Si uno escucha el nombre (o ve una fotografía) de un petirrojo, una mosca, y un murciélago, rápidamente se dará cuenta de una característica que comparten en común, más allá del hecho de que los tres son animales: todos ellos pueden volar.
La característica del vuelo en estas tres especies ha evolucionado hacia formas similares en el organismo para dar respuesta a un mismo problema, pero a partir de una procedencia radicalmente diferente y muy separada en el árbol de la vida: es el fenómeno conocido como “convergencia evolutiva”, y que plantea que la evolución no es un proceso tan azaroso como cabría imaginar.
Con esa teoría como base, el paleobiólogo Simon Conway Morris, profesor en el departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Cambridge, defiende en su nuevo libro The Runes of Evolution que la convergencia evolutiva llevaría a la existencia no ya de vida en aquellos exoplanetas similares al nuestro, sino de una vida que tuviera formas similares a la que conocemos, informa dicha Universidad en un comunicado.
Rasgos de vida terrestre en otros planetas
No es la primera vez que Conway Morris plantea estas teorías. En una publicación de 2003, Life’s Solution: Inevitable Humans in a Lonely Universe, el autor ya estudiaba los mecanismos evolutivos de la vida en la Tierra, y qué importancia tenían estos en el conjunto del universo; años más tarde, en 2010, dio una conferencia en la Real Sociedad de Londres donde afirmó que, de existir vida extraterrestre, tendría la misma estructura corporal, compartiendo con especies como nosotros extremidades, cuerpo, cabeza…
En The Runes of Evolution el autor va un paso más allá. No solo compartirían formas estructurales, sino que especies enteras, incluyendo setas, plantas carnívoras, o depredadores como los tiburones, estarían presentes de manera muy similar en planetas semejantes a la Tierra.
Y, por supuesto, otra característica común sería la inteligencia, que estaría, en palabras de Conway Morris, “casi garantizada”, al ser un rasgo más o menos presente en diversas especies animales. Por eso afirma que resulta cada vez más sorprendente la falta de hallazgos que indiquen que hay vida “ahí fuera”.
Una esperanza controvertida
El hecho es que el paleobiólogo parte de la hipótesis de que existe vida en otros planetas para proponer las formas que esta mostraría. Sin embargo, cómo el mismo afirma, “que haya muchos planetas similares a la Tierra no significa necesariamente que tengan vida, porque no entendemos como esta se origina”.
A pesar de todo, Conway Morris destaca que la vida “va a evolucionar allí donde pueda”, y ve en el aumento del número de exotierras un indicador que favorece las posibilidades de vida extraterrestre en los parámetros que propone. La idea se basa en la hipótesis de la abiogénesis que propone que la vida se originó en la Tierra a partir de compuestos orgánicos inertes –y que por tanto indica que podría suceder lo mismo en planetas con condiciones similares al nuestro–.
Son muchos los investigadores que afirman que, de hecho, los indicios propuestos por la abiogénesis y los datos de las investigaciones exoplanetarias no respaldan la esperanza de encontrar vida más allá de la Tierra, que sería más un deseo sentimental que una predicción racional.
El complejo mapa de la vida
De ser este el caso, estaríamos ante la conocida como Hipótesis de la Tierra Especial, que desbarataría las teorías de Conway Morris al proponer que no basta con un planeta de dimensiones terrestres ubicado en la zona de habitabilidad para que surja la vida: también entrarían en juego las influencias gravitatorias de otros cuerpos de ese mismo sistema estelar, la ubicación en la galaxia, o la edad del planeta. Puestos en común todos esos aspectos, la Tierra no es ya un cuerpo “mediocre”, sino único, y los candidatos a albergar vida similar a la nuestra se reducen de manera drástica.
Esta hipótesis es una de las posibles soluciones a esa Paradoja de Fermi que plantea la contradicción entre las altas probabilidades (siempre según una parte de la comunidad científica) de que exista vida fuera de la Tierra, y la falta de hallazgos sobre esta.
Aunque la abiogénesis (frente a la panspermia) en exotierras supone en parte una solución a la Paradoja de Fermi, al ser mucho menor el número de lugares donde podría originarse la vida, Conway Morris no lo ve así, y cree que convierte a la paradoja en algo “más chocante aún si cabe”.
“La casi certeza de que ET está ahí fuera [pero no hemos contactado con él] significa que algo falla”, afirma el autor, que concluye de manera contundente: “no deberíamos estar solos, pero lo estamos”.
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