propiamente humana, su consciencia, sea, como una manifestación más del universo, tan matematizable como el resto de los ‘objetos’ del mismo. Es decir, su naturaleza y crecimiento se puedan simbolizar con un método –la matemática y la geometría– que no es otra cosa que un sistema simbólico de representación de lo dado. Sea cual fuera el nivel de evolución de eso dado.
Pero en este empeño tenemos que respetar el hecho de la consciencia como algo no reductible a la materia-energía como pretende hacer todo estudio ‘científico’ de la misma. Entonces si tomamos el desarrollo del ser humano y de su consciencia como algo digno de estudio en sí mismo, con sus realidades y características, quizá podamos llegar a conclusiones sorprendentes como las que resultan de la Espiral Evolutiva.
No quiero con esto afirmar que este estudio sea la respuesta a la cuestión, que no haya otras, probablemente mejores. Lo que quiero señalar es que implica un cambio radical de actitud respecto a lo que se supone sería el tratamiento ‘científico’ de la naturaleza de lo humano y de su consciencia. La información tiene su propia estructura y naturaleza (Tendencias21). Quizá a la propia naturaleza humana y a su consciencia haya que tratarla como un proceso de información en sí mismo, no reductible a la materia.
Pero con ello no quiero decir tampoco que la consciencia sea reducible a ‘sólo’ información, como nos afirma Chalmers (2014). Sería lo mismo que decir que la vida es sólo materia. Afirmaciones, sigue San Miguel, todas ellas muy queridas por el materialismo, pero nada convincentes.
Así como la vida tiene cualidades y manifestaciones que la distinguen de la mera materia, así también la consciencia se distingue de la mera materia, de la mera vida y de la mera información. El hecho de que en la naturaleza del universo (materia-energía/información-forma) exista la posibilidad de generar la vida y la consciencia no nos permite afirmar que el universo ‘esté’ vivo o que el universo ‘tenga’ consciencia.
Pero ésta no es la cuestión que aquí se debate. El hecho de que la afirmación de que la vida es más que la mera materia y la consciencia más que la mera información no nos impide considerar que ambas puedan ser descritas con las mismas o semejantes estructuras matemático-geométricas con las que se describe el resto del universo. D’Arcy Thompson (1961) nos muestra cómo la vida puede ser descrita a través de formulaciones matemático-geométricas. ¿Por qué no había de ocurrir así con la manifestación y desarrollo de la consciencia, si es una formación más del universo?
Thompson nos muestra que la información matemático-geométrica está más allá de la naturaleza concreta de un ser vivo en particular. De la misma manera un estudio adecuado a otro nivel de desarrollo-manifestación de la realidad –es decir, el nivel de la consciencia– nos muestra, asimismo, que ese proceso tiene también su propia estructura y que es posible representarla matemática y geométricamente.
Por ejemplo la espiral es una forma frecuente en las galaxias del universo. También es una forma repetida en la configuración de muchos seres vivos, desde las conchas de ciertos moluscos hasta “…en la anatomía de diversos cuernos, pelambres, dientes, uñas y algunas plantas.” (espiral). Basta con introducir el término “espirales en la naturaleza” en un buscador de Internet para encontrar innumerables ejemplos.
Así, desde esta propuesta, podemos pensar de nosotros que ‘somos el universo’, pero no como una propuesta mística (aunque también lo sea) sino, como dice San Miguel (Tendencias21 ), como una propuesta científica. En el sentido de que podemos aplicar a nuestro propio estudio del desarrollo de la consciencia los mismos procesos de ‘medida’ que aplicamos al resto del universo.
Sólo hay que saber cómo aplicarlos. Y para ello hemos de trascender la limitada visión dualista (esa citada división epistemológica de la que habla Keeney (1983) que nos impide hacerlo. Hemos de recordar que ¡la división la establecimos nosotros! Y que podemos entonces ver, o volver a, la unidad original que hicimos objeto de esa división.
Una cosa es tener claro que hay un continuo entre la materia más simple y la consciencia más desarrollada y otra establecer líneas en donde se acaba una y empieza la otra. Ésa es una necesidad racional humana que forma parte de la naturaleza dual de su crecimiento.
La dualidad, y la racionalidad, su consecuencia, necesita establecer distinciones, categorías, diferencias. Sólo así se inicia el camino de comprensión de la realidad y su consecuencia, la tecnología. Pero intentar desde allí entender una realidad global que trasciende las divisiones establecidas anteriormente es tarea imposible. Para ello, como dice Keeney (1983), tenemos que cambiar de paradigma.
Energía-materia/información-forma
No voy a entrar en las discusiones acerca de la relación de la consciencia con la información que mantienen, por ejemplo, Chalmers, Searle y Dennett (San Miguel, 2014). Mi enfoque del tema es diferente, creo, y contempla la cuestión desde otra perspectiva.
