En un descubrimiento sorprendente que plantea cuestiones fundamentales sobre el comportamiento humano, investigadores de la University of Virginia School of Medicine (UVA, EEUU) han determinado que el sistema inmunológico afecta directamente -e incluso controla- el comportamiento social de los seres vivos, por ejemplo, su deseo de interactuar con los demás.
Por tanto, ¿podrían los problemas del sistema inmune contribuir a la incapacidad de tener interacciones sociales normales? La respuesta parece ser que sí, un hallazgo que podría tener grandes implicaciones para enfermedades neurológicas como los trastornos del espectro autista y la esquizofrenia.
«Se pensaba que el cerebro y el sistema inmune adaptativo estaban aislados el uno del otro; y cada actividad inmune del cerebro era percibida como signo de patología. Ahora, no sólo estamos demostrando que ambos interaccionan estrechamente, sino también que algunos de nuestros rasgos de comportamiento podrían haber evolucionado a causa de nuestra respuesta inmune a los patógenos», explica Jonathan Kipnis, director del Departamento de Neurociencia de la UVA, en un comunicado de dicha universidad.
«Es una locura, pero tal vez solo seamos los campos de batalla multicelulares de dos fuerzas antiguas: los patógenos y el sistema inmunológico. Parte de nuestra personalidad en realidad podría estar dictada por el sistema inmune», añade Kipnis.
La conexión cerebro-sistema inmune
En 2015, Kipnis y su equipo ya hicieron otro sorprendente descubrimiento: que el cerebro está conectado directamente al sistema inmunológico por unos vasos linfáticos cuya existencia, hasta ese momento, se desconocía; a pesar de que el sistema linfático (que contribuye de manera principal a formar y activar el sistema inmunitario) ya había sido mapeado a fondo en todo el cuerpo.
Como publicamos entonces en Tendencias21, este primer hallazgo ya adelantó que no es cierta la premisa de que el cerebro carece de una conexión directa con el sistema inmunológico, reflejada en todos los libros de texto.
Propagación y protección
El nuevo descubrimiento arroja luz sobre el funcionamiento del cerebro y su relación con el sistema inmune; incluso sobre la evolución misma.
¿Por qué razón? Pues porque la relación entre los humanos y los patógenos habría afectado directamente al desarrollo de nuestro comportamiento social, sugieren los investigadores.
Dicha relación entre humanos y patógenos nos habría llevado a implicarnos en interacciones sociales necesarias para la supervivencia de las especies; ya que el comportamiento social permite a los agentes patógenos propagarse, y, al mismo tiempo, habrían abierto vías para que nuestro sistema inmune nos proteja de las enfermedades que acompañan a dichas interacciones.
Una molécula aparece en la socialización
Los investigadores de la UVA han demostrado más concretamente que una molécula inmune específica llamada interferón gamma parece ser crítica para el comportamiento social; y que una variedad de criaturas, tales como las moscas, el pez cebra, los ratones y las ratas, activan respuestas de interferón gamma cuando son sociales.
Normalmente, esta molécula es producida por el sistema inmune en respuesta a bacterias, virus o parásitos. El bloqueo de la molécula en ratones mediante modificación genética hizo que regiones del cerebro se volvieran hiperactivas, causando que estos ratones se volvieran menos sociales.
La restauración de la molécula restauró la conectividad cerebral y el comportamiento de los animales volvió a la normalidad. En un documento con sus conclusiones, los investigadores señalan que esta molécula inmune jugaría un «papel profundo en el mantenimiento de una función social adecuada».
«Para cualquier organismo resulta extremadamente importante ser social; al igual que para la supervivencia de su propia especie: Es importante para la búsqueda de alimento, para la reproducción sexual, la recolección, la caza», explica Anthony J. Filiano, autor principal del estudio.
«La hipótesis es que, cuando los organismos socializan, tienen una mayor propensión a propagar infecciones. Así que hay que ser social, pero al serlo, también se tiene una mayor probabilidad de que se extiendan los patógenos. La idea es que, durante la evolución, el interferón gamma se ha utilizado como una forma eficaz tanto de impulsar el comportamiento social como de aumentar una respuesta anti-patógenos», sigue diciendo Filiano.
Implicaciones
Los investigadores señalan además que un sistema inmunológico que no funcione correctamente puede ser responsable de los «déficits sociales típicos de numerosos trastornos neurológicos y psiquiátricos».
Pero aún se requiere más investigación para determinar lo que esto podría significar exactamente para el autismo y otras condiciones específicas. Los investigadores creen que es poco probable que una sola molécula sea responsable de estas enfermedades o la clave para su cura, y que probablemente las causas sean mucho más complejas.
Sin embargo, el descubrimiento de que el sistema inmune -y, posiblemente, los gérmenes, por extensión- puedan controlar nuestras interacciones plantea muchas posibilidades de exploración interesantes, tanto en términos de lucha contra los trastornos neurológicos como de la comprensión de la conducta humana.
«Creo que los aspectos filosóficos de este trabajo son muy interesantes, aunque también tenga potencialmente implicaciones clínicas muy importantes», concluye Kipnis.
Referencia bibliográfica:
Anthony J. Filiano, Jonathan Kipnis, et al. Unexpected role of interferon-γ in regulating neuronal connectivity and social behaviour. Nature (2016). DOI: 10.1038/nature18626.
Hacer un comentario