En las últimas olimpiadas una pareja de héroes propios de su mitología decidió estrellarse contra el asfalto para evitar una inspección a su pulcritud química interior. Hace algunos años, Harpers publico una excelente noticia titulada “La frágil frontera entre el alivio del dolor y la búsqueda del placer”. Los libros de Oliver Sacks fascinan al americano medio mostrando lo curiosa, extravagante y exótica que puede ser la mente o sus construcciones ¡Confundir a su mujer con un sombrero! Caramba. Todo, claro desde un sillón y a sabiendas de que esa gracia no le escapa a la patología.
Distinta es la recepción de un buen hombre que come hongos para sentir pasearse en un mundo de formas y de colores extraños. La frontera entre lo que está bien y entre lo que esta mal es sin duda ambigua y arbitraria. En Estados Unidos, a los negros se los llama, correctamente, afro-americanos, aún cunado no vengan de África. Los latinoamericanos morochitos son hispanoamericanos. Los españoles no son hispanos. Son caucásicos. En fin, que esas fronteras (y su valor de bondad) también son ambiguas y arbitrarias.
En los juegos, simulacro y teatro de la vida, se repiten todos estos escenarios. Así, las fronteras de razas y lugares hacen posible que ayer se haya retirado Wilson Kipketer, nada más y nada menos que un ‘vikingo africano’, o también, hace poco, el tenista argentino Guillermo Cañas, fue sancionado duramente (dos años) por tomar diuréticos, porque un deportista de competición no tiene derecho a lavar y purgar su sopa química interior. Ante la duda, el peor de los castigos, como cuando uno pierde el ticket de la autopista y hay que pagar el tramo más largo posible.
Así, aún las mejores amistades han sucumbido a un juego de tute. En el juego se desnudan las emociones, las mezquindades, la bravura, las pasiones, los odios, los celos. Como si en cada mano, además de barajarse las cartas, se barajase la moral.
Un juego universal
La misma cara puede verse en los distintos rincones del mundo en una mesa de brisca, de ajedrez, de go o dominó. Cara de trampa, de risa, de lección, de desafío, de burla o de vergüenza. Y si de juegos se trata, el juego universal, el que reúne al planeta por algunos días desde hace milenios, es el de las Olimpiadas. No es de sorprender entonces que en estos días se ponga en juego, además de las medallas, la moral de la sociedad.
En ausencia de guerra fría, el nuevo fantasma de Occidente son las sustancias en forma de polvo, papel, solución o pastilla que cambian el estado de ánimo o la realidad. En consecuencia, el frío combate por dominar el medallero entre rusos y norteamericanos ha sido reemplazado por la lucha entre dopados y sabuesos del dopaje, que se ha instalado en el centro de la escena olímpica. Y doparse, claro, está mal.
No así entrenar 18 horas por día o utilizar botines de oro. No está mal que la nueva tecnología en trajes de baño o de la misma piscina sean centrales en la cascada de records obtenidos en natación. No está mal que en los deportes donde la tecnología es punta, el ciclismo, el automovilismo y otros, los nuevos profetas hayan superado metas históricas. En fin, no está mal (es decir, no es amoral) utilizar la tecnología para súper profesionalizar el juego, para extender los límites de la performance humana siempre y cuando uno no se coma nada que cambie la química del cuerpo.
Olor a circo
Pero, como sucede en el mundo real, la lucha contra el dopaje tiene demasiado olor a circo. En los mismos foros se publican las drogas y el método para detectarlas. Una de las sustancias de moda es la eritroproietina, (EPO) una hormona que dispara la producción de glóbulos rojos. La eritroproietina fabricada en el laboratorio y consumida por los anémicos que necesitan más glóbulos rojos para vivir, o por los ciclistas que los necesitan para correr más durante más tiempo, es ligeramente distinta a la que sintetiza el cuerpo humano.
Esa diferencia es medible vía un análisis de orina, con lo que el COI pretende castigar a los tramposos que aumenten artificialmente la concentración de glóbulos rojos en sangre. Pero establecido el método la trampa está clara y todos los atletas conocen lo que es público: que pueden consumir eritroproietina hasta dos semanas antes de la competición y de las pruebas.