Considero que el universo, la realidad, está formada por la polaridad energía-materia/información-forma. Energía y materia no forman exactamente una polaridad, puesto que la una puede ser reducida a, o transformada en, la otra. Tampoco ocurriría así con la información y la forma. La una puede ser reducida a la otra. La verdadera polaridad está entonces, entre la materia-energía por una parte y la forma-información por la otra. Ninguna de ambas manifestaciones de la realidad puede ser reducida a la otra. Entendamos estas afirmaciones como parte de un proceso de pensamiento polar.
En la pareja energía-materia la biología de los seres vivos no puede ser reducida a la simple materia. Haciendo un paralelismo, de la misma manera en la pareja información-forma la consciencia no puede ser reducida a la mera información. Por mucho que nos parezca que la vida y la consciencia se albergan en la energía-materia y en la información-forma respectivamente, estamos, al pensar así, aplicando a la cuestión un reduccionismo que nos ciega. Intentamos entender el todo según la percepción limitada de la parte.
Pero con esto sólo quiero manifestar mi posición filosófica al respecto para información del lector. Es decir, lo que ‘me dicta’ mi ‘temperamento’ o ‘estructura ideo-emocional ’. No es mi intención entrar en la discusión de cuál de las posturas es ‘correcta’. Considero que cualquier discusión racional sobre cuestiones de este tipo está viciada desde el principio. Al no tener en cuenta que el asunto sobre el que estamos discutiendo nos sitúa en posiciones polares –de pensamiento-sentimiento– que deben ser integradas y cuya respuesta está más allá de las posiciones mantenidas por los contendientes.
Es la misma discusión que suscita la cuestión de dónde debe ser situada la línea que separa la vida de la materia y la consciencia de la vida. Estas cuestiones parten de una definición sobre qué es la vida y qué es la consciencia. En función de lo que definamos decidimos donde está la línea que separa los objetos definidos. Pero éste es un planteamiento racionalista. La realidad no esta dividida por una línea.
Está bien hacer definiciones de las cosas, en eso consiste la epistemología, y de ahí deriva nuestro conocimiento racional y de ello la tecnología, bondades, al fin y al cabo, de nuestro desarrollo humano. Pero desatender que hemos establecido una definición sobre una línea continua (y cíclica) es olvidarnos de que es una definición racional nuestra, no un reflejo de la realidad continua.
Si aceptamos, pues, la idea de que la polaridad real en el universo es entre la materia-energía y la información-forma, hemos de pensar más allá de reduccionismos imposibles. De otra manera: cualquier manifestación de la realidad nace del concurso de ambas polaridades. No se puede decir, por lo tanto, que la vida o la consciencia sean ‘sólo’ materia, o sean ‘sólo’ información. O que la información sea la misma en el nivel de la materia, la vida o la consciencia. La información al combinarse con la materia de una manera sinérgica produce manifestaciones que no estaban ‘antes’ ni en la materia ni en la información por sí solas.
Pongamos un ejemplo sencillo. El agua es oxígeno e hidrógeno, pero ‘no es’ oxígeno e hidrógeno, pues es otra cosa: ¡agua! No se puede decir, por lo tanto, que el agua sea reducible sólo a oxígeno o por el contrario, que lo sea sólo a hidrógeno. No se puede reducir la información que porta el agua a la información que portan el oxígeno y/o el hidrógeno. Tampoco se puede decir lo mismo de la manifestación de hecho de la materia como elemento agua: no es reductible a la de sus componentes.
Ése es a mi parecer el error de la cuestión que se plantea en una polaridad paradojal. Este error o insuficiencia en la interpretación de la realidad puede ocurrir así si no tenemos clara la polaridad, si no tenemos claros los factores que conforman esa polaridad y si no tenemos claro que el resultado de toda polaridad está más allá de las partes que la forman.
La manifestación de la unidad paradojal que es toda polaridad siempre es otra cosa, ya sea en la materia, ya en la vida, ya en la consciencia. El todo es mayor que la suma de las partes. Si no tenemos esto en cuenta, entonces nuestro discurrir será confuso y mostrará una tendencia a destacar uno de los polos por encima del otro. En la manifestación-percepción-comprensión unitaria de una polaridad surge un factor nuevo que no pertenece ni a un polo ni al otro.
El objetivo de la ciencia
Como he dicho en otros artículos (por ejemplo en: “La paradoja de la subjetividad… ”) la ciencia tiene un papel primordial en el desarrollo del conocimiento. La ciencia, tal como la define el diccionario, es el “Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales.” (Diccionario de la Real Academia Española, 22ª Ed.).
