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Identificada la región del cerebro que regula los hábitos

En el cerebro existe una región que cambia cuando adquirimos un hábito determinado, que vuelve a cambiar cuando este hábito se abandona, pero que rápidamente se reactiva cuando algún elemento nos recuerda la vieja costumbre abandonada. Dado que adquirir una rutina supone un esfuerzo considerable, el cerebro almacena en su memoria la “plantilla” del hábito, para reactivarla ante la más mínima señal. Estos patrones se desarrollan y establecen en el llamado ganglio basal, cuyas funciones son esenciales en la adquisición de los hábitos, las adicciones y los procesos de aprendizaje. Su descubrimiento ayudará al tratamiento de enfermedades como el Parkinson o las obsesiones. Por Marta Morales.

Identificada la región del cerebro que regula los hábitos

Los hábitos más arraigados en nuestras acciones jamás se eliminan del todo, señala un estudio realizado por el MIT. Eso explicaría, por ejemplo, que los ex fumadores no puedan, después de años de haber dejado el tabaco, volver a fumar ni siquiera un cigarro, porque enseguida recuperarían el antiguo hábito.

Los hábitos nos ayudan en la vida cotidiana, porque permiten que no tengamos que estar decidiendo cada uno de nuestros actos continuamente. Rutinas constantes quedan de esa manera delimitadas antes incluso de que nos pongamos manos a la obra, lo que nos hace ganar tiempo.

Los malos hábitos, sin embargo, también existen, y condicionan nuestro comportamiento y nuestra mente. La dificultad para deshacernos de ellos es mayúscula. Además, una vez que se pierden, quedan latentes dentro de nuestro cerebro, tal como explican los autores de esta investigación en un artículo que publica la revista Nature.

Según este estudio, dirigido por Ann Graybiel, investigadora del MIT, existe una región del cerebro específica que cambia cuando adquirimos un hábito determinado, que vuelve a cambiar cuando este hábito se abandona, pero que rápidamente se reactiva cuando algún elemento nos recuerda la vieja costumbre abandonada.

Adquirir una rutina supone un esfuerzo considerable para el cerebro, por lo que éste almacena en su memoria la “plantilla” del hábito, para reactivarla ante la más mínima señal. Ann Graybiel se dedica a investigar para el MIT los comportamientos vinculados al ganglio basal, así como la regulación de la segregación de dopamina del cerebro.

Actividad del ganglio basal

Es cuestión de los patrones que siguen las neuronas: cuando se aprende un nuevo hábito, la actividad de éstas se transforma, se vuelve a transformar cuando el hábito se deja voluntariamente y, finalmente, la actividad neuronal aprendida con los hábitos se recupera con suma facilidad, por lo que nunca se debe bajar la guardia.

Estos patrones se desarrollan y establecen en el llamado ganglio basal, una región del cerebro cuyas funciones son esenciales en la adquisición de los hábitos, las adicciones y los procesos de aprendizaje. Asimismo, esta región cerebral está implicada en el movimiento y control motor, y su disfunción puede provocar graves enfermedades, como el Parkinson, la enfermedad de Huntington, la parálisis supranuclear progresiva, una degeneración corticobasal, una atrofia multisistémica, la enfermedad de Wilson y la distonía (trastorno del movimiento corporal).

El funcionamiento del ganglio basal en lo que respecta a los hábitos ha sido estudiado por Graybrel en laboratorio con ratas que debían conseguir una chocolatina situada al final de un laberinto con forma de T. El experimento consistió en que las ratas aprendieran a asociar un determinado sonido con la situación de la recompensa comestible. Después, los investigadores cambiaron el entorno quitando la chocolatina, de manera que consiguieron acabar con el hábito. Finalmente, cuando volvieron a colocar la chocolatina en el mismo punto en que se encontraba al principio, los patrones neuronales creados por el hábito se restablecieron inmediatamente en el cerebro de las ratas.

Al empezar el experimento, cuando las ratas estaban aprendiendo a atravesar el laberinto, las neuronas se activaban, como si cada paso fuera importante. Según iban aprendiendo, por medio de señales sonoras que les indicaban que dirección seguir, qué recorrido debían hacer para alcanzar la chocolatina, las neuronas del ganglio basal aprendían también.

Una vez que las ratas podían reconocer a la perfección las señales sonoras, las neuronas implicadas en el proceso del recorrido se activaban notablemente al inicio y al final de éste, y se detenían cuando las ratas recorrían el ya conocido laberinto, como si el conocimiento se hubiese centrado únicamente en hallar la recompensa, una vez que el camino hasta ella ya había sido archivado en la memoria.

Comenzar y acabar

El siguiente paso del experimento fue quitar la chocolatina, por lo que las claves sonoras se volvieron absurdas. Este cambio hizo que cualquier detalle del laberinto pareciera de nuevo relevante, y las neuronas volvieron a ponerse en marcha durante el recorrido por éste. Las ratas de pronto dejaron de correr en busca de la chocolatina ahora inexistente, y el patrón adquirido de búsqueda desapareció de la actividad neuronal del cerebro. Pero tan pronto como los investigadores volvieron a poner la chocolatina, el patrón neuronal aprendido apareció de nuevo rápidamente.

De este experimento se infiere que los patrones aprendidos de un hábito quedan de alguna forma archivados en el cerebro, y que por lo tanto no pueden extinguirse del todo. La memoria parece retener no sólo la acción, sino también el contexto en que se desarrolla el hábito, ante cuya imagen los patrones neuronales se ponen en marcha de nuevo.

Graybiel señala que el comienzo y el final de los patrones neuronales que generan los hábitos reflejan la naturaleza del comportamiento rutinario: una vez que empezamos una acción habitual, seguimos con ella casi sin pensarlo, hasta que paramos. Estos comienzos y finales apuntan a ciertas enfermedades: a los enfermos de Parkinson les cuesta empezar a andar y la gente obsesivo-compulsiva tiene problemas para detener una actividad determinada. Este tipo de enfermedades puede ser mejor comprendida gracias a este experimento, así como las adicciones, de las que nunca se libra por completo nuestro cerebro.

Marta Morales

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