Así se reglamenta la trampa y se alimenta la hipocresía. El COI, un organismo bajo sospecha permanente parece agregar circo al circo. La revista Nature publicó pocas semanas antes de las olimpiadas de Sydney, un interesante artículo donde contaba que los ingresos destinados a la lucha contra el dopaje son ridículamente bajos. Al punto tal de que por una falta de presupuesto de unos 5 millones de dólares, no pudo terminarse a tiempo un método de control para la hormona de crecimiento, otra preferida de los tramposos. Cinco millones, claro, es un número absurdo para el presupuesto olímpico.
Campeones de color
En una curiosa coincidencia: en el mismo ejemplar de Nature se comentaba el libro Taboo, de Jon Entine. Entine sostiene que el ganador de la carrera de los cien metros llanos puede ser canadiense, o estadounidense, o de Trinidad Tobago, pero sin duda será negro.
Y sostiene que no es casual que sea negro y tampoco producto de una diferencia cultural (porque, dice, los negros corren rápido estando en Trinidad Tobago o en Canadá), sino que los negros tienen un cuerpo más apto para los cien metros llanos que los blancos. Más aún, muestra que los maratonistas no sólo son negros, sino que además, por lo general, son de la pequeña tribu Kalenjin en Kenya. Y finalmente Entine dice que los liberales norteamericanos se niegan a hablar de esto porque no es políticamente correcto.
Kenan Malk, un escritor inglés y autor del comentario en Nature, hace una excelente crítica. Dice que la tesis del autor es probable, pero que no tiene argumentos para desestimar otra posible alternativa que hace tiempo intenta explicar el mismo fenómeno y que fundamentalmente sostiene que los negros son buenos en los deportes porque son los pobres del mundo y el deporte es el reino de los pobres.
Hablar bien
El sector progresista de la ciencia, abanderado por S.J.Gould y R.Lewontin y por el más técnico Cavalli Sforza, hace tiempo que dicen a gritos que la clasificación de poblaciones no parece tener un buen correlato en nuestros genes y que determinar la raza por el color de piel es tan arbitrario como hacerlo en RH positivos y negativos, o en altos y bajos o según su tolerancia a la lactosa.
Lo que Malk sostiene es que de eso se puede hablar, pero hay que hablar bien. Distinta es la actitud del New York Times, que sostiene en respuesta al libro de Entine que es mejor que algunas cosas no se digan y que la pregunta misma encierra un dejo racista. Actitud que por cierto pretende no hablar de un hecho certero y es que, por un motivo u otro, los negros reinan solamente en el deporte. En las olimpíadas, con o sin sustancias, contra o a favor de las drogas, con ruido o con silencio, se juega un juego de razas y el racismo, en todas sus variantes, se hace presente en el juego.
Pero si bien la nacionalidad del ganador de los 100 metros es desconocida, pero no así su color, todo lo contrario sucede con el medallero. Colorados, rubios, negros, asiáticas, rusos y cubanos exiliados, cualquiera puede ganar, pero por lo general será siempre con la misma bandera. El mundo mira como Estados Unidos gana, o más bien arrasa, o humilla con botines de oro o con súper profesionales equipos de los sueños.
En el reciente mundial de atletismo, Estados Unidos volvió a dar una magnifica paliza al resto de los países. Nada importa ahora que su recientemente vieja pareja de velocistas estrella esté ausente por un evidente dopaje. Nada cambiará si nos enteramos que los campeones de hoy son los futuros dopados del pasado.
Las reglas, claras
Está bien que así sea, siempre y cuando no se sepa que nadie se coma nada que no deba y siempre y cuando sea con el ejército de negros y atletas importados o prefabricados que, en silencio claro, no hacen más que correr y saltar. Las reglas están claras.
El juego, una vez más, replica al mundo. Como alguna vez dijera el presidente cubano ante un las Naciones Unidas en un discurso que podía perfectamente referirse al COI: En nuestro mundo reina el caos dentro y fuera de las fronteras. Leyes ciegas son presentadas como normas divinas que traerán la paz, el orden, el bienestar y la seguridad que tanto necesita nuestro planeta. Eso quieren hacernos creer .
Mariano Sigman es físico y Doctor en Neurociencias. Investigador en Neurociencias del Institut National de la Santé et de la Recherche Médicale (Paris). Miembro del Human Frontiers Science Program y del Consejo Editorial de Tendencias Científicas.
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