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El mundo es una proyección cerebral

El cerebro proyecta al mundo exterior lo que genera internamente y nos hace creer equivocadamente que todas esas cualidades secundarias tienen su origen “ahí afuera”. En realidad, quien ve, oye, huele, gusta y siente, es el cerebro. Los órganos de los sentidos son, en lo que a esto respecta, completamente neutrales. Luego no existe “un” mundo exterior, sino varios mundos que dependen cada uno del sujeto que percibe los diferentes estímulos que en él se encuentran. Por Francisco J. Rubia (*).

El mundo es una proyección cerebral

La neurociencia nos dice que las cualidades secundarias de los objetos son creaciones del cerebro. Esto significa que los colores, sonidos, olores, gustos y el frío y el calor no están en la realidad exterior, sino que son atribuciones que las distintas regiones de la corteza cerebral hace a los impulsos que llegan de los órganos de los sentidos.

Distintos tipos de energía inciden sobre los receptores que están localizados en los órganos de los sentidos y estos se encargan de traducir estos tipos de energía al único lenguaje que el cerebro entiende: los potenciales eléctricos, llamados potenciales de acción, que son iguales todos, procedan de la retina, del oído interno, de la mucosa olfativa, de las papilas gustativas o de la piel.
 
Así, por ejemplo, en la visión, las radiaciones electromagnéticas de una determinada longitud de onda inciden sobre los fotorreceptores de la retina que traducen este tipo de energía en energía eléctrica en forma de potenciales de acción. En la audición, son las ondas sonoras las que llegan al oído interno como energía mecánica, y es traducida igualmente a energía eléctrica en forma de potenciales de acción que no se distinguen de los potenciales de acción de la retina.

Hacemos colores y sabores
 
Esto no es nada nuevo. Demócrito, Galileo, Descartes, Hobbes y Locke ya lo habían dicho, pero sigue siendo algo “contraintuitivo”, es decir, que está en contra de lo que llamamos sentido común o intuición, por lo que nos cuesta trabajo comprenderlo y asumirlo.
 
El filósofo napolitano Giambattista Vico, en su libro La antiquísima sabiduría de los italianos, decía que “si los sentidos son facultades, viendo hacemos los colores de las cosas; degustándolas, sus sabores; oyéndolas, sus sonidos; y tocándolas, hacemos lo frío y lo caliente”.
 
Con otras palabras: el cerebro proyecta al mundo exterior lo que él internamente genera y nos hace creer equivocadamente que todas esas cualidades secundarias tienen su origen “ahí afuera”. En realidad, quien ve, oye, huele, gusta y siente es el cerebro. Los órganos de los sentidos son en ese sentido completamente neutrales.

Una respuesta especializada
 
De acuerdo con esto podemos responder a la pregunta que se hacían los discípulos del filósofo irlandés George Berkeley. Estos discutían sobre si se oiría algún ruido cuando caía un árbol en el bosque y nadie estuviera presente para oírlo. De acuerdo con lo dicho anteriormente, parece evidente que no se oiría ningún ruido precisamente porque no había nadie que lo oyese.
 
Rita Carter, periodista británica especializada en el cerebro humano, se pregunta por qué un estímulo determinado se percibe con regularidad como un sonido, mientras que otra clase de estímulo se percibe como un visión.

Responde que cada uno de los órganos de los sentidos está intrincadamente adaptado para hacerse cargo de su propio tipo de estímulo, y traduce estos tipos de estímulos a pulsos eléctricos. Todos estos pulsos son iguales y la corteza cerebral que se encarga de recibirlos está especializada en atribuir esas cualidades secundarias a los pulsos que recibe.

No existe un solo mundo
 
Existen animales que tienen la capacidad de captar energías que nosotros no podemos captar. Por ejemplo, las serpientes que tienen detectores para los rayos infrarrojos que les permiten detectar el calor de las presas. O el sistema de la línea lateral de los peces que pueden así detectar los movimientos y las presiones del agua circundante. O el sistema sonar de los murciélagos que les permite mediante la producción de sonidos de alta frecuencia registrar el eco de esos sonidos y de esa manera orientarse a ciegas en el espacio.

El “mundo exterior” de estos animales tiene que ser completamente distinto al nuestro. Luego no existe “un” mundo exterior, sino varios mundos que dependen cada uno del sujeto que percibe los diferentes estímulos que en él se encuentran.

El mundo es una proyección cerebral

Proyecciones cerebrales y figuras sobrenaturales
 
La cuestión que se plantea es que si el cerebro tiene dificultades en diferenciar lo que ocurre en lo que he llamado en otro lugar la primera realidad, o realidad cotidiana, ¿ocurre también lo mismo en la así llamada “segunda realidad” a la que se accede en las experiencias místicas, religiosas, numinosas, espirituales o de trascendencia?

Si así fuese, entonces los seres sobrenaturales que en estas experiencias se perciben serían asimismo generados en el propio cerebro y proyectados al exterior haciéndonos creer que están “ahí afuera”.
 
Y, sin embargo, seres sobrenaturales que se ven en los ensueños no se consideran “fuera”, sino dentro del cerebro. Hemos aprendido probablemente a lo largo de la historia que estas apariciones en los ensueños no son reales, aunque en la Antigüedad los dioses que aparecían en los ensueños eran considerados como si lo hiciesen en la realidad cotidiana. Los contenidos de los ensueños eran tenidos como mensajes divinos.
 
El ensueño se juzgaba como un vehículo para que los dioses expresasen su voluntad a los humanos. Aunque no se conoce que Aristóteles exprese esta opinión, sin embargo a partir de él se abrió paso la interpretación del origen divino de estos fenómenos, en la que se suponía que los humanos entraban en contacto con los seres sobrenaturales.
 
Para el filósofo estoico Posidonio, del siglo II a.C., el ser humano entra en contacto con los seres sobrenaturales en tres ocasiones: en el delirio profético, en el ensueño y en la muerte. Y Artemidoro, también del mismo siglo, en su Interpretación de los sueños, divide los sueños en provocados y divinos; estos últimos, como el nombre indica, de origen sobrenatural.
 
En Homero, las figuras que aparecen en los ensueños pueden ser o un dios, un espíritu, un mensajero o cualquier otra imagen. La aparición en los ensueños de un figura sobrenatural puede tener una misión profética, dar consejos o proferir alguna advertencia.
 
El estudioso irlandés de los clásicos Eric R. Dodds, en su libro The Greeks and the Irrational, explica que para conseguir que se produjera un ensueño “divino” se han practicado en muchas sociedades ciertas técnicas, como la soledad, la oración, el ayuno, la mortificación, etc., es decir las mismas que suelen utilizarse para entrar en lo que denomino “segunda realidad” o trance extático. Por eso es difícil entender que hoy consideremos los ensueños como productos cerebrales, pero sigamos juzgando las visiones obtenidas en los trances como productos de seres sobrenaturales.
 
Creo que ya es hora de que a fenómenos iguales o parecidos les adjudiquemos un origen similar o igual. No se entiende que las apariciones de seres sobrenaturales en las visiones de místicos o “iluminados” se entiendan como “reales” en el sentido normal de la palabra mientras las que tienen lugar en los ensueños no.

A fin de cuentas, lo que denomino “segunda realidad” es el resultado de la hiperactividad de estructuras del cerebro emocional. Y en los ensueños es precisamente el cerebro emocional el que está activo. Por tanto, es lógico pensar que las figuras sobrenaturales que aparecen en ambas visiones no sean otra cosa que proyecciones cerebrales.

(*) Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Edita el blog Neurociencias en Tendencias21.

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