Posiblemente, una adecuada comprensión de lo que Darwin quería decir y no lo que unas metáforas desafortunadas parecían indicar, hubiera servido para evitar los conflictos que en el siglo XIX enconaron las relaciones entre ciencia y religión. El lenguaje metafórico le jugó una mala pasada a Darwin, de la misma forma que le ocurrió posteriormente al biólogo Richard Dawkins con sus “genes egoístas”: los pudiera haber descrito igualmente como “genes eficaces en transmitirse”, aunque esto hubiera “vendido” mucho menos.
La psicología cognitiva ha descrito la importancia de las metáforas en el pensamiento humano, tal como ha estudiado Pinker. Un artículo del Dr. Juan Moreno Klemming en la revista digital e-VOLUCIÓN.pdf ahonda en estas metáforas peligrosas. Muchas veces pensamos con metáforas que nos ayudan a entender conceptos que serían mucho más difíciles de comprender sin ellas. Al utilizarlas evitamos sin embargo incorporar todo el bagaje de ideas incluidas en la metáfora, seleccionando una de ellas para explicar algún proceso o situación.
Metáforas como “curso de la historia”, “disolución de lazos históricos”, “raíz del mal” o “lucha de ideas” indican que la historia humana tiene una dirección, que los miembros de naciones o sociedades han tenido estrechas relaciones comerciales o culturales durante cierta etapa, que el mal tiene un sustrato profundo o que las ideas son contradictorias, no literalmente que la historia fluya por un cauce, que las sociedades estén físicamente atadas las unas a las otras, que el mal tenga raíces como una planta o que las ideas combatan entre sí como púgiles en un cuadrilátero.
En ciencia, metáforas como “corriente eléctrica”, “enlaces químicos” o “cadenas tróficas” han permitido a generaciones de estudiantes entender más fácilmente procesos en que literalmente nada corre, ni hay nada atado, ni hay eslabones físicamente unidos.
Connotaciones éticas de las metáforas
El problema es que muchas veces juzgamos los conceptos por las connotaciones éticas de ciertas metáforas que utilizamos para explicarlos. “Ascender socialmente” no es lo mismo que “trepar socialmente” aunque en ambos casos se sube en un imaginario espacio social en que el poder y el dinero se encuentran arriba. Al mencionar “trepar”, imaginamos a alguien utilizando ramas (o sea a otras personas) para subir a la cúspide, algo no necesariamente implicado en “ascender” que puede ocurrir en un ascensor sin pisar a nadie. Según la metáfora utilizada, el ascenso social puede ser considerado algo encomiable o despreciable.
Algunas connotaciones pueden ser sin embargo irrelevantes, o incluso ajenas al concepto a explicar. La dirección en un espacio físico del movimiento (arriba, abajo, lateralmente) no es crucial para el “ascenso social” sin una convención previa sobre que arriba es mejor que abajo en términos sociales, basada probablemente en que ascender significa luchar contra la fuerza de la gravedad y es por tanto algo costoso (los poderosos suelen construir sus residencias en lugares más elevados, reforzando así la metáfora).
Pero también las descripciones no metafóricas incorporan frecuentemente marcos de referencia con significados morales determinados. No significa lo mismo “abortar” que “interrumpir el embarazo”, “invadir” que “liberar”, “redistribuir ingresos” que “expropiar beneficios”, “nepotismo” que “ayuda a familiares”, etc., aunque se pueda describir un proceso concreto de cualquiera de ambas maneras (Lakoff y Johnson 1980). Un ejemplo de las connotaciones de ciertos términos descriptivos en ciencia es la diferencia entre “reduccionismo” y “holismo”. Mientras lo de “reducir” un problema a sus mínimas partes para explicarlo indefectiblemente se asocia con mezquindad y cortedad de miras, la aproximación basada en contemplar todos los aspectos a la vez en su totalidad holística sugiere generosidad y grandeza. Sin embargo es el enfoque “mezquino” el que ha hecho avanzar a la ciencia.
¿Es la palabra “evolución” una simple metáfora desafortunada?
El término “evolución” para describir los cambios en las propiedades de los seres vivos es un ejemplo de metáfora desafortunada. “Evolución” viene de desarrollarse, de modificarse temporalmente en un sentido predeterminado como hace el embrión o el germen de cualquier organismo para acabar en adulto.