También podemos tener en cuenta la definición de Ley científica : “Ley científica es una proposición científica en la que se afirma una relación constante entre dos o más variables o factores, cada una(o) de la(o)s cuales representa (al menos parcial e indirectamente) una propiedad o medición de sistemas concretos. También se define como regla y norma constantes e invariables de las cosas, surgida de su causa primera o de sus cualidades y condiciones. Por lo general se expresa matemáticamente o en lenguaje formalizado.”
Podemos ser fieles a este objetivo, pero no por ello dejarnos influir por visiones limitadas acerca de lo que puede alcanzar el conocimiento científico. Ello nos permite dar un salto epistemológico y contemplar la naturaleza de nuestro objetivo científico, la consciencia, desde una perspectiva acorde con su naturaleza compleja.
Nunca alcanzaremos a comprender la naturaleza de la consciencia si nos empeñamos en reducirla a patrones materiales, cuánticos o neurológicos, o a patrones de información limitada derivados de los anteriores. La propuesta que se plantea en este artículo y en el anterior citado, puede que no sea la respuesta que necesitamos, pero estimo que está más cerca de la naturaleza compleja de la conciencia que cualquier otro planteamiento que reduzca el significado, papel y naturaleza de la consciencia a elementos que se le subordinan.
Conclusiones
La naturaleza de la consciencia está más allá de cualquier planteamiento parcial que sobre ella nos hagamos. Está sobre todo más allá del planteamiento racional acostumbrado. Para entender la naturaleza de la conciencia tenemos que dar el salto que propongo en La paradoja de la subjetividad… Tenemos que integrar pensamiento y sentimiento, subjetivo y objetivo, conocimiento racional y conocimiento sensorial-emocional. Tenemos que trascender las limitadas percepciones parciales de tipo polar.
Llegados a este punto podemos acceder a una racionalidad más global. Una racionalidad que trascienda la consideración del objeto como algo limitado en lo material o en lo informativo. Podemos considerar al ‘objeto’, en este caso, como algo que trasciende al sujeto y al propio objeto. Este ‘objeto’ que incluye al sujeto sería, como en la física cuántica, ininterpretable desde la perspectiva reduccionista del pensamiento cartesiano-newtoniano.
Este tipo de racionalidad (que tiene en cuenta factores ‘no racionales’) es el que nos permitirá acceder a un nuevo paradigma más global. Podremos ver entonces la realidad a la manera binocular (Bateson citado por Keeney, 1983); es decir tridimensional, no solo plana. La visión actual de la ciencia es una visión plana, lineal. La visión tridimensional supone, en este caso, tener en cuenta la percepción de ambos hemisferios cerebrales. Con la visión binocular vemos la realidad material con volumen y perspectiva. Con la percepción ‘bi-hemisferoidal’ tendremos, asimismo, una visión más global de la conciencia que adquirirá ‘volumen’, frente a la visión plana sólo racional.
Esta visión es la que nos permite tener acceso a perspectivas completamente insólitas como la que se planteó en este estudio. Nos permite romper los lazos que nos atan a la tradicional visión dual que hemos heredado y en la cual nos han educado. Quizá sea un camino para buscar esa respuesta que espera Juan Pedro Núñez (Tendencias21) y “…que siempre permanece un metro más allá.”. Porque en realidad es una no-respuesta, en la medida en que es no-racional.
Una vez trascendida la división pensar-sentir y subjetivo-objetivo podremos volver a tener una mirada racional sobre la realidad. Pero esta mirada racional ya no será limitada y podrá, por lo tanto, ser capaz de ver estructuras a las que antes le era imposible acceder. La racionalidad, y con ella la ciencia, no tiene que ‘morir’, sólo tiene que transformarse. Como dice San Miguel en un artículo reciente.
A pesar de las matemáticas que describen este desarrollo de la consciencia, lo cierto es que la simbología y cosmovisión que se deriva de esta disposición nos induce intuitivamente a pensar en la consciencia desde una perspectiva diferente. Una perspectiva que esté más allá de los monos y las máquinas, como nos dice Juan Pedro Núñez en su artículo (Tendencias21).
Esta simbología y estructura produce la sensación, al menos a mí me lo hace, de una puerta maravillosa llena de promesas hacia eso desconocido que es la consciencia. Ese 1% que nos diferencia de los otros primates es, cualitativamente, mucho más que un uno por ciento, pues gracias a esa diferencia se produce el salto evolutivo, la gestalt más abarcadora, el emergente, la comprensión zen que hace que nuestra consciencia sea lo que es.
Bibliografía
Keeney, Bradford. P. (1983, ec. 1994). Estética del cambio. Ed. Paidós. Barcelona.
San Miguel, José Luis. (2014). La rebelión de la consciencia. Ed. Kairós. Barcelona.
Thompson, D’Arcy. (1961-2000, ec. 2003). Sobre el crecimiento y la forma. Ed. de John Tyler Bonner. Cambridge University Press. Madrid.
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