Keith Ward, teólogo de la Universidad de Oxford especializado en historia y filosofía de la religión, publicó recientemente un libro titulado “The big questions in science and religion” (Las grandes cuestiones de la ciencia y la religión), en el que se planteaba los puntos principales del diálogo actual entre el conocimiento científico y las creencias religiosas.
La revista The Global Spiral, del Instituto Metanexus, publicó hace unos meses un extracto de dicho libro, del que ya hablamos en Tendencias21. Ahora, en un segundo extracto aparecido también en The Global Spiral, Ward reflexiona sobre la posibilidad de saber, de alcanzar “conocimiento objetivo”, fuera del ámbito del método científico.
La fe en la ciencia
¿Es la ciencia el único camino hacia la verdad?, se pregunta el autor. Según él, existirían valores objetivos que sí pueden aprehenderse mediante la experiencia ordinaria. “No todas las creencias objetivas son creencias científicas. No todo puede ser públicamente verificado o del todo verificado”, escribe el teólogo.
De hecho, los mejores científicos se han dejado llevar por la pasión por la verdad, a cualquier precio. Una pasión y un deseo que conlleva la búsqueda de la belleza, de la elegancia intelectual y de la comprensión del universo.
A pesar de que las ecuaciones nos parezcan frías y puramente racionales, los grandes científicos son personas apasionadas por la búsqueda de la inteligibilidad y de la verdad. De hecho, escribe Ward, son gente de fe, gente que cree que, a menudo a pesar de las evidencias, el mundo mostrará sus secretos gracias a pacientes investigaciones.
¿Cómo puede justificarse la fe de los científicos en que, por ejemplo, ningún acontecimiento puede producirse sin una causa o en que las leyes de la naturaleza sigan operando en el futuro como lo hicieron en el pasado? No todos los científicos mantienen una fe intacta en todas las propuestas de la ciencia, pero deben actuar como si creyeran en ellas.
Deben, de hecho, actuar con una fe práctica, con un compromiso que es independiente de las evidencias que manejan. En esto no se distinguen demasiado de la pasión y el modo de actuar de los creyentes religiosos más apasionados, afirma Ward.
Evidencias no-científicas
A pesar de esta pasión por las creencias científicas que muestran los científicos, Ward afirma que existen grandes y abundantes argumentos objetivos que no pueden establecerse mediante métodos científicos, teniendo en consideración que las principales características de las ciencias naturales son que sus datos son públicamente observables, mensurables, repetibles y convenidos por todos los observadores.
¿Existe alguna evidencia no científica? Ward pone varios ejemplos, como los hechos de la historia humana: los acontecimientos del pasado no pueden ser medidos científicamente –no con el método científico en su estado puro-, aunque sí indirectamente.
Por otro lado, existen elementos de la historia que no pueden observarse en su totalidad: los motivos, las intenciones, los propósitos, las creencias, los sentimientos o los ideales de las personas que la protagonizaron.
Estos elementos aparecerían sin embargo en el arte que, según Ward, sería otra fuente no-científica de verdad. Los sentimientos, por ejemplo, a menudo no pueden ser descritos fácilmente. Pero, en el arte, la música o la literatura sí pueden ser expresados.
Estas formas de expresión comunican sentimientos profundos, una cierta aprehensión sentida de lo que es el mundo. Aquello que transmiten no es, desde luego, los acontecimientos públicamente percibidos del mundo físico, sino lo que podría llamarse “hechos revelados por las emociones”: maneras en que el mundo es sentido, nuestras respuestas emocionalmente a él.
Arte y verdad
Estas formas de expresión no suponen una simple percepción, universalmente compartida, como en el caso de la ciencia. En realidad son fruto de una imaginación creativa que se valora precisamente por sus cualidades únicas.
Un buen artista expresará con destreza lo que su conciencia única perciba, mostrándonos así formas alternativas a nuestra propia forma de ver el mundo, de vivir y de experimentarlo, formas que nos resultarán muy novedosas.
Por tanto, el arte nos puede mostrar aspectos de la realidad que no son ni públicamente accesibles, ni mensurables, ni predecibles. Pero que, sin embargo, son igualmente verdaderos. Según Ward, por todo esto, necesitamos una forma de conocimiento más integrado, que se fascine tanto por las regularidades y leyes globales de la física, como por las cualidades únicas de lo personal y de lo individual.
Escribe el autor: “no hay razón para creer que la verdad consiste sólo en la verificación pública concluyente de algunas afirmaciones formuladas con precisión en la lengua humana. Existen ciertamente algunas verdades como ésta: cuarenta y seis cromosomas componen un genoma humano normal”.
Pero también existirían las verdades sobre la vida personal, verdades individuales y únicas, que no serían menos ciertas por no ser generalizables y mensurables. La verdad de éstas podría expresarse más con un lenguaje metafórico que con el lenguaje llano que usamos normalmente.
Ciencia y religión
El teólogo destina una parte de su argumentación a las experiencias religiosas. En la vida religiosa, escribe, este tipo de experiencias se ven como raras y relacionadas con individuos sobresalientes, de gran visión y sensibilidad.
Interpretadas como encuentros con Dios o como la unión con una realidad suprema, desde la perspectiva de sus protagonistas, para los científicos estas experiencias no serían la evidencia de la existencia de Dios, sino que más bien serían experiencias irracionales, incluso fruto de mentes desequilibradas.
Evidentemente, las experiencias religiosas no superan las pruebas científicas: no son públicamente probables ni sus evidencias están al alcance de cualquier observador. Sin embargo, para Ward, la religión responde a una perspectiva de la experiencia humana: la creencia o el sentimiento de que existe una realidad objetiva de valor supremo.
Muchos científicos rechazan que se pueda inferir de la experiencia individual la existencia de una realidad espiritual suprema, porque las experiencias religiosas no concuerdan con su definición de evidencia.
Pero, para Ward, este tipo de experiencias es otro de los acontecimientos cuya evidencia y verdad quedan constatadas en la experimentación individual, a pesar de no ser mensurables siguiendo el método científico.
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