Tanto es así que el término “desarrollo” y “evolución” en castellano son sinónimos, por lo que el término inglés “developmental psychology” es conocido en nuestro idioma como “psicología evolutiva” (es por lo que “evolutionary psychology” deber ser traducido como “psicología evolucionista”). Para los biólogos predarwinianos partidarios de la ortogénesis o de la escala natural, el término evolución venía a significar que el proceso de cambio de formas de vida tenía objetivos o fines prefijados igual que la forma adulta es el destino del desarrollo embrionario y juvenil.
Darwin apenas utilizó dicho término sino que habló de “descendencia con modificación”, pero muchos biólogos posteriores emplearon el término ya acuñado para describir un proceso que según la teoría de Darwin carecía de objetivo alguno. Los términos más sencillos “cambio” o “modificación” hubieran tenido menos connotaciones ajenas a su idea. Darwin también se acogió a varias metáforas peligrosas para la comprensión de su idea sobre el mecanismo evolutivo sin aparentemente darse demasiada cuenta de ello.
Darwin había estudiado en detalle cómo los criadores de ganado o los jardineros seleccionaban variedades de animales y plantas según sus propiedades. Por eso utilizó el término “selección natural” para describir el proceso por el que cambios ambientales favorecían unas u otras variedades de organismos dentro de una población natural.
Ineludiblemente condicionaba con ello al lector de su obra a pensar en algún agente consciente e intencionado que igual que el ganadero o agricultor seleccionaba de entre los individuos de una población aquellos que transmitirían sus propiedades a las siguientes generaciones. Sin embargo el concepto por él descrito no incorporaba intención ni designo alguno al proceso, lo que le distinguía claramente de la selección artificial de organismos practicada por los humanos desde los inicios de la agricultura, algo que le señaló su amigo Wallace.
Las peligrosas metáforas “selección” y “lucha por la existencia”
El término “selección” posee también connotaciones de discriminación de unos individuos con respecto a otros que sugiere algo contrario a nuestro igualitarismo congénito. Algo o alguien parecen estar discriminando sin dar oportunidades a todos por igual para triunfar en la vida. Si hubiera descrito el proceso como una lotería en que a algunos individuos les toca el primer premio de tener las propensiones genéticas adecuadas en el momento y lugar adecuado, nadie hubiera reaccionado como si la selección fuera injusta, pues el que participa en un juego como la lotería acepta sus reglas. Otra posibilidad hubiera sido comparar al proceso de reproducción diferencial con un concurso de méritos con un tribunal ecuánime, el ambiente físico, ecológico y social.
No lo arregló precisamente cuando se le ocurrió definir metafóricamente al proceso que discriminaba como la “lucha por la existencia”. Las connotaciones de agresión, combate o enfrentamiento representadas por el término “lucha” fueron consideradas negativamente por gran parte de los comentaristas desde la publicación de su libro por sus implicaciones éticas.
Mientras Marx se permitía utilizar el término “lucha de clases” para definir la evolución histórica y dicha lucha era considerada algo moralmente encomiable para imponer el igualitarismo social, la “lucha por la existencia” de Darwin fue considerada desde el principio por el propio Marx y gran parte de la izquierda como algo que sugería clasismo, aceptación de la injusticia y defensa de las clases dominantes. En dicha interpretación mezclaban la falacia naturalista y una interpretación moral del término “lucha” y “competencia” que ya he comentado en anteriores artículos. Darwin no daba ningún contenido ético al término “lucha” ni imaginaba que por definir algún proceso natural ello significaba que le daba el sello de aprobación moral.
Las peligrosas metáforas “supervivencia de los más aptos” y “adaptación”
De acuerdo con Moreno Klemming, a Darwin se le ocurrió en las últimas ediciones del “Orígen de las Especies por la Selección Natural” describir el proceso como “supervivencia de los más aptos. En esto siguió los consejos de Herbert Spencer, un lamarckista impenitente”. Este error implicó la posterior, permanente e intelectualmente inane acusación de que la teoría era una tautología.
Spencer había dado a su definición una concepción de “aptos por su propio esfuerzo”, no por una lotería genética, que era lo que Darwin sugería en su teoría. Así que por utilizar un concepto lamarckista, fue posteriormente criticado por comentaristas que interpretaban erróneamente como tautológico por sus connotaciones lamarckistas (aptitudes adquiridas en vida) una metáfora utilizada por Darwin para describir un proceso basado en aptitudes heredadas.
El término “adaptación” también contiene acepciones no deseadas para una teoría basada en variación aleatoria congénita. Para la mayoría de la gente, adaptarse significa lo que hacemos todos ante circunstancias cambiantes, modificar nuestros hábitos para capear el temporal (vaya, otra metáfora).
Pero la teoría de Darwin no pretende explicar la adaptación a su medio de los organismos como producto de un esfuerzo individual que se transmite, como las fortunas de los nuevos ricos, a sus descendientes, sino como consecuencia de cambios en la composición de las poblaciones en el transcurso de muchas generaciones. La adaptación es adquirida por poblaciones de organismos, y los individuos no juegan ningún papel en su adquisición excepto por su mayor o menor éxito reproductor.
Cuando se intenta explicar a alguna persona no muy versada en evolución el significado de la selección natural, se suelen quedar sólo con lo de adaptación tomada en su acepción normal de cambio de conductas individuales.
Cuando te quieres dar cuenta están explicando la teoría de Lamarck en lugar de la de Darwin. En realidad habría que describir el producto de la selección natural como adecuación paulatina de las poblaciones a los requerimientos ambientales por medio de la reproducción diferencial y de la herencia. Lo que está claro es que o se explica bien el término “adaptación” o los errores de interpretación están servidos.
El lamarckismo encubierto de Darwin
La teoría de Lamarck ha tenido generalmente muchos menos problemas de interpretación. Postulaba procesos ortogenéticos desde los organismos más primitivos que surgían por generación espontánea hasta los primates, algo que todo el mundo entiende sin que se lo expliquen (o sea que estamos en la cumbre, por debajo justo de los ángeles). Proponía la herencia de caracteres adquiridos en vida por uso y desuso.
Es conocimiento general que si vas al gimnasio a hacer pesas adquieres unos buenos músculos (uso), pero si te quedas en casa y dejas de hacer ejercicio terminas hecho un enclenque (desuso). Las respuestas al esfuerzo o a su ausencia se deben en realidad a procesos determinados genéticamente por selección previa, pero eso es más difícil de explicar. También se entiende muy bien que si alguien adquiere algo en vida por su propio esfuerzo, tiene todo el derecho del mundo a legárselo a sus herederos (herencia de caracteres adquiridos).
En verdad, la teoría de Lamarck es intuitivamente tan sencilla que su autor sólo tuvo que reunir unas cuantas ideas dispersas que todo el mundo consideraba obvias y darles un enfoque de cambio histórico. La originalidad de Lamarck no es tal, pues su teoría es un cúmulo de obviedades basadas en el sentido común (el sentido común que tanto suele errar en ciencia). La prueba de ello es que a cualquier persona que se le expliquen las bases del lamarckismo las entiende de inmediato, mientras la selección natural es sistemáticamente mal entendida por tirios y troyanos (vaya, otra metáfora).
El contraste entre la cantidad de malentendidos que afecta a la comprensión de la teoría de Darwin y la facilidad para asumir el transformismo lamarckista indica que la idea de la selección natural no es una perogrullada como algunos críticos afirman sino una idea que cuesta entender bien incluso a biólogos avezados. Ello nos lleva a imaginar cual hubiera sido la respuesta de los comentaristas y críticos de su obra si Darwin hubiera definido al proceso de la selección natural como “reproducción diferencial”, en que la modificación temporal de los seres vivos se debe a cambios en las propiedades de los individuos de una población más exitosos en dejar descendencia. La reproducción ha sido siempre bien considerada por la opinión general, y la fertilidad y fecundidad son algo apreciado y admirado en todas las sociedades.
¿Qué hubiera pasado si Darwin hubiera descrito el proceso por el que se producía reproducción diferencial “la obtención diferencial de recursos”? Obtener algo necesario para sobrevivir y reproducirte con éxito no implica en la acepción vulgar que tengas necesariamente que quitárselo a otro tras un combate. Trabajar no es otra cosa que obtener recursos para vivir y reproducirte y el trabajo ha sido siempre bien valorado. ¿Y si hubiera descrito la producción de variación con implicaciones sobre dicha obtención como una lotería en que a algunos les toca el primer premio pero no se discrimina a nadie de antemano? ¿Y si en lugar de emplear “supervivencia de los más aptos” hubiera preferido Darwin utilizar “supervivencia de individuos con mejores propensiones heredadas”?
Las metáforas ocultan la realidad en las relaciones darwinismo – religión
Probablemente nos hubiéramos ahorrado todos los debates sobre circularidad lógica de la teoría. El título de su obra podía haber sido “La inducción de cambio biológico por perpetuación diferencial de capacidades reproductoras heredadas, o la preservación de las variedades más exitosas en la obtención de recursos”. Todas las acusaciones moralistas desde cierto sector de la izquierda se convierten en absurdas si se describe la teoría de Darwin sin las clásicas metáforas sobre evolución, selección y lucha por la vida. Las descripciones de los procesos sin metáfora eliminan de un plumazo las negativas connotaciones éticas que la teoría ha tenido para la opinión general por aquello del “triunfo del más fuerte”. Probablemente los “darwinistas sociales” y militaristas de diverso pelaje (vaya, otra metáfora) se hubieran tenido que basar en teorías más afines para sustentar “científicamente” su ideología.
Posiblemente, una adecuada comprensión de lo que Darwin quería decir y no lo que unas metáforas desafortunadas parecían indicar, hubiera servido para evitar los conflictos que en el siglo XIX enconaron las relaciones entre ciencia y religión. El lenguaje metafórico le jugó una mala pasada a Darwin como le ocurrió posteriormente al biólogo Richard Dawkins con sus “genes egoístas” (los podía haber descrito igualmente como “genes eficaces en transmitirse”, aunque vende menos).
Sospecho que las verdaderas razones para aborrecer la teoría se basan en su falta de apoyo científico a la religión sobre infinita perfectibilidad de la especie humana de la que está imbuida cierta izquierda utópica, ya que no garantiza que se pueda modificar a la especie en la dirección “adecuada” ni que haya un destino inevitable de triunfo tecnológico y dominación del mundo que nos está esperando si nos dedicamos a ello con ahínco lamarckista.
Como señaló Jacques Monod en relación al rechazo por Engels del segundo principio de la termodinámica: “Porque le parecía atentar a la certidumbre de que el hombre y el pensamiento humano son los productos necesarios de una ascendencia cósmica, Engels negó formalmente el segundo principio”.
Es significativo que lo haga desde la introducción a la Dialéctica de la Naturaleza y que asocie directamente este tema a una predicción cosmológica apasionada por la que promete sino a la especie humana, al menos al “cerebro pensante”, un eterno retorno. Engels también negó, y con el mismo acierto, la selección natural.
Es la falta de apoyo científico de la teoría de Darwin a la necesidad de la aparición del pensamiento humano y de su ascensión hacia una utopía eterna predicada por la izquierda utópica (idea muy similar a la base del cristianismo), la que ha acarreado muchas críticas al darwinismo y ha motivado en parte el éxito de las aproximaciones del equilibrio intermitente (la selección es irrelevante), simbiogenéticas (cada vez hay más simbiosis hasta culminar en Gaia), lamarckistas (el esfuerzo y la voluntad de cambio determinan su dirección) y vitalistas-complejistas (hay un curioso y “complejo” proceso cósmico en marcha).
Aunque las críticas probablemente hubieran llovido en cualquier caso, su vulgarización y su fácil incorporación al pensamiento general hubieran resultado mucho más difíciles sin las inspiradoras pero malhadadas metáforas empleadas por Darwin. De lo que se deduce que si quieres evitar ser malinterpretado, debes seleccionar con exquisito cuidado las metáforas que empleas para hacer más comprensibles los conceptos. Cualquier posible connotación moral negativa hará mucho menos digeribles las ideas, por muy acertadas que sean.
Desde el punto de vista de las relaciones entre las ciencias y las religiones es de gran importancia tener en cuenta que los humanos nos comunicamos mediante metáforas. Y que el diálogo y el encuentro entre biología y religión sólo será posible desde esta perspectiva.
Leandro Sequeiros es Catedrático de Paleontología, Profesor en la Facultad de Teología de Granada y colaborador de la Cátedra CTR.